El jueves, en su discurso aceptando ser la candidata presidencial demócrata, doña Hillary Clinton juró su compromiso en la lucha contra el cambio climático. En tono muy lírico dijo “creo en la ciencia. Creo que el cambio climático es real, y también creo que podemos salvar a nuestro planeta y al mismo tiempo generar millones de puestos de trabajo muy bien pagados, usando energía limpia”.

Con magnífico entusiasmo, doña Hillary agregó que se sentía orgullosa porque el gobierno de Barack Obama había dado forma a un acuerdo global sobre el clima, y que gracias a ese acuerdo ahora todos y cada uno de los países firmantes, incluyendo a Estados Unidos, tendrán que rendir cuentas de cumplir sus compromisos.

Ella se refería al acuerdo alcanzado en la Cumbre de París, que, según la abrumadora mayoría de los analistas científicos y noticiosos, no pasó de ser un espectáculo, tras el cual todos y cada uno de los países firmantes, incluyendo a Estados Unidos, retomaron sus actividades polucionadoras y en los meses transcurridos, las emisiones con efecto invernadero no sólo no disminuyeron: en realidad aumentaron.

Pero no se trata de criticar el discurso de la Clinton, que es una especie de resumen de todos los discursos triunfalistas de todos los gobiernos neoliberales.

Recordemos que aquí en Chile también don Ricardo Lagos se presentó como una suerte de Capitán Planeta, y que doña Michelle Bachelet, heroína de Chile en la Cumbre de París, celebró los acuerdos con el primer embarque de 3 mil toneladas de carbón extraído de la gran reserva ecológica natural chilena de Isla Riesco, en Magallanes.

Y, oiga, Chile había suscrito el compromiso de frenar drásticamente el uso de combustibles fósiles, especialmente de carbón.

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