Mientras el neoliberalismo ha reducido nuestro valle a velocidad, endeudamiento y acumulación infinita, el “movimiento nómade” (18/0) mantiene en vilo su “deseo igualitario” sin programas, resistiendo todo embate proveniente de las elites y sus empleados cognitivos que no cesan de demonizar toda disidencia en nombre del “demonio populista”. Sin embargo, y contra la evidencia, nuestros cortesanos de turno (el Rector UDP, politólogos del SERVEL, la Directiva de Chile 21 y toda la mayordomía transicional repartida en los Centros de Estudios) se mantiene aferrada al tiempo inaferrable de la “dominación cesarista” so pena que han abrazado el “apruebo” para administrar un nuevo espíritu Constitucional.

Tal “cultura patricia”, que hizo estallar la vida cotidiana luego de tres decenios de modernización (2019), no ha dimensionado todos los alcances de la insurgencia popular y ahora pretende suturar las relaciones entre democracia y mercado haciendo suyo el triunfo del próximo 25 de Octubre. Si bien, el “apruebo” es un avance indiscutible para la derogación de la letra pinochetista, sin descontar su potencia simbólica o ritualista, también puede representar el inicio de “luchas democráticas” que pueden abrir un tiempo ligeramente similar al ciclo 1938-1970. Pero esto también puede derivar en escenarios llenos de incertidumbre y un “revival transicional” marcado por reformas y procesos modernizantes que conviene advertir. No podemos descartar la llegada de expertos, heraldos y jurisconsultos del realismo y, porque no, tentaciones centristas vinculadas al nuevo “consenso de las mercancías”. Es verdad, luego del triunfo del apruebo, el Pinochetismo quedará reducido a expresiones primitivas, pero qué hay del nuevo pacto oligárquico y la incorporación de una agenda de derechos sociales. ¿Otra vez la ley de bronce nos impondrá nuevos Dioses elitarios?

Con todo en las próximas semanas cerca de un tercio de la coalición de derechas, debe establecer algunos mínimos programáticos con el progresismo neoliberal que comprende el campo de la ex Concertación (el universo de los Lagos Weber, Burgos y los Girardi).Y es, precisamente, este juego de complicidades transicionales el pivote de un “elitismo plebiscitario” que se esmera por recrear transformaciones “Lavinocentricas”. La “línea divisoria” del establishment -duopolio progresista- podría establecer las condiciones de fractura y negación de la “revuelta popular”, evidenciando una distancia insalvable entre vida cotidiana, revuelta nómade, y el “apruebo” en la dirección de un “neoliberalismo constituyente”. Bajo esta hipótesis no solo serán la(s) “primera(s) línea(s)” de calle quienes agudizarán posiciones contra el nuevo “pacto oligárquico”, sino una amplia “capa media popular” y movimientos ciudadanos suspenderán toda re-afiliación con la moribunda política institucional ante los potenciales usos y abusos jurídicos una vez derogada la constitución pinochetista por una desgastada alianza juristocrática.

Si bien, la derecha aún utiliza la “figura prudencial” del republicanismo -cultura institucional- para salvar a un Presidente siniestrado, ello se deberá enfrentar ante el sopor y hastío de los movimientos ciudadanos que aún no elaboran un vocabulario político que pueda unificar a los pueblos, cuerpos y subjetividades del 18/0 en una demanda politológica o gremial como espera la familia de cientistas políticos, sociólogos de la oligarquía y periodistas librados a la profesionalización de los objetos. En suma, de un lado, tenemos el déficit político de nuestro “viciado parlamento” (¡la grieta¡) y, de otro, la ceguera gubernamental para entender los nuevos modos de subjetividad que se desplegaron en la “revuelta” respecto a las relaciones entre el poder y las instituciones. Y para muestra un botón: una multitud devocional se apropió de “saberes vagabundos” lacerados por la violencia del orden policial y nuestras oligarquías académicas.

Y es que la potencia imaginal -aquella que separó para siempre imaginación, instituciones y poder- no responde a la pregunta del “orden deseado” formulada por los pastores de la modernización y su majadero eslogan ¡oh, entre 1990 y 2010 bajamos la pobreza estructural del 45% al 10%! Desde Peña a Warnken (et al) siguen aferrados a la desigualdad cognitiva repartiendo el espacio entre responsables normativos adversus los anómicos violentistas amagando la marcha del 25 de octubre (2019). Más aún; no existe gramática común que pueda cautelar genuinamente la excepcionalidad de la purga, la rabia erotizada y su densidad ética por nuevas formas de vida. Dicho sea de paso, la “revuelta de octubre”, como partera de la verdad, como sublevación plebeya, rechazó los juegos de poder del movimiento universitario (2011). El carácter destituyente/derogador del 2019 -que incluyó una extensa capa media popular- tampoco está en continuidad con la maquinaria de pactos que secuencialmente se han ido gestando en los últimos meses desde la cultura (post) concertacionista.

A la etnografía de calle como “indiada” -y la pereza cognitiva de nuestras élites para tildar de parias y “Michimaloncos” a los sujetos de calle- se agrega otro desafío que difícilmente se resolverá antes de un lustro, a saber, cuál es el “orden deseado” que busca la “revuelta nómade”. Si bien la protesta tiene el fulgor de lo inasible, innegociable y diluviana, sin ceder a los aparatos de codificación de la moribunda gobernabilidad, qué cabe responder frente a los “ordenes disponibles” que ofrece el realismo post-concertacionista y sus intereses hegemónicos sobre el “apruebo”.

Quizá hay que iniciar la pregunta por un nuevo “republicanismo salvaje” -cuestión que comprenderá una política del poder- pero tal imaginario se debe desprender radicalmente de las lógicas de abuso depredador que el campo institucional codificó durante casi tres decenios de “mayordomía transicional”. De otro modo, la interrogante por el “horizonte deseado” será siempre una pregunta que no se puede restringir a la administración jurídica de la diversidad, ni menos a la exclusión de la demanda popular.

Finalmente, la pregunta por el “orden deseado” no puede estar entregada a la prepotencia de los “mesías” y sus silogismos del orden: disciplinamiento, realismo y consumo. La interrogante por el nuevo imaginario implica tiempos, inflexiones y palabras nuevas tendientes a la vertebración de la calle y un lenguaje del porvenir.
¡Qué duda cabe, con la Concertación ya supimos del Dante!

“Quién entre aquí que abandoné toda esperanza”
Inferno.

Mauro Salazar J.
Académico y ensayista. Analista político.
Investigador en temas de subjetividad y mercado laboral (FIEL/ACHS)
mauroivansalazar@gmail.com