Netflix ha estrenado una nueva serie: “Cien años de soledad”, basada en el libro homónimo de Gabriel García Márquez. Son ocho capítulos de una hora.

Cien años de soledad

El libro es un símbolo, una referencia ineludible de la literatura y de la identidad latinoamericana. Y sus lecturas e interpretaciones son múltiples, diversas, ricas, inagotables.

Su autor, Gabriel García Márquez (Colombia, 1927- México, 2014), Premio Nobel de Literatura (1982), escribió, entre otros, La hojarasca (1955), El coronel no tiene quien le escriba (1961), El otoño del patriarca (1975), Crónica de una muerte anunciada (1981), El amor en los tiempos del cólera (1985) y El general en su laberinto (1989).

Además de estas novelas, escribió cuentos, guiones para cine, teatro, narrativa de no ficción y también hizo periodismo.

“Cien años de soledad”, publicado en 1967, es su libro más famoso. A mi juicio, una novela donde lo fantástico y lo sobrenatural son formas de enfrentar las violencias, dolores e injusticias de la vida en amplias regiones y sectores de Latinoamérica. De poder convivir con ellas. También es una forma de escapar a miradas rígidas, normativas, colonialistas, incorporando creencias populares, culturas diversas, fenómenos incomprensibles.

En este sentido, “Cien años de soledad” -y el Realismo Mágico– permite a los lectores imaginar e incluir sus propias creencias, representaciones, miedos y capacidad de soñar. Son, quizás, las características que seducen de este libro y del género, de manera más general. Permiten un escape y un refugio.

Cien años de soledad, Netflix

Cien años de soledad de Netflix

Escribo desde una mirada, al menos, doblemente parcial. La primera, desde mi admiración con García Márquez. La segunda, porque solo llegué hasta casi la mitad del episodio cuatro. No pude más. Esta es, además, una opinión particular, subjetiva, que no busca ni la distancia ni, menos, objetividad.

La serie es una gran producción, cuidada en sus detalles. Con escenas muy logradas, con una estética atrapante. Algunas largas escenas son cautivantes. Se agradece, también, que los personajes -muchos de ellos muy atractivos- responden a características físicas locales. Sean estas de mestizos, indígenas o mulatos. Pero son personajes que, físicamente, y desde un conocimiento muy básico, parecen colombianos “normales”, no aristocráticos o de élites nacionales. Vista desde la distancia, no cabe duda que es Colombia.

Cien años de soledad, Netflix

Sin embargo, creo que la serie comete errores, o asumió posturas que parecen desacertadas.

Primero, es una serie que no busca alejarse del libro, no parece estar “inspirado” sino querer ser la versión cinematográfica de él. Es, a ratos, muy literal. Entonces es difícil, y puede ser incluso excesivo, pedir que ambos relatos no sean comparados, como lo pidió el propio hijo del escritor. Y compararse o competir con este libro, es un acto de soberbia, temerario o necio.

Segundo. Es una serie donde no queda nada -o muy poco- a la imaginación. Es de una literalidad casi irritante. No deja espacio para que cada espectador imagine, proyecte sus propios fantasmas y fantasías, miedos y deseos, porque todo es concreto, es visualidad explícita (salvo los límites del sexo para poder estar en la plataforma). No hay, o queda muy poco, para la subjetividad. La cámara, más allá de algunas notables -y larguísimas- tomas, es convencional para una historia que no lo es.

Tercero. El realismo mágico no niega la realidad, convive con ella. Es, además e incluso, una estrategia para sobrevivir en ella. La serie de Netflix es irreal, es fantasiosa, con toques de realidad. Entonces, buena parte de esa estrategia, de esa manera de incorporar mundos invisibilizados, negados, desaparece. Pasa a ser casi pura fantasía, acercándose más a una mirada tipo Hollywood que a la de García Márquez.

Tercero, el escritor era un ser político, abiertamente comprometido con las realidades sociales, con miradas de izquierda. Aunque declaró no haber sido nunca comunista, fue cercano de Fidel Castro. Algunos lo entienden más como una atracción por el poder, pudiendo ser más bien socialista o, incluso, socialdemócrata. Como sea, sus textos tienen, en distintos grados, una clara mirada política. En la serie, al menos hasta parte del capítulo cuatro, lo político es escaso, tratado de manera anecdótica.

Por último, Gabriel García Márquez tiene, entre otras, la virtud de entretener, de capturar con sus relatos. No en vano sigo viendo gente que lo lee, por ejemplo, en el metro de Santiago. Junto con ello, logra abordar temas sociales como violencias, discriminaciones, abusos de poder, etc. Pero también es un escritor que incomoda, porque cuestiona la realidad -en sus contrastes con la fantasía-, las miradas hegemónicas, incorpora culturas marginadas y, al mismo tiempo, genera tensiones entre sueños y destinos predestinados. Un juego entre rebeldía y sometimiento que resultan incómodos, que interpelan.

Todo esto, la serie lo pasa por alto. Le quita peso, contenido, cuestionamiento y reflexión. Al punto de condenar a “Cien años de soledad” a ser una serie más de Netflix.

Afiche de Cien años de soledad, Netflix