Carol Chan, antropóloga y docente de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano habla sobre “el día después de la marcha antimigrante”.

“La historia demuestra que grupos distintamente racializados pueden superar sus prejuicios y fronteras simbólicas”

Si referentes como Nelson Mandela y el Papa Francisco han coincidido en considerar la xenofobia como una enfermedad equivalente al sarampión, entonces el ataque a un campamento de migrantes venezolanos en el norte de Chile podría ser la evidencia de un nuevo brote en medio de un escenario explosivo donde se entrecruzan una crisis económica y una migratoria de larga data.

Según cifras del Departamento de Extranjería y Migración (DEM) y el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), a fines de 2020 en el país vivían 1,4 millones de migrantes. Una cifra creciente no sólo en número, sino en conflictos si se consideran las repercusiones de la marcha contra migrantes del norte y las respuestas políticas y sociales tras esto.

La antropóloga experta en migraciones y académica de la carrera de Sociología en la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, Carol Chan, reflexiona sobre cómo las emociones también pueden “racializarse” y fomentar sesgos a favor y en contra de la realidad migrante tensionando los límites de la racionalidad para enfrentar el racismo.

Así es como, en el último tiempo, las discusiones sobre migración en Chile se han enfocado en justificar o criticar el contenido y espíritu de una nueva ley migratoria, las expulsiones masivas de migrantes promovidas por el Gobierno de Sebastián Piñera o el impacto de una frontera porosa para el ingreso indocumentado.

Por otro lado, activistas, y otros miembros de la sociedad, se concentran en denunciar dichas expulsiones masivas y las largas e innecesarias tramitaciones en extranjería. Se cuestiona su legalidad y se argumenta que dichas acciones vulneran los derechos humanos de las personas migrantes.

La profesora Chan advierte que, si bien se ha intentado desmitificar percepciones populares como “los migrantes nos están quitando los trabajos”, “abusan de los beneficios del Estado” o “no contribuyen al país”, los argumentos racionales que rebaten estas falacias no logran permear en la población y una alerta de ello, es lo que se vio recientemente en las calles de Iquique.

“Todavía existen estereotipos y generalizaciones sobre la figura migrante, aunque se trata de una población muy diversa y la migración es un fenómeno muy heterogéneo. Este tipo de convocatorias a marchas y acciones violentas contra ellos es evidencia del poder que provocan las emociones negativas en general. Éstas, a su vez, están ligadas con el discurso que promueve este Gobierno y que vincula fuertemente migrantes y migración con delincuencia y crimen”, explica la docente.

Fronteras simbólicas para el racismo

Las imágenes de ciudadanos iquiqueños quemando las pertenencias de migrantes varados en calles, plazas y playas en espera de formalizar su situación legal, evidencia lo que hay detrás de un discurso negativo, bromas racistas y otras ideofacturas que no solo son dañinas a nivel psicológico y emocional o verbal, sino también físico. Otras referencias similares en la región suelen coincidir con grandes crisis económicas y políticas como los saqueos y ataques contra migrantes chinos en Argentina durante la crisis del “Corralito” a inicios del 2000, que fueron considerados el chivo expiatorio de una fractura social y política mayor.

Por otro lado, en esta dinámica se da un vacío de responsabilidades cuando la población culpa al Gobierno de laxitud en la gestión de la migración, el Gobierno culpa a intendentes y gobernadores, mientras estos últimos exigen soluciones al Presidente politizando aún más un conflicto humanitario:

“Esa politización responde gran parte de la pregunta cuando notamos que los discursos de la clase política en general no están basados en investigación, evidencia o la experiencia comparada de otros países donde los investigadores/as hemos advertido sobre cómo las restricciones y criminalización de la migración en ninguno de esos casos a nivel mundial han tenido éxito en su búsqueda de soluciones. Por el contrario, muchas investigaciones han mostrado que más restricciones para los migrantes han resultado en mucho más tráfico y trata de personas, porque con más restricciones existe una mayor demanda para personas que hacen promesas de facilitar la migración de manera irregular”.

Más específicamente, la profesora Chan explica que, a lo largo de muchos años y hasta hoy, no existió una legislación coherente sobre migración porque la nueva ley siempre se mantuvo en debate y, con ello, persiste una respectiva falla en la comunicación y un mal manejo sobre el tema de migración en varios niveles de gobierno.

En medio de la temporada de elecciones, ha quedado de manifiesto cómo la derecha chilena, particularmente, ha adoptado el discurso criminalizador de situaciones similares de descontento con migrantes en EEUU y Europa como capital político. Desde la mirada antropológica, la académica reconoce procesos que histórica y culturalmente han funcionado como una especie de combustible global a favor de ideas racistas como las crisis antes mencionadas y algunos rasgos psicológicos colectivos que buscan culpar a un “otro” por los tiempos de incertidumbre, precariedad y vulnerabilidad.

“Hay que decir que durante la historia también hemos visto el caso contrario, cuando grupos distintamente racializados han superado sus prejuicios y las fronteras simbólicas para unirse en objetivos comunes. Así ha quedado de manifiesto no hace mucho en la lucha de clases, la lucha contra el racismo en EEUU que formó un frente común con afrodescendientes, latinos, asiáticos y gran parte de la propia población”, enumera.

Otras vías de salida de una problemática urgente consideran, según la profesora Carol Chan, un mejor estatuto laboral para la población en general que evite que se precarice la labor en espera de migrantes que realicen trabajos por menos sueldo, por ejemplo. Mejorar, por otro lado, la comunicación entre los gobiernos y sus diversidades para desmitificar con datos y evidencia que el impacto de los migrantes en la economía es negativo.

Finalmente, y por sobre todo dialogar y escucharse entre las partes: “Mucho del sentido de inseguridad que genera el conflicto contra los migrantes proviene del miedo y del origen de emociones que, si estamos más abiertos a dialogar y, en consecuencia, más abiertos a escuchar, pueden ser parte del fin del interminable ciclo de pugnas entre el discurso a favor y en contra de la migración”, cree la investigadora.