Es una buena técnica literaria comenzar una novela hablando de la muerte. Un crimen, la muerte natural, la muerte propia y ajena. Mucho más si en la primera línea del libro se confiesa un deseo irresistible de asesinar. Y no a cualquier persona. A “mi mujer”, como confiesa de entrada el protagonista de “Útero”, la más reciente novela del escritor magallánico Juan Mihovilovich (Editorial Zuramérica, 2020).

Por Marcel Socías Montofré

Por cierto y para tranquilidad del lector y la familia, no es más que un deseo. Sólo una intimidad más del diario de vida en que se constituye el libro. Sincero. Descarnado a veces. Tierno en otras. Excesivo de puntuación y frases intercaladas a ratos. Humano siempre. Como un pensamiento en voz alta. Como una novela para la intimidad.

La muerte. Una y otra vez tema recurrente. Como también el origen. El Útero. Una puerta de entrada a la reflexión. La vida y sus recuerdos. Su reflexivo presente. La existencia y su impermanencia. En el nombre del padre, de la madre y del hijo que escribe, busca un sentido y relata.

“La memoria venidera –escribe Mihovilovich- que me hará saltar sobre los días del sinsentido y aspira a que los dioses que no son del Olimpo, sino de planetas intangibles, vengan envueltos en sus crisálidas de sueños y nos enseñen al fin a ser humildes y buenos, serenos y expectantes. Esa es mi aspiración. Si ahora dejo el cuchillo con el que pensé absurdamente en asesinar a mi esposa es porque el filo de mi alma me avisó que nada estrictamente material tiene sentido”.

La fragilidad de la vida. La partida de los seres cercanos. La distancia entre el protagonista y la existencia. Ese espacio transitorio entre el Útero y el réquiem.

“La otra vida está dentro. Muerte es un regreso hacia adelante”, sintetiza Mihovilovich.

Y tal vez ese es el sentido de las 197 páginas del libro. En cada página un día. Un recuerdo. La vida y la suma de los días. Un sincero propósito de encontrar un sentido. De reconciliarse con la insoportable levedad del ser, como titularía Milan Kundera.

“He ahí el hombre, su dilema, su padecimiento, su gemido, sus aullidos, sus dolores de parto diario y sus martirios sufridos en una amalgama de sonidos y de sentidos, los exteriores, los que vemos, los que creemos ser los únicos que nos mantienen”, comenta Mihovilovich.

Hay pausa y tiempo en la narrativa de Mihovilovich. Voz profunda y hasta esa desolación de paisaje austral natural y también interno. Hay cierta necesidad de asimilar la muerte sin llanto, sin eludir el quiebre, pero sin quebrarse con los años. De asumir el paso del tiempo.

De liberarse del tiempo y rescatar un amor profundo por la cotidiana madre. El Útero y también la figura del padre. Humanizándolo. Bajándolo del pedestal que significa ese rol: “Es mejor pensar que tus pecados fueron íntimos, personales, discretos; como el ligero paso y peso de tu existencia y que se fueron contigo a la tumba”, comenta en el nombre del padre Juan Mihovilovich.

“Sin embargo, he ahí el sentido de este desencuentro. Mientras miraba al par de aves sumergida en las aguas del río una quieta felicidad me inundaba. Eran parte de una naturaleza común: el agua, el vuelo que los precediera, su inmersión tranquila, juguetona, los rayos de sol cayendo sobre ellos, el tranquilo fluir de la corriente. No tuve necesidad alguna de pensar, mis irreflexivos acosadores dejaron de existir. Debieron huir de mi propia jaula y me liberé un momento”, confiesa por su vida y calma Juan Mihovilovich.

Pero entremedio –entre el útero, la muerte, la otredad y algo parecido a sentirse en paz– hay una larga historia. Años de vida. La familia y la experiencia. Páginas y existencias para escribir un libro. Está escrito. Oportuno Juan Mihovilovich.

Útero, Juan Mihovilovich, Editorial Zuramérica (c)
Útero, Juan Mihovilovich, Editorial Zuramérica (c)

“Útero”
Juan Mihovilovich
Editorial Zuramérica

2020.