La eximia violinista nacional Lorena González, protagonizó el vigésimo primer programa de la Temporada 2012 de la Orquesta Sinfónica de Chile (OSCH), en que interpretó, con gran oficio de solista, inspiración y gran calidad de ejecutante, el Concierto para violín en Re menor, Op. 47 de Jean Sibelius.

Junto a la obra del compositor finlandés, se incluyó el estreno mundial de la obra “Ío” del joven compositor chileno Juan Quinteros y la Sinfonía nº 1 de Johannes Brahms.

Esta presentación, en el Teatro Universidad de Chile, se repetirá hoy sábado, desde las 19.30 horas, dirigida nuevamente por el maestro invitado José Luis Domínguez, titular de la Orquesta Nacional Juvenil.

Valor entradas: Desde $5.000 público general.
Precios Especiales Tercera edad $ 5.000 platea baja y $ 6.000 platea alta.
Estudiantes desde $ 1.500.

El hermoso concierto para violín de Sibelius,contó con una notable solista en Lorena González, quien destacó nitidamente en un impecable primer movimiento, con precisos agudos y técnica de impresionante precisión. Siguió a continuación, un melodioso segundo movimiento, para dar paso al vivaz tercer movimiento, en que Lorena González combinó sus magníficas aptitudes musicales, con una orquesta muy bien conducida por Domínguez.

Para el final quedó la Sinfonía número 1 del autor alemán Johannes Brahms, una composición de gran belleza en que combinan con gran perfección, los bronces y precusiones con las maderas y en que las cuerdas, en gran primer plano, relucen con su vasta sonoridad.



”El Concierto de Jean Sibelius es uno de los más difíciles escritos para violín y orquesta. Su exigencia técnica es tan enorme que el solista tiene que estar encima de la obra hasta el último minuto”, confesó después Lorena González para quien volverlo a interpretar con la Sinfónica de Chile, resulta “fantástico y rejuvenecedor”.

“Estoy feliz de tener otra oportunidad de gozar y pasarlo bien con algo que amo tanto y brindárselo al público. Es un gran regalo para mí”.



El Concierto para violín de Sibelius se estrenó en Helsinki en 1903 sin grandes resultados, pero que luego de ser revisado fue interpretado con éxito en 1905 por Kart Halir, bajo la dirección de Richard Strauss.

Esta segunda y definitiva versión se convirtió en parte importante del repertorio solístico para violín ya que requiere de un ejecutante especialmente virtuoso, lo que hace que su interpretación sea un desafío entre los violinistas. Además de ser una obra de alta complejidad técnica, tiene una melodía profundamente romántica en su movimiento lírico y un final que el compositor describió como una danza macabra que da la oportunidad al solista de lucir su destreza en conexión con la orquesta.