El pasado 10 de febrero se confirmó la detención de un hombre en situación de calle que confesó el robo de una pintura del artista José Pedro Godoy desde una exhibición en el Museo de Bellas Artes. Ahora, a casi dos semanas del hecho, explica el por qué.

Se trata de Juan Pablo Quezada, quien en entrevista con Las Últimas Noticias, explicó que la primera vez que fue el museo y vio el cuadro “no pensé en pelármelo. No conocía al perico que lo pintó, a quien aprovecho de pedir disculpas […] La segunda vez que fui miré el cuadro y me gustó; como estaba solo en la habitación me lo robé. Más que nada se dio la oportunidad porque se trataba de un cuadro de 15×15, cabía en la palma de la mano”.

“No es la primera vez que sustraigo una obra de arte. Qué quieres que te diga, son horribles (las medidas de seguridad). No hay guardias, como sí los hay en otros países. Yo entro chicha (sic) igual, ni piden identificación. Si a mí me pillaron por mi culpa, porque a mí se me cayó el casete, no porque lo estuviera vendiendo sino porque andaba sacando pecho y lo andaba mostrando porque es un cuadro bonito”, aseguró.

Además, considera que al hecho “le pusieron mucho color. No era para tanto, hay otras cosas más importantes, como el choreo de los políticos”.

Su vida en la calle

La familia de Quezada tenía una buena situación, lo que le permitió estudiar en colegios particulares además de practicar natación en el Stadio Italiano. Sin embargo, “vino una crisis y mis padres perdieron su buena situación económica”.

“Recién cuando salí del colegio me gustaron los libros. Comencé a leer Sócrates, Pablo Neruda, Vicente Huidobro y luis Emilio Recabarren. Después me interesó la economía y el arte“, indicó.

Actualmente vive en la calle debido a su adicción al alcohol. “Opté por la calle. No me gusta, pero el alcoholismo es una enfermedad crónica y los demás no tienen por qué entenderlo“.

Quezada vende diarios y revistas en la calle y “el almuerzo lo saco de los patios de comida de los mall y el desayuno y la once los consigo en las iglesias con los voluntarios; ahí se come bien, hasta tres panes y tres tazas de leche con Milo al día. Es difícil la vida en la calle, pero por lo menos tengo mucho tiempo para leer, pensar e ir a los cafés, centros culturales, museos y bibliotecas“.