Hace algunas semanas se filtró un video del rodaje de la película A Dog’s Purpose, grabado en 2015, en el que aparece un pastor alemán luchando para mantenerse alejado de su entrenador en el borde de una piscina en la que habían motores para generar oleaje en el agua.

Ésto generó un gran rechazo, e incluso la organización Personas por el Trato Ético de los Animales (PETA, por sus siglas en inglés) llamó a los animalistas a rechazar la película para mandar un mensaje: “que los perros y otros animales sean tratados con humanidad, no como accesorios”, según palabras de su vicepresidenta Lisa Lange.

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Este caso grafica claramente el poder que tienen las redes sociales, y en general Internet, a la hora de masificar una protesta en contra de lo que puede ser considerado como “maltrato animal”.

Pero lo cierto es que en décadas pasadas el humano ha utilizado animales para propósitos que difícilmente serían aceptados hoy en día. Un ejemplo es el de la perra espacial Laika, la que en los años 50 se convirtió en el primer ser vivo terrestre en orbitar la Tierra.

Sin embargo, es probable que no todos sepan del terrible y trágico final que tuvo esta célebre perrita. Pasó a ser parte importante de la historia espacial, aunque a costa de su vida.

A diferencia de los astronautas “humanos”, ella no tuvo la posibilidad de decidir, y a continuación revisaremos su historia.

Primer ser vivo terrestre en orbitar la Tierra

Era el 4 de octubre de 1957 y la Unión Soviética lanzaba el primer satélite artificial de la historia al espacio: el Sputnik 1.

Tras el éxito de este hito, Nikita Jrushchov pidió que se lanzara un segundo satélite para poner a un perro en órbita y así demostrar al mundo el poderío soviético.

De esta manera los ingenieros a cargo de la misión trabajaron arduamente para cumplir con los plazos establecidos, y finalmente el vuelo orbital canino fue agendado sólo para un mes después del Sputnik 1.

Imagen de la perra Laika del 5 de noviembre de 1957
Imagen de la perra Laika del 5 de noviembre de 1957

Este satélite fue bautizado como Sputnik 2, y la nave fue equipada con un elementos como un generador de oxígeno, un ventilador que se activaría cuando la temperatura superara los 15ºC, comida en forma de gelatina para siete días y una bolsa especial para los desechos del perro.

Además se instaló un electrocardiograma para monitorear la frecuencia cardiaca del animal, así como su frecuencia respiratoria, presión arterial y movimientos. A la postre, estas mediciones ayudarían a los ingenieros en Tierra a tener una idea de cómo fueron los últimos minutos en vida de Laika.

Preparaciones del viaje

Contrario a lo que muchos podrían pensar, los ingenieros soviéticos buscaron a un perro callejero para esta misión. La razón era bastante sencilla: asumían que este tipo de animales estaba más acostumbrado a vivir bajo condiciones extremas, soportando el frío y la falta de comida.

Así llegaron a tres candidatos para la misión del Sputnik 2: Albina, Mushka y Laika. El periodo de entrenamiento fue sumamente duro para los perros: los confinaban a espacios cada vez más reducidos para que se fueran acostumbrando a la nave, los sometieron a centrifugadoras que simulaban el lanzamiento de un cohete y los colocaban en máquinas en los que ponían fuertes ruidos.

La perra espacial Laika
La perra espacial Laika

Todo esto hizo que los animales dejaran de defecar u orinar, y su estado en general se vio afectado. Finalmente la escogida para la misión fue Laika, una perra de carácter tranquilo que si bien nunca se confirmó su raza, se piensa que era una mezcla entre Husky y Terrier.

Antes del lanzamiento de Laika al espacio, uno de los ingenieros a cargo de la misión, llamado Vladimir Yazdovsky, decidió llevarla un par de horas a su casa para que jugara con sus hijos. Posteriormente reconoció que lo hizo para darle un momento de alegría ya que sabía que no le quedaba mucho tiempo de vida.

Por su parte, uno de los técnicos encargado de preparar los detalles en la cápsula antes del despegue comentó que después de cerrar la escotilla, junto a su equipo le dieron un beso en la nariz y le desearon un buen viaje.

Sacrificio en nombre de la ciencia

Hasta que llegó el día. El 3 de noviembre de 1957 Laika pasó a la historia tras despegar y convertirse en el primer ser vivo en orbitar la Tierra. No se sabe con exactitud la hora del lanzamiento del cohete, aunque se cree que fue a las 05:30:42 o a las 7:22 hora de Moscú.

Luego de que el Sputnik 2 alcanzara la máxima aceleración tras el despegue, el ritmo respiratorio de la perra aumento de tres a cuatro veces lo normal, mientras que su frecuencia cardiaca subió de 103 a 240 latidos por minuto.

Se sabe que en algún momento se desprendió el aislamiento térmico, lo que provocó que el interior de la cápsula alcanzara una temperatura de 40ºC.

Luego de tres horas de microgravedad, el pulso de la perra bajó hasta los 102 latidos por minuto, lo que confirma el extremo estrés bajo el cual estaba sometida. A pesar de esto, se confirmó que la perra comió.

Laika en uno de los entrenamientos
Laika en uno de los entrenamientos

La Unión Soviética publicitó el viaje espacial de Laika como un éxito, enfocándose en el hecho de que el Sputnik 2 estuvo orbitando por 163 días. Sin embargo, la perrita sólo sobrevivió entre 5 y 7 horas, lo que fue minimizado por las autoridades.

Es debido a lo cruel que resultó su destino que muchos se preguntan… ¿valió la pena su muerte? Al respecto, Oleg Gazenko, uno de los entrenadores de Laika, comentó en 1998: “Cuanto más tiempo pasa, más lamento lo sucedido. No debimos haberlo hecho… ni siquiera aprendimos lo suficiente de esta misión como para justificar la pérdida del animal”.

Por su parte, en el marco del Congreso Espacial Mundial de 2002, el científico Dimitri Malashenkov del Instituto de Problemas Biológicos de Moscú señaló a la audiencia que se tenía planeado mantener con vida a la perra por cerca de 10 días, pero que no obstante murió mucho antes debido a las elevadas temperaturas y al estrés que significó la experiencia.

Hoy en día hay una estatua de bronce de Laikal en el centro de Moscú, ubicado en las cercanías del Instituto de Medicina Militar, mismo lugar en el que la perra participó en los experimentos de los científicos soviéticos.