Cada vez que escucho el cadencioso tema “Alpha” de Vangelis no puedo evitar pensar en la sonda Voyager.

Seguro les parecerá bastante ñoño sentirse melancólico por una máquina. Más todavía por una que nunca has conocido y de la que ni siquiera tendría constancia de su existencia de no ser por las hermosas evidencias fotográficas que ha enviado durante su jornada.

Pero tiene cierta poesía pensar en que algo, no más grande que un automóvil, cruza silente la vastedad del espacio, como el objeto fabricado por el hombre que más lejos hemos enviado desde nuestro hogar aquí en la Tierra.

La Voyager 1 tiene casi mi edad. Hace poco más de 37 años que surca el Sistema Solar. Gracias a ella, pudimos contemplar de cerca por primera vez la tormentosa mancha de Júpiter o los bellísimos anillos de Saturno, así como las particularidades de sus respectivas lunas.

Pero ahora, cumplida con creces su misión, la Voyager está por cruzar los límites no sólo de la heliósfera -el campo de influencia del Sol- sino también los de su propia existencia.

Según las mediciones que aún es capaz de transmitir a la Tierra, la sonda se estaría acercando a la nube de Oort, una esfera que nos envuelve y que sabemos que existe pero jamás hemos podido observar directamente. Un lugar donde, se supone, duermen los últimos remanentes del Sistema Solar que, de vez en cuando, se abalanzan contra nosotros en forma de cometas.

Más allá… sólo está el vacío y las estrellas.

NASA | JPL-Caltech

NASA | JPL-Caltech

Aunque decir que la Voyager “se está acercando” es un poco optimista. Pese a que viaja a 17 kilómetros por segundo -con lo cual tardaría sólo medio minuto en llegar desde Concepción a Santiago- la NASA estima que a la sonda le tomará unos 300 años llegar hasta el límite interno de la nube de Oort. ¿Y para atravesarla hasta salir al espacio interestelar? Nada menos que otros 30.000 años.

Pero estos son lapsos pequeños cuando hablamos a escala cósmica. Una vez fuera, su trayectoria la llevará hasta las cercanías de la estrella Gliese 445, algo que le tomará otros 40.000 años completar.

Nunca sabremos si la Voyager logrará este objetivo. Provista de pequeños generadores radioactivos, la sonda ha ido progresivamente apagando sus instrumentos para ahorrar electricidad, pero será inevitable que quede totalmente fuera de servicio entre los años 2025 y 2030. Cuando su última chispa la haya recorrido, quedará a la deriva en el espacio, impulsada a ciegas por la inercia, como un sarcófago de la historia de la humanidad.

Y lo será porque en su interior, junto con el para entonces inútil instrumental científico, viaja también un disco dorado. Un vinilo hecho de oro donde además de las figuras de un hombre y una mujer, se grabaron distintos sonidos terrestres -desde cantos de ballenas hasta el llanto de un bebé- saludos en 55 idiomas, y música que incluye tanto las refinadas obras de Mozart como los pegajosos ritmos de Chuck Berry.

Se trata de un mensaje en una botella. Un testimonio de la existencia y progreso de la raza humana.

Según la NASA, la Voyager está destinada a “vagar -quizá- eternamente por los confines de la Vía Láctea”.

Y digo quizá, porque pese a todo aún existen algunas opciones. Una es que, algún día, sea atraída por una estrella o un planeta con atmósfera y se incinere al acercarse. Otra es que se dirija cual misil contra un planeta o luna sin atmósfera, y se desintegre en el impacto. Más inusual aunque no imposible, es que se atreva a explorar las entrañas de un agujero negro. En ese caso, fuera de ser aplastada por la enorme gravedad, no podemos estar muy seguros de qué le sucedería.

Pero existe una última posibilidad: que en algún remoto lugar, una raza tanto o más avanzada que nosotros la encuentre y la rescate.

Será interesante saber si, para entonces, la Voyager se convertirá en un saludo, en el inicio del primer contacto conocido entre civilizaciones del universo, o bien si será sólo un testamento de lo que alguna vez fuimos.

Que estemos todavía ahí para averiguarlo depende de nosotros.

Christian F. Leal Reyes
Periodista – Director de BioBioChile