Hordas de pájaros asesinos, enloquecidos, atacan, picotean a diestra y siniestra a los pobladores de Bodega Bay, una pequeña y apacible comarca pesquera en la costa de San Francisco. Cunde el pánico. En la posada local, acodado al mesón, un parroquiano habitual empina el codo y se encarga de resumir proféticamente la situación lanzando un juicio categórico. “Viene el final del mundo”. Y una anciana ornitóloga, aperitivo en mano, sostiene que el violento fenómeno podría ser irreversible. Acaso una respuesta de la naturaleza porque los humanos jamás hemos sabido comportarnos, hemos abusado sin tasa ni medida del medio ambiente.

Todo esto forma parte del argumento de “Los Pájaros”, la famosa y terrorífica película del director inglés Alfred Hitchcock, un maestro del séptimo arte. El film, todo un melodrama, sigue cada día más joven que nunca. Ha cumplido cincuenta años y, con justicia, ha sido motivo de halagos y reposiciones en televisión y en el ámbito de diversas filmotecas europeas.

Aquel vertiginoso cineasta, mago del suspenso y del crimen, nunca estuvo desencaminado. Jugó con los miedos que anidan en la conciencia de nuestra especie pero más allá de la ficción supo también interpretar buena parte de las tantas miserias humanas, los conflictos oscuros bañados en incertidumbres o en los fríos atolladeros del vacío y de la maldad.

Ese infatigable Hitchcock, que viviera 80 años muy fecundos (murió en abril de 1980) también se mantiene hoy imbatible. La mayoría de sus cincuenta y nueve películas, desde el cine mudo acá, siguen provocando asombro de los cinéfilos y de los espectadores en general.

Nacido en un distrito cercano a Londres, hijo de padres modestos, católicos y tenderos, chico tímido y apocado por su aspecto regordete, rasgos que conservara de por su vida, triunfó primero en su país natal y más tarde, ya instalado en Norteamérica, conquistó el mercado mundial. “Rebeca”, aquel film de 1940 con dos consagradas estrellas, Joan Fontaine y Lawrence Olivier, fue su primer campanazo.

La materia prima de “Los pájaros” salió de un cuento de la escritora Daphne du Maurier. La estructura del film, coherente, sencilla y sólida al mismo tiempo, una historia sin explicación racional, contó con asombrosos efectos técnicos donde aletean espantosos gorriones, cuervos y gaviotas que chillan, hieren y matan. El rol protagónico femenino, el de la atractiva Melanie Daniels, fue interpretado por la actriz Tippi Hedren.

Dos años antes de esta producción (la vida real siempre supera a la más cara fantasía), en la bahía de Monterrey, sita en la costa californiana, bandadas de cuervos y de gaviotas trastornadas atacaron y malhirieron en plena noche de agosto a la vecindad. Hace poco un equipo de biólogos marinos descubrió, por fin, que aquellos pájaros se habían alimentado y trastornado luego de consumir algas marinas microscópicas envenenadas con una toxina mortal, el ácido domoico que daña el sistema nervioso.

Al genial Hitchcock, al margen de su obra, se le recuerda por su buen humor. Sobretodo por una personalidad posesiva y manipuladora con las actrices. Tenía fijación por las rubias “porque son más misteriosas” dijo alguna vez.

Entre otras doradas cabelleras trabajó con Ingrid Bergman y Grace Kelly. A Tippi Hedren, Natalie Hedren en la vida real, la sacó de un anuncio publicitario de la televisión convirtiéndola, de la noche a la mañana, en una figura de primer plano. Pero Tippi, que también hizo con Hitchcock la película “Marnie”, nunca llegó más lejos y hoy convertida en millonaria abuela provecta y encremada, madre de Melanie Griffith y suegra de Antonio Banderas, no guarda ningún fervor cariñoso por el célebre caballero.

Del film “Los pájaros” se pueden hacer numerosas lecturas. Me quedo con la visión de un mundo aparentemente ordenado pero, lo sabemos y olfateamos a diario, donde detrás de la fachada, hay un panorama turbio e inquietante. Nuestro querido globo azul se ha convertido en un espacio sucio, estrecho e inhumano. No estamos lejos de la angustia y el terror.

Según centenares de científicos ya hemos traspasado los límites de un planeta acogedor y sostenible. Y si al fenómeno le agregamos la abrupta carga social, la crisis del sistema, esa crueldad, violencia e impudicia en la política o en los negocios, inclusive en las creencias, nos quedamos en la pura precariedad. Y claro, por ejemplo, ya estamos siendo el blanco permanente, sin respuesta, de incontroladas furias climáticas o de mutaciones desconocidas.

¿Serán otros pájaros enloquecidos que nos acechan?

Oscar “El Monstruo” Vega

Periodista, escritor, corresponsal, reportero, editor, director e incluso repartidor de periódicos.

Se inició en El Sur y La Discusión, para continuar en La Nación, Fortin Mapocho, La Época, Ercilla y Cauce.

Actualmente reside en Portugal.