Desde Yumbel, Región del Bío Bío, un usuario de BioBioChile nos envía esta imagen y la siguiente descripción:

Esta pequeña mota de pelos acompañó nuestro hogar por 14 años, uno menos que el tiempo que llevo viviendo con mi familia en el pueblo donde resido actualmente. Mi abuela llegó con la sorpresa a la casa en febrero de 1998, llevándola dentro de una caja de tomates.

Un sinfín de nombres para la nueva integrante se escuchó por espacio de un mes hasta que a mi padre, profesor de Inglés, se le ocurrió un nombre conciso pero imponente: “Kiss”. Ella se convirtió desde su llegada en nuestra alegría y, por algunas semanas, en un motivo para cultivar el insomnio hasta que se acostumbró a la pequeña vivienda de interior donde vivíamos.

Su ladrido era agudísimo y más de alguien lo describió como una “acupuntura gonadal”. Doy fe que éste se distinguía de los ladridos de otros perros a casi 100 metros. Cada persona que golpeaba la puerta fue recibida con sus gritos, mismos que se repetían estando ya dentro de la casa. Cuando ya se ganaban su confianza, la Kiss dejaba de ladrarles (algunos tuvieron que esperar años para esto).

Lo primero que llamó la atención fueron sus dientes ya que, por algún motivo que siempre desconocimos, su mandíbula tenía un leve desplazamiento. Para los que visitaban nuestra casa ya no les extrañaba ser recibidos por “la perrita papiche”.

Su odio hacia los felinos era, por decir lo menos, extraño. Desde el primer día de su vida convivió con los gatos de nuestros vecinos, y la relación con éstos era de amor-odio. Después adoptó algunas costumbres, descubriendo que despertar estirándose como un felino era lo mejor de la vida. Ello no evitó que los persiguiera, les ladrara y saliera corriendo al patio cada vez que pronunciábamos la palabra “gatito” o escuchara un maullido.

El carácter de la Kiss superaba con creces su estatura de 30 centímetros, manifestándose de las formas más cómicas. La criamos toda la vida con comida casera, y cuando le servían algo que no le agradaba, tomaba el plato con los dientes y lo volteaba en señal de desaprobación.

Los azares de la vida hicieron que se ensañara con los calcetines que, por flojera, dejábamos tirados en cualquier lugar de nuestras piezas. De seguro era su afán de orden que la obligaba a tomarlos y enterrarlos en el patio o en los maceteros, acusando su actuar al exhibir su barba blanca teñida de tierra. Si no era en el patio, escarbaba los sillones y los escondía cuando no estábamos en la casa.

Le gustaba mucho la panita de pollo, pero le dimos tanto que terminó aburriéndose. El atún jamás dejó de gustarle, y cada vez que mi madre sacaba el abrelatas, la Kiss llegaba corriendo a la cocina para cobrar su tributo.

Hasta hace unos años nuestro patio estaba rodeado por cercas de madera, y los pollitos de uno de mis vecinos cometieron el error de cruzar por las rendijas hacia el territorio de la Kiss. Posteriormente vimos que habían hoyos en el patio con algunas plumas rodeándolos. Nosotros decidimos pensar que ella quiso darles una cristiana sepultura.

Su “chiche” era una pequeña pelota verde. Por lo general ella pasaba por el lado de ésta y no la tomaba en cuenta, hasta que uno de nosotros la pateaba e iniciaba el juego. Corría con la pelotita por toda la casa, evitando que le diéramos alcance. Cuando hacíamos el amago de quitársela, nos gruñía y nos mordía con sus (para nada dañinos) dientes.

Hubo un elemento de la casa hacia el cual nuestra querida perrita tenía una misteriosa admiración y rencor. Éste era un peluche de Winnie The Pooh que mi hermana menor dejaba sobre su cama. En cientos de oportunidades vimos a la Kiss sobre la cama, gruñendo al peluche o llevándoselo a algún escondite para morderlo con ansias.

Hace poco nos enteramos de su daño renal que se encontraba en la última etapa. La agonía que vivió fue también la nuestra. No entendíamos cómo, en vista de la infinita alegría que nos entregó e inundó nuestros corazones, ella sufriera de esa manera. Nos costó tomar la decisión, pero comprendimos que ella necesitaba descansar.

Sé que no todos comparten el amor hacia los animales y que, para muchos, éstos no deberían ser llorados. No puedo recriminarles nada, porque algunas de estas personas también se encariñaron con nuestra perrita e, incluso, se han dado la molestia de contactarse con nosotros apenas se enteraron de la noticia. Comprendieron que ella se crió como un componente más de nuestra familia.

Pero no crean que la Kiss se fue, porque ahora vigila nuestro patio las 24 horas. Y les aseguro que ella no pasará frío ni se aburrirá: está premunida de la frazada que le tejió mi madre, la pelotita verde que no soportaba que le arrebataran y, además, la acompaña Winnie The Pooh. Les recomendamos no entrar al patio, porque ella se encargará de advertirnos.

Kiss | DM (BBCL)

Kiss | DM (BBCL)

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