Tres años, nueve meses y 29 días después de haber sido liberado de la prisión que lo mantuvo casi tres decenios en el encierro, Nelson Mandela recibió el Premio Nobel de la Paz junto al presidente sudafricano, Frederik Willem de Klerk en 1993. El trabajo que ambos realizaron en conjunto para “el fin pacífico del régimen del apartheid, y por sentar las bases de una nueva Sudáfrica democrática” -describió en ese entonces el Comité Nobel Noruego del Parlamento Noruego- les valió el reconocimiento mundial.

El acercamiento y la estrechez de lazos entre el gobierno de ese país y Mandela no fue algo que se gestara posterior a su largo encarcelamiento. La figura del activista y uno de los principales rostros del Congreso Nacional Africano (ANC) concitó la atención del orbe cuando, en medio de las brutales represiones que sufría la población negra en la lucha por la igualdad de derechos, la exigencia de su liberación se convirtió en el símbolo de la lucha contra el apartheid.

Lo anterior motivó a que las autoridades iniciaran hacia el fin de su presidio una serie de conversaciones con quien en 1994 se convirtiera en el primer presidente negro de Sudáfrica en las primeras elecciones abiertas a toda la población, incluyendo a los que fueron eternamente excluidos por su color de piel. El gobierno no quería que Mandela se convirtiera en un mártir dentro de la cárcel, viendo en él una vía para salir de la recriminación de la comunidad internacional.

Sin embargo, la asignación de la presea no estuvo exenta de polémicas. Incluso, muchos vieron este reconocimiento como una apología a la violencia. Según los reportes policiales replicados por la Comisión de Verdad y Reconciliación de Sudáfrica, al menos 130 personas murieron entre 1976 u 1986 por acciones vinculadas al brazo armado de la ANC. Una gran parte de las víctimas, casi 100, eran civiles. ¿Cómo era posible que se le entregara el Nobel de la Paz a quien lideró y fijó los cimientos de una organización manchada con la sangre de esos muertos?

La violencia: única alternativa

Desde su fundación en 1912, el Congreso Nacional Africano defendió la vía pacífica como medio para hacer frente al sinnúmero de discriminaciones que relegaban a los negros a la posición más baja de la sociedad sudafricana. Las injusticias y el tratamiento que tenían en comparación a los blancos propició a que aunaran fuerzas a través de este partido.

A esta cruzada se unió Nelson Mandela en 1944, cuando el joven abogado pasó a integrar a las filas del ANC. Sin embargo, la represión de la policía y las acciones contra la mayoría negra recrudecieron ante el llamado a la desobediencia civil que realizó el partido y se replicó en todo el país.

La masacre de Sharpeville, ocurrida el 21 de marzo de 1960, marcó un punto de inflexión en la historia sudafricana. Una protesta en dicha localidad dejó como saldo 69 personas muertas, luego que los inexpertos policías se desesperaran ante las 19.000 almas que protagonizaban una de las manifestaciones más importantes contra el régimen. Debido a la indignación que colmó a toda la nación y la violencia que inundó las calles, el gobierno declaró estado de emergencia y, junto a ello, se estableció la ilegalidad del ANC.

En la clandestinidad, Mandela se vio sin opciones, como lo manifestara en su histórico discurso de 1964 ante los tribunales. Ello significó que legitimara la lucha armada, con el fin de disminuir el poder a los opresores blancos. En julio de 1961 conversó con altos miembros del Congreso Nacional Africano, en lo que se considera como el inicio de la facción armada del partido: el Umkhonto we Sizwe (“lanza de la nación“).

Ese mismo año, quien posteriormente sería la máxima autoridad de Sudáfrica envió a los diarios una carta en la que se anunciaba el comienzo de una campaña de sabotaje contra el gobierno. La acción del Umkhonto we Sizwe, conocido también por su abreviación MK, partió el 16 de diciembre con el bombardeo a una subestación eléctrica. El ataque contra máquinas gubernamentales, cultivos y dependencias del Estado fueron la tónica del naciente grupo guerrillero.

Con el fin de concitar el apoyo y recaudar fondos, Mandela salió de Sudáfrica para dirigirse a Argelia, Egipto y Ghana. En estos países no solo consiguió instrucción militar y dinero para el movimiento, sino también habría sufrido un cambio profundo en sus ideales, según relataron sus cercanos.

A su regreso fue capturado, y recibió una condena de cinco años por salir del país sin autorización, además de instigar a huelgas. En su encierro, la comandancia militar del Congreso Nacional Africano fue detenida en el cuartel general clandestino que mantenían.

Con ellos, Mandela fue llevado a juicio, acusado de sabotaje y conspiración para derrocar al gobierno. En ese entonces sabía que solo tenía dos destinos posibles: la muerte o la cadena perpetua. Esta última fue la que finalmente se determinó en su contra el 12 de junio de 1964.

Más de 27 años de prisión fueron los necesarios para que Mandela, quien gozaba de popularidad entre quienes batallaban contra la opresión, se convirtiera en un ícono de la igualdad de derechos y una gigantesca piedra en el zapato para el régimen. Incluso en 1985 se le ofreció la libertad condicional bajo el compromiso de deponer la vía violenta, la que rechazó a través de una declaración leída por su hija Zindzi.

El furioso renacer del MK

En su estancia en la cárcel, Umkhonto we Sizwe, sin la dirección de Mandela, empezó a llevar a cabo diversas arremetidas militares incluso fuera de Sudáfrica sin mayor éxito. Prácticamente disuelta, la cohesión de la MK no tuvo lugar hasta cerca de 1976, reclutando miembros en un proceso lleno de dificultades y acusaciones por malos tratos en el interior de la guerrilla.

La década de los años 80 fue la que concentró la mayor actividad de la MK. Por un error logístico, la explosión de un auto bomba mató a 19 civiles en las cercanías de los cuarteles de la Fuerza Aérea Sudafricana en Pretoria, el 20 de mayo de 1983. Los atentados explosivos fueron la tónica de la agrupación hasta pasada la mitad de la década.

Una vez que Nelson Mandela fue liberado y las políticas del apartheid desaparecieron del marco legal de Sudáfrica, la MK desistió de realizar mayores actividades terroristas y se unieron a las Fuerzas Armadas en 1994.

Las víctimas de Umkhonto we Sizwe fueron el peso con el que debió cargar Mandela en su gobierno, mismo donde encargó un informe con características similares al redactado por la Comisión Rettig en nuestro país. Los muertos durante la lucha por la igualdad aún son el fantasma de la democracia sudafricana.