Más de 180 candidaturas a la Cámara de Diputados impugnadas, 1.293 candidaturas a CORE rechazadas. Nueve mil firmas ante un notario fallecido, notarías inexistentes, un constituyente que tenía un cáncer que en realidad no era tal. Concejales ebrios, escándalo en la municipalidad de Vitacura, cuestionamientos a la actuación del Banco Central, son solamente alguna de las cosas que observamos en la semana recién pasada.

Si bien es cierto las actuaciones individuales no reflejan las generalidad, cabe preguntarse ¿en qué sociedad estamos viviendo?, ¿qué clase política nos está gobernando? ¿cuál es la real altura moral de los constituyentes para escribir una constitución que definirá los destinos de nuestro país?

En términos de noticias, en el último tiempo la mayoría de lo publicado pareciera formar parte de un reality mediocre, donde el sensacionalismo y las discusiones carentes de fundamentos dominan la escena.

Esta democracia en la que el personaje público es votado y evaluado minuto a minuto, distorsiona sus objetivos de búsqueda de las mejores decisiones para todos. Muchos argumentan que esta es la nueva forma de participación ciudadana, aunque muy difícil de entender sin elementos intermedios como los partidos políticos que filtran de alguna manera a la gente que puede aportar en el debate público. El proceso que implica participar en estas instancias intermedias, permite chequear y conocer a los participantes. Por el contrario, la gente elegida por la aprobación e influencia de las redes sociales, desconocidas en su gran mayoría, generan que entren al ruedo personajes que no necesariamente están preparados para dialogar con formación y altura ética, con proyectos sociales que optimicen el interés del colectivo.

Cuando Rodrigo Rojas finge tener cáncer ¿qué buscaba? Pasa a segundo plano la búsqueda del bien común que debería movilizar a cada persona dedicada al servicio público. Esto es el relato del absurdo. ¿A qué punto hemos llegado? ¿es realmente tan necesario atraer la atención a cualquier costo? ¿Qué tan narcisista puede llegar ser aquel que participa de la vida pública?

Estas personas -pertenecientes al grupo de constituyentes- deberían ser referentes morales, independiente de la posición política que pudiesen representar. Sus actos en todo momento deben tener la altura ética exigible a cualquiera que detente una posición relevante en la determinación de nuestro futuro. Complicado es el hecho de que algunos representantes carezcan incluso de la responsabilidad que implica representar los intereses de sus propios electores.

Vemos una pérdida generalizada en el compromiso con el servicio público. La gente pierde la confianza. La aprobación de la constituyente cae de manera permanente y obviamente esto no puede ser una casualidad.

Existe un total abandono, un desdén por todo lo que implique una discusión técnica de los temas, desacoplándose la política de conceptos fundamentales para la toma de decisiones. Que mejor muestra de ello, que a pesar de las explicaciones dadas tanto por el ministro de Hacienda (oficialismo), como también por el presidente del Banco Central (oposición) respecto a los peligros de un cuarto retiro de fondos de pensiones, no se han logrado evitar la tentación ser populares cuando se discuten estas políticas públicas.

Todos -cualquiera sea su posición- preocupados de decir lo que la mayoría quiere oír. Que más claro que el pronunciamiento que se le pide a una candidata presidencial por el cuarto retiro, que obviamente no se pronuncia por temor a la pérdida de votos. Otros peor: reconocen que es una mala política, pero la van a aprobar igual.

Estamos en un momento histórico en donde el bien común ha pasado a un segundo plano. El individualismo, los intereses pequeños, el corto plazo y el cálculo electoral están dominando la escena pública.

Vivimos en una sociedad que se rige por la democracia del twitter, sin estructuras colectivas. El individualismo campea. Existe una suerte de adoración por estos nuevos sujetos que irrumpen sin mediar estructura alguna, creyendo que el apoyo virtual les da autoridad política. Creen estar por sobre consideraciones técnicas, objetivas y de interés colectivo, predicando con un pobre y escaso conocimiento de los temas.

Estamos frente al recambio formal de actores políticos, pero ya no se puede hablar de servidores públicos. Se echan de menos aquellas figuras que demostraron ser grandes líderes, admirados por partidarios y detractores, que reconocían su estatura y aporte. Eran los tiempos en que sin perder convicciones, se perseguía lo mejor para toda la sociedad.

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