El desafío del pensamiento de derecha no es disculparse por defender la libertad, sino reafirmarla con orgullo. No desde la arrogancia, sino desde la convicción de que un orden basado en la propiedad, el contrato y la autonomía no solo es justo, sino profundamente humano. No implica negar las desigualdades ni ignorar los problemas del presente, es afirmar que la libertad- económica, moral, espiritual- es la condición elemental de la dignidad humana. Es reconocer que el Estado no puede reemplazar al individuo, ni la igualdad puede suplantar a la justicia.

Toda concepción del mundo y de las relaciones sociales, económicas y culturales encuentra en sus bases ciertas ideas y reflexiones, las premisas de algún filósofo o pensador que ofreció una visión renovada de la dinámica de los tiempos y sus condiciones elementales, de aquello que transcurría ante sus ojos y que necesitaba entender, para luego montarlo en una teoría y entregarlo como artefacto cultural transformado bajo el filtro de su novedosa comprensión.

Conviene tenerlo presente, en especial cuando algún político se declara partidario o adherente de alguna facción, movimiento o sector del arco político, por más manoseados y distantes de su concepción original que se encuentren los conceptos de “izquierda” y “derecha”, acuñados durante la Revolución Francesa.

Parece una obviedad decir que escasea en estos tiempos una pizca de reflexión intelectual de nuestros representantes, herederos por accidente de una tradición que suelen ignorar. El razonamiento crítico de las bases filosóficas de las tendencias políticas degenera cuando deja de buscar la verdad para empezar a reclutar adhesiones.

Al verse invadido por la lógica de la inmediatez, el pensamiento se vuelve refractario a la complejidad; se prefiere el slogan a la argumentación, el gesto a la idea. La ley del mínimo esfuerzo convierte la reflexión en repetición y la ideología en consigna. La distorsión que provoca el cuidado de la imagen reemplaza el contenido por el encuadre: ya no importa lo que se dice, sino como se ve. Así, la política, que alguna vez fue filosofía en acción, se convierte en un espectáculo sin ética ni profundidad.

Raíces del Capitalismo

En tiempos donde el capitalismo suele ser cuestionado más por hábito que por comprensión, vale la pena volver a sus raíces filosóficas, no como defensa de un sistema perfecto, sino como reconocimiento de una tradición intelectual que ha permitido libertad, prosperidad y creatividad a escalas sin precedentes.

El capitalismo nace de una concepción profunda del ser humano como agente libre, autónomo, dotado de dignidad y responsabilidad. Su raíz data del Renacimiento, el florecimiento vino a darse con la Ilustración. La idea de que el ser humano es dueño de sí mismo, libre para escoger su destino y responsable de su bienestar, fue esencial para desplazar el orden medieval, basado en jerarquías rígidas y legitimidades religiosas.

Lejos de promover el egoísmo, como algunos de sus críticos sugieren, su arquitectura filosófica se sustenta en la libertad individual como valor supremo. En este punto, Hayek y von Mises fueron lúcidos: no hay orden social posible si no se respeta la espontaneidad de las decisiones individuales. No es la planificación central ni la ingeniería social lo que produce bienestar, sino el entretejido de millones de elecciones personales que ningún burócrata puede anticipar.

Friedrich Hayek, en su obra Camino de servidumbre, advirtió sobre los riesgos del poder concentrado y los impulsos totalitarios de las ideologías igualitaristas. Defendió el mercado no como un culto al dinero, sino como un mecanismo de coordinación que respeta la complejidad de la sociedad. Ludwig von Mises, por su parte, demostró con rigor que sin precios libres no hay cálculo económico posible: el socialismo fracasa, no solo por falta de incentivos, sino por ignorancia del funcionamiento real de las economías humanas.

Max Weber aportó una clave cultural: la ética protestante no solo promovió el trabajo duro y la responsabilidad individual, sino que sentó las bases espirituales para una economía orientada al largo plazo, a la acumulación virtuosa y al autocontrol. El capitalismo moderno no surgió del goce inmediato, sino del sacrificio y la disciplina. Esa ética fundacional es lo opuesto a la frivolidad que hoy algunos asocian al consumo.

Robert Nozick, en tanto, llevó la filosofía liberal a un plano radicalmente ético: cada persona tiene derechos que no pueden ser sacrificados en nombre de supuestos fines colectivos. En Anarquía, Estado y Utopía, defendió un Estado mínimo como marco para proteger libertades, no para imponer visiones morales o redistribuir lo ajeno.

La lista de autores es larga: Adam Smith, Locke, Jean Baptiste Say, Burke, Friedman, Scruton, Strauss, Rand, Buchanan, por mencionar a algunos. Particularmente interesante es la posición de Steven Pinker, psicólogo cognitivo, lingüista y escritor, que desde su cátedra en Harvard se ha elevado como una de las figuras más influyentes del pensamiento ilustrado contemporáneo. Su trabajo combina ciencia, humanismo y análisis de datos, para llegar a argumentar que los valores de la ilustración- razón, ciencia, humanismo y progreso- han sido los motores del bienestar humano. Su estilo se caracteriza por el uso de estadísticas, gráficos y tendencias históricas que refutan la visión pesimista del mundo.

Aunque no es un autor de derecha tradicional, Pinker es crítico del relativismo posmoderno, del nihilismo cultural y del antioccidentalismo ideológico. Su defensa del progreso capitalista, el libre comercio, el conocimiento científico y el orden liberal, lo ha alineado indirectamente con el pensamiento liberal clásico. Citarlo es relevante porque ofrece un respaldo empírico y racional, no ideológico, a los efectos beneficiosos de la libertad individual, el comercio, la ciencia, el Estado de Derecho y las sociedades abiertas. Pinker no busca evangelizar políticamente, sino mostrar con evidencia que el progreso es real y merece ser defendido.

Libertad, condición elemental de la dignidad humana

Más allá de la economía, el capitalismo ha sido el suelo donde florecieron los grandes movimientos culturales contemporáneos. El rock, el cine independiente, las industrias creativas, la innovación tecnológica, el feminismo liberal, las disidencias que encontraron en el mercado un espacio para existir sin tutela estatal. Paradójicamente, muchas expresiones críticas al capitalismo nacen y se financian dentro de él.

Las izquierdas suelen idealizar estructuras igualitarias que, en la práctica, han derivado en autoritarismos y estancamiento. El afán de corregir todas las desigualdades desde el poder termina, muchas veces, anulando la libertad de quienes dicen proteger.

La derecha liberal, en cambio, ha puesto el acento en el mérito, en la responsabilidad individual y en la igualdad ante la ley, sin confundirla con igualdad de resultados. En un mundo cada vez más tentado por la cancelación, la obediencia y el pensamiento único, recordar a estos autores no representa un gesto nostálgico, sino un acto de resistencia cultural.

El desafío del pensamiento de derecha no es disculparse por defender la libertad, sino reafirmarla con orgullo. No desde la arrogancia, sino desde la convicción de que un orden basado en la propiedad, el contrato y la autonomía no solo es justo, sino profundamente humano. No implica negar las desigualdades ni ignorar los problemas del presente, es afirmar que la libertad- económica, moral, espiritual- es la condición elemental de la dignidad humana. Es reconocer que el Estado no puede reemplazar al individuo, ni la igualdad puede suplantar a la justicia.

El capitalismo, lejos de ser una estructura fría y desalmada, es una construcción moral que ha permitido a millones de personas salir de la pobreza, decidir sobre su vida y proyectar su futuro. No hay sistema perfecto, aún queda espacio para humanizar el capitalismo, para colocar a la dignidad por delante del rendimiento, regular más límites y menos idolatría al éxito, pero sin dejar de reafirmar que hay principios que no pueden ser abandonados sin poner en riesgo lo más valioso: la libertad.