El orden internacional basado en el libre comercio, la democracia y el multilateralismo, que durante décadas dominó el sistema global, atraviesa tensiones con el ascenso de Donald Trump y el fortalecimiento del bloque de países BRICS+, un conglomerado de Estados diversos, formado por diez países, 5 originarios (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y 5 integrados en 2024 (Irán, Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Etiopía y Arabia Saudita).
El enfoque transaccional y nacionalista de Trump coincide con la pretensión del BRICS+ por redefinir el poder global y aprovechar el descrédito del modelo occidental en amplias zonas del mundo. A la luz de los acercamientos de Chile con este bloque, es aconsejable que se avance con extrema atención y cautela, calibrando con precisión los costos y beneficios que ello puede tener para nuestro país.
BRICS+: el regreso del sur global
La ampliación del BRICS en 2024 marcó su tránsito desde un club de economías emergentes hacia una plataforma política con aspiraciones globales. Más que una sigla, BRICS+ encarna un intento de llenar el vacío dejado por el Movimiento de Países No Alineados y desafiar la hegemonía occidental desde una identidad plural y disonante.
A diferencia del G7, cuyo cimiento común es la democracia y la economía liberal, el BRICS+ es un mosaico en el que priman regímenes autoritarios, democracias plenas, híbridas y autocracias. Su unidad no parece reposar en una ideología compartida, sino en el rechazo a un orden percibido como injusto, excluyente y obsoleto.
Un nuevo eje global
El BRICS+ representa hoy cerca del 46% de la población mundial, frente al 10% del G7. En términos de paridad de poder adquisitivo, ya supera al bloque occidental, y se estima que hacia 2040 lo alcanzará también en volumen económico absoluto. Su avance ocurre en paralelo a la erosión del poder occidental, debilitado por el populismo, la polarización y una legitimidad institucional en crisis.
Estados Unidos, bajo el ideario trumpista, ha abandonado su papel de arquitecto del sistema internacional y optado por un nacionalismo pragmático, mientras China busca proyectarse como líder de una globalización alternativa, mediante inversiones estratégicas, diplomacia energética y protagonismo en el BRICS+. No obstante, el grupo no es un simple brazo de Pekín: India y Brasil resisten su hegemonía, Rusia lo instrumentaliza frente a las sanciones occidentales y nuevos miembros, como Irán o Arabia Saudita, impulsan sus propias agendas.
¿Alianza estructurada o plataforma de oposición?
Pese a su creciente peso, el BRICS+ dista de ser un bloque cohesionado. Las tensiones internas —como la rivalidad sino-india o las diferencias de modelo entre Rusia y Brasil— dificultan su articulación como actor normativo global. A diferencia del G7, que opera con cierto alineamiento, el BRICS+ es reactivo: más eficaz como crítica que como propuesta. Sin embargo, no debe subestimarse su capacidad disruptiva. A través de iniciativas como el Banco de Desarrollo del BRICS y el impulso a transacciones energéticas fuera del dólar, el grupo comienza a erosionar pilares del orden financiero liberal.
Una advertencia para Chile
Paradójicamente, la política exterior de Trump ha fortalecido al BRICS+. Al debilitar organismos multilaterales y vaciar de contenido el liderazgo occidental, ha abierto espacio a actores que, pese a su heterogeneidad, ofrecen al sur global una alternativa —imperfecta, pero atractiva— frente a la subordinación histórica.
La participación del presidente Boric en la próxima cumbre de los BRICS+ en Brasil marca un giro simbólicamente potente, pero estratégicamente incierto en la política exterior chilena. A diferencia de Brasil —miembro fundador del bloque, con masa crítica y ambiciones geopolíticas propias—, Chile es un país con una economía pequeña y profundamente integrado al orden liberal global a través de una densa red de acuerdos comerciales, los que no pueden ponerse en riesgo. Si bien es legítimo explorar nuevos espacios de diálogo Sur-Sur, no hay que olvidar nuestras dependencias en materia económica, de defensa e incluso nuestros nexos valóricos y culturales.
La reciente ampliación del bloque —impulsada por Pekín pese a las reservas de Brasil e India— ha alterado el equilibrio interno y desplazando a las democracias del grupo a una posición minoritaria frente a regímenes autoritarios. A ello se suma una asociación incómoda con actores como Irán y Rusia, que compromete la narrativa brasileña de neutralidad y pone en tensión sus vínculos con socios tradicionales en Europa y Estados Unidos. La cumbre de este año, con la eventual presencia de líderes sancionados por la comunidad internacional, anticipa los dilemas diplomáticos que el bloque impone a sus miembros.
En tiempos de fragmentación, cuando Estados Unidos ensaya una política exterior transaccional bajo el ideario de Trump, el margen para decisiones improvisadas se reduce. Explorar nuevos espacios no puede implicar la renuncia a principios ni a intereses concretos. El desafío no es solo definir con quién dialogar, sino cuándo, cómo y con qué propósito.