Ya se ha hecho completamente evidente que el Gobierno ya no es ni lo que sus tempranos opositores temían ni lo que sus partidarios originales esperaban. Este proceso de mutación comenzó a partir del 4 de septiembre de 2022, cuando sus pretensiones refundacionales fueron rechazadas por la gran mayoría del pueblo, dejando en evidencia que las prioridades valóricas y programáticas enarboladas por su coalición original estaban lejos del sentido común popular.

En realidad, durante 6 meses se había vivido en un error, bastante habitual en la política. Cuando triunfó Bachelet casi por walk-over contra Matthei en la segunda vuelta de 2013, se dijo que el país había virado a la izquierda y se requería una retroexcavadora, pero luego las reformas emprendidas chocaron contra el sentido común de las clases medias; cuando ganó Sebastián Piñera en segunda vuelta contra Guillier después de un modesto resultado en primera vuelta, se dijo que el país había virado a la derecha, pero a poco andar nos encontramos con la rebelión popular más extendida de la que tengamos memoria.

El Gobierno del presidente Gabriel Boric incurrió en similar error de diagnóstico, creyendo que el 55,9% obtenido en segunda vuelta representaba un viraje masivo y consistente a la izquierda, olvidando rápidamente que sólo un mes antes su programa de cambios estructurales y su liderazgo habían obtenido un escuálido respaldo de 25,8%, convirtiendo a Gabriel Boric en la persona que se convierte en presidente de Chile con menos apoyo propio en toda la historia contemporánea.

Este colosal error de diagnóstico llevó al Gobierno a dejar que sus partidos avalaran una propuesta constitucional refundacional, ignorando todas las señales que evidenciaban el cambio de estado de opinión en la ciudadanía, particularmente en el avance inusitado de la demanda de orden como reacción al estallido social y sus efectos posteriores. Aunque parezca increíble, el convencimiento de representar a la mayoría era tan ciego que llevó al gobierno a apostar todo su capital y su programa al triunfo del Apruebo, con la consecuencia previsible del término del gobierno, al menos en su programa, identidad y dirección original.

Presentando esta tesis a fines del año pasado ante una audiencia con predominio opositor, una señora me preguntó airada si acaso esa mutación era por convicción o por obligación. Le contesté preguntándole si acaso importaba si la oruga devenía en mariposa por voluntad propia o porque no tenía otra alternativa. El hecho irredargüible es que luego de la derrota electoral, política y cultural del 4-S, el Gobierno comenzó a mutar.

Si le hubiera dicho a mis colegas Gonzalo Winter y Diego Ibáñez que antes del año de ejercicio gubernamental la columna vertebral del poder en el Ejecutivo iba a estar conformada por líderes concertacionistas habrían invocado locura de mi parte. Y si les hubiera insistido en que se renovaría más de 30 veces el estado de excepción en la Araucanía, aprobado el proyecto de ley de infraestructura crítica para que puedan participar los militares incluso en el control migratorio, que celebrarían el ingreso por fin al TPP-11 y la actualización del TLC con la Unión Europea, o que su gobierno respaldaría un proyecto contra las usurpaciones dejando de considerarlas como un derecho del pueblo, habrían terminado por quitarme el saludo y perdiéndome el respeto que me gané en años de discusión y diálogo con ellos.

Ni el más ciego opositor puede discutir, por furibundo que sea, que el gobierno que tiene al frente no es el que temía en marzo de 2022, y está obligado a reconocer que el presidente Boric y el equipo que lo acompaña, han hecho desde octubre pasado un esfuerzo gigantesco por ajustar sus prioridades a las de la gente. Por supuesto, buscando evitar el distanciamiento de los suyos, con señales muchas veces contradictorias y cierta arritmia política, pero el desafío de todo gobierno es sintonizar con las mayorías sin perder apoyo de los suyos, objetivo que muchas veces se hace imposible, como lo reveló la coyuntura de los indultos.

En el campo de sus partidarios, no son pocos los que resienten la mutación como si se tratara simplemente de una capitulación, se resisten al esfuerzo de sintonizar con los tiempos y el estado de opinión actual. Son los que leyeron equivocadamente el estallido social como expresión de rebelión frente al capitalismo cuando el contenido predominante fue más bien el reclamo generalizado a sus promesas incumplidas. Más que la voluntad de sustituirlo, reflejaba la demanda de ser incluido en sus beneficios.

Entonces, la mutación, concretamente, es desde un gobierno que se autodefine revolucionario a un gobierno reformista, que recoge de experiencias pasadas que las reformas, tanto más profundas sean, tanto más apoyo social y político requieren. El gobierno muta porque por fin asume que no será evaluado por el grado de concreción de su programa, sino fundamentalmente por su capacidad para reducir la inseguridad, combatir el narcotráfico, controlar la inmigración y recuperar el crecimiento del país.

El gobierno muta porque ahora sabe que la política es siempre en la medida de lo posible, es decir, que lo que se hace depende de la correlación de fuerzas políticas, del apoyo social a sus propuestas y de la disponibilidad de recursos. Para los que construyeron su alternativa de liderazgo sobre la base de la destrucción y denostación de este concepto, asumirlo ahora como suyo no es una simple metamorfosis, sino una verdadera mutación.

El problema es que el presidente Boric y su Gobierno hacen como si siguieran siendo los mismos que asumieron en marzo del año pasado y se resisten a verbalizar su mutación. En parte se entiende porque la maduración vertiginosa del presidente no ha sido acompañada de un proceso equivalente de los partidos y liderazgos que lo respaldan. Se trata, entonces, de una mutación inconfesada e inconfesable. El liderazgo del presidente Gabriel Boric se pondrá a prueba justamente en su capacidad de ponerle nombre, prioridades y objetivos a su gobierno actual, no al que imaginó en la campaña, sino a éste que encabeza hoy, minoritario en la política y minoritario en la sociedad, a este gobierno que debe hacernos volver a crecer y volver a creer en nuestro futuro como nación.

Convendrán conmigo que da lo mismo si la oruga muta por convicción o por obligación, lo que importa es que la mariposa en la que deviene se reconozca a sí misma y sea reconocida en su condición por los demás.