En 1963 se estrenó “Los invasores”, del dramaturgo Egon Wolff (Premio Nacional de Artes de la Representación y Audiovisuales 2013), con la dirección de Víctor Jara y las actuaciones de María Cánepa, Héctor Maglio, Tennyson Ferrada y Bélgica Castro, entre otros.

En “Los invasores”, Lucas Meyer (un exitoso empresario), su esposa Pietá, y sus hijos Bobby y Marcela son “invadidos” paulatinamente en su casa en el “barrio alto” por 4 mendigos, evidenciando el miedo al otro, a los pobres, a las “hordas” populares.

El miedo que mostró en “Los invasores” Egon Wolff, lo sufrieron las élites el 68, con las tomas de terrenos, la Reforma Agraria y durante la Unidad Popular. Luego tuvieron un largo descanso…

Pero ese miedo no es patrimonio sólo de las élites económicas (clase alta-alta y alta-alta-alta), también en la clase media, media alta y alta existe ese miedo a los pobres, a ser usurpados, invadidos, que les puedan hacer perder sus posiciones… Pero en verdad, está arraigado en todos quienes detentamos algún poder, incluidos amplios sectores políticos, atemorizados de perder sus posiciones.

"Los invasores" (elenco original), https://www.flickr.com/
“Los invasores” (elenco original), https://www.flickr.com/

“La alegría ya viene”, con miedo a la gente

A principios de 1988, la gran tarea de quienes luchábamos contra la Dictadura era lograr que la mayor cantidad de opositores se inscribieran en los registros electorales, y los más reticentes eran los simpatizantes de centro izquierda y de izquierda, porque estaban convencidos que habría un fraude (o estaban por la vía armada). Los demócratacristianos se estaban inscribiendo.

En ese contexto, participé activamente en el Comité de Izquierda por Eleciones Libres (CIEL), inscribiendo a militantes en el Partido por la Democracia para que pudieran fiscalizar el recuento de votos y promoviendo la inscripción en los Registros Electorales.

Recuerdo que en marzo o abril se realizaron dos actividades simultáneas. Una era en una comuna central (Quinta Normal, si recuerdo bien) y la otra era Cerro Navia (aunque también pudo ser Renca). Todos los dirigentes fueron a la primera, no sólo porque dudaban que la prensa llegara a la otra, también por temor a “esa” gente. De esta forma, me vi a cargo de un grupo de voluntarios sin presencia de ningún dirigente ni de ningún abogado que pudiera explicar mejor ciertas materias legales o defendernos si llegaba Carabineros a interferir y hostigar (cosa que sucedía habitualmente, a pesar de ser actividades autorizadas). Era un sector pobre, precario, donde pudimos hacer las actividades sin mayores problemas, salvo por el temor causado por la presencia un par de veces de un vehículo sin patente con hombres de anteojos oscuros, y las recriminaciones de algunos integrantes del Partido Comunista.

Poco después, hubo una gran actividad en Valparaíso. Nos trasladamos en buses al puerto, con mucho temor por la posible represión. Y no era para menos, ya que al llegar al plan vimos que estaba repleto de “huanacos”, “zorrillos”, buses de Carabineros y el hacía poco estrenado “Huascar” (trasladados muchos de ellos desde la capital). Luego de conversaciones entre dirigentes y abogados con Carabineros, pudimos hacer nuestra campaña, aunque luchando con el temor que la presencia policial ejercía sobre la población. Como no pasaba “nada” (y había mucha prensa), Carabineros se fue retirando, hasta desaparecer. Sospecho que era una forma de dejar libre el espacio para desmanes.

En esas circunstancias, me resultó chocante el miedo que muchos adultos manifestaron (cosa que ya había hecho la Democracia Cristiana local, no así la JDC que apoyó activamente), temiendo que el “internarnos” en los cerros porteños pudiera ser muy peligroso. ¿Miedo a los pobres, a las “turbas”? ¿A qué?

Fue una fiesta hermosa, emotiva, donde la gente participó en forma alegre, “liberadora” y sin generar un solo problema.

El miedo a la gente en Chile es brutal. Sólo se aceptan aglomeraciones para eventos deportivos o culturales (léase recitales). Pero que la gente participe, opine, se organice… eso no, al menos que lo conduzca el gobierno, un ministerio, el municipio, un partido o una ong. Pero ¿dejarlos libres? ¿Cómo, si no saben, si no son responsables?

Es cierto, el miedo a las “hordas” ciudadanas es casi cultural (los pobres le temen a los pobres-pobres), aunque las diferencias de este sentimiento varía mucho entre distintos grupos y sectores de las ciudades.

En este contexto gris, destaca que muchos jóvenes (aún) no tienen ese temor que tanto daño le ha hecho al país.