Iba a ser una jornada de fiesta, pero terminó en tragedia. Miércoles por la tarde y los ojos del país apuntaban a Coquimbo donde era inaugurada la Pampilla, la celebración más grande de Chile en Fiestas Patrias. Alegría, cuecas y risas hasta que llegó la hora del desastre.

Eran las 19:54 horas, hace pocos minutos se había efectuado el corte de cinta que daba el vamos al magno evento, pero algo sucedió.

El suelo comenzó a moverse, al principio con suavidad y casi de manera imperceptible, pero los segundos pasaron y cada vez fue más y más fuerte. El pánico se apoderó del lugar, gente corriendo, desmayados y autoridades llamando infructuosamente a la calma. Fueron sólo dos minutos, pero se hicieron eternos, amagaron la fiesta y la región de Coquimbo difícilmente podrá olvidarlos.

Dimensionando la tragedia

Al principio el miedo no permitía dimensionar el desastre, pero era una realidad. Un terremoto de magnitud 8.4 con epicentro a 34 kilómetros de Canela Baja había azotado a la región. De la alegría, las cuecas y las risas se pasó a la angustia, la desolación y la muerte. No fue necesaria la orden de evacuación del borde costero, la que vino minutos más tarde, ya que la gente por sí sola se alejó del peligro ante el temor de que un tsunami pusiera en riesgo sus vidas.

En La Serena, cientos de personas subían por la Avenida Francisco de Aguirre, hasta llegar al bandejón central. Allí esperaron instrucciones y los testimonios eran francamente impactantes, pese a que la capital regional fue una de las menos afectadas.

Jorge López, joven de 22 años, esperaba junto a su polola e infructuosamente trataba de tranquilizarla. “Estábamos viendo televisión cuando todo comenzó a moverse. Ni siquiera esperamos que terminara el terremoto, el miedo era mucho y corrimos”, relató. Mientras muy cerca de él Silvia Alucema -quien debió evacuar su domicilio- manifestaba casi a gritos su nerviosismo y angustia: “Se cortó la luz. Yo sentí que se cayeron mis cosas, que se rompieron, pero no pude ver qué era, no supe cuántas cosas perdí”.

Pero el desastre fue más allá del pánico inicial. Al transcurrir las horas, se supo que en total -hasta el jueves- eran 11 las víctimas fatales en la región. Y que comunas como Illapel, Salamanca, Los Vilos y Canela sufrieron los peores daños.

Además, sectores de Coquimbo -como Baquedano y Tongoy- fueron arrasados por el agua que ingresó en esta última localidad casi 700 metros en una pesadilla que se hacía realidad. Recordemos que en 2009 un vidente, Hugo Gómez Solís, predijo que una ola gigantesca afectaría al balneario, provocando la psicosis y el pánico de sus habitantes. Finalmente “la profecía” no se cumplió ese año, pero el miércoles más de alguien la recordó.

Cuando la tierra no da tregua

Este no es el primer terremoto que azota la zona de manera tan brutal. Hace casi 93 años, el 10 de noviembre de 1922, un movimiento telúrico cuyo epicentro se ubicó al este de Vallenar, también llegó a Coquimbo, arrasando con la población Victoria de calle Baquedano, justamente una de las más devastadas con el tsunami esta vez.

En esa oportunidad, fue a las 22:30 horas cuando -según cuentan relatos de la época- un fuerte ruido subterráneo seguido por un potente remezón generó pánico entre los coquimbanos, causando grietas en el suelo y desprendimientos de cornisas.

Al igual que ahora, fue de magnitud 8.4, y el mar también hizo lo suyo. Quince minutos después del movimiento de la tierra, una onda oceánica con características de maremoto que nació en Caldera, región de Atacama, se desplazó hasta el puerto coquimbano.

El mar comenzó a recogerse y repentinamente entró furioso golpeando la costa desde el Faro Punta de Tortuga hacia El Fuerte, continuando su recorrido por el Malecón para rematar en la Playa Changa.

El saldo fatal fue mayor que el de ahora: 27 muertos, la mayoría de la Población Victoria de calle Baquedano. También resultaron destruidas bodegas y oficinas del ferrocarril de calle Vicuña entre Aldunate y Pinto, dejando desolación y ruina. Para algunos un preludio de lo que ocurrió el miércoles por la tarde. “Son demasiadas similitudes, demasiadas”, afirma un apesadumbrado Carlos Yusta, ex alcalde de Coquimbo, y ex gobernador de Elqui.

Pese a que tampoco vivió el desastre del ’22, recuerda que las calles del puerto demoraron mucho en recuperarse en aquella ocasión y cree que ahora también pasarán años para que se levante.

“Ha habido otros terremotos y otras situaciones complejas que han azotado a la región, pero yo creo que ésta ha sido la peor y es sólo asimilable a lo que pasó en los años ’20, cuando se destruyó prácticamente todo el centro y la calle Baquedano, esto es muy doloroso, pero hay que levantarse”, sostiene Yusta.

Los movidos años ’70

Lo de esta semana sólo tiene un precedente, el del ’22, según Yusta. Sin embargo, a lo largo de la historia la región ha debido sobreponerse a otros episodios de este tipo, pero siempre se ha levantado y es ahí donde se sustenta la esperanza de que ahora no sea la excepción.

La tierra se mantuvo tranquila por un par de décadas en la zona. Pero el 8 de julio de 1971 volvió a estremecerse con fuerza, esta vez con epicentro en la comuna de Illapel, precisamente una de las más afectadas por el terremoto de la semana pasada.

Cinco muertos, cientos de heridos y una ciudad en el suelo dejó aquella vez el fenómeno natural. Tal fue la magnitud del evento natural que el propio presidente de la época, Salvador Allende, sobrevoló los sectores más afectados e hizo un lapidario primer balance. “Lamentablemente se confirmaron las primeras informaciones. Hay una enorme destrucción de viviendas, creemos que llega a un 70%”, señalaba el viernes 9 de julio de 1971, según consigna diario El Día de la época.

Se refería en particular al caso de Illapel, calificándolo como el más dramático. “Su hospital quedó inservible e igual suerte corrieron escuelas y liceos. Hay un clima que entristece pero tengo fe en que vamos a levantarnos”, precisaba el ex mandatario tras su inspección, decretando Zona de Emergencia y nombrando como jefe de zona al general del ejército Augusto Pinochet.

La región lograba recuperarse, una vez más, como lo hizo antes y como lo hace ahora. Sin embargo, no sin contratiempos. Y es que sólo cuatro años después del terremoto del ’71 vino otro de gran magnitud la mañana del 3 de marzo de 1975, afectando principalmente a las comunas de La Serena, Coquimbo y Vicuña. Hubo 3 muertos y 18 personas heridas, además 30 mil damnificados. Aquella vez, el ministro del Interior César Raúl Benavides viajó a la zona especialmente para evaluar los daños causados por la nueva catástrofe. Fue el segundo terremoto de los ’70.

Punitaqui y el Déjà vu

Los ’70 fueron agitados, pero luego de eso, la tierra pareció dar una tregua por varios años, al menos en lo que tiene que ver con movimientos de gran escala. Sin embargo no hay mal que dure cien años, ni “bien” tampoco.

El episodio de 1997 rompió la tranquilidad y fue probablemente el más recordado el día miércoles por la tarde, cuando el terremoto previo a Fiestas Patrias azotó la región. Claro, era la imagen más fresca que se tenía de un evento similar.

Y es que la noche del 14 de octubre, un sismo de 7,1 grados que duró casi dos minutos sorprendió a los habitantes de la región, fundamentalmente a los de la Provincia de Limarí, en Ovalle y Punitaqui. Fue esta última comuna la que resultó con mayor devastación debido a la fragilidad de sus construcciones. Además hubo siete víctimas fatales.

“Trágico Terremoto”, tituló diario El Día en esa oportunidad, dando cuenta de la magnitud de lo que había sucedido, lo que motivó la visita del presidente Eduardo Frei Ruiz Tagle, dos días después de la emergencia, para constituir un comité y destinar recursos para una reconstrucción que se hacía urgente.

Aquello lo reflejaban las palabras del entonces alcalde de Punitaqui Blas Araya. “Me dieron deseos de ponerme a llorar al ver cómo los difuntos quedaban fuera de sus sepulturas”, consignaba, el afectado edil de ese entonces.

Adriana Peñafiel era alcaldesa de La Serena en ese momento y aunque afirma que la capital regional, al igual que ahora, no fue la más afectada, sí cree que ante este tipo de episodios el camino para llevar adelante una reconstrucción es uno solo: La unidad.

“Lo que pasó ahora no tiene precedentes, pero debemos sacar lecciones de lo que nos ha tocado vivir como región. El 97 me acuerdo que se generó un clima de solidaridad muy bueno porque todos entendíamos que había un bien mayor, para sacar adelante cada una de nuestras comunas y colaborar con las más afectadas. Ahora, la actitud debe ser la misma”, manifestó.

Y en aquello coincide Carlos Yusta. Él insiste en que lo de ahora sólo es comparable a lo de 1922. Sin embargo, enfatiza en que “no nos podemos quedar llorando. Chile es un país donde pasan estas cosas y así como nos hemos levantado tantas veces, no me cabe duda que ahora podremos hacerlo”, precisó, con la esperanza de coquimbano, con la esperanza que hoy alberga a toda la región que una vez más quiere sobreponerse ante un desastre natural, esta vez ante el más grande y devastador de los últimos 90 años.