En noviembre de 1995, el entonces Presidente de la República Eduardo Frei, firmaba un acuerdo de integración gasífera con el Gobierno argentino. En función de ese acuerdo se construyeron sendos gaseoductos a través de la Cordillera de Los Andes, con el fin de abastecer al sector residencial e industrial chileno. Durante toda la segunda mitad de los ‘90, e incluso bien entrado el periodo del Mandatario Lagos, todas las proyecciones del gobierno respondían a ese nuevo “paradigma” energético.

En el 2001 tuve la oportunidad de trabajar con algunas de esas proyecciones y fue impresionante ver cómo prácticamente todas las obras contempladas para el periodo 2000-2010, dependían del gas natural argentino. Salvo una que otra central hidroeléctrica, todo se había proyectado en torno al GAS.

Sin duda alguna fue una gran apuesta, una apuesta del todo o nada, donde finalmente nos quedamos con nada, ya que a partir del 2007 los gaseoductos se quedaron vacíos. Hoy, buena parte del gas que se utiliza en Chile proviene de países lejanos como Egipto o Nigeria, a un precio muchísimo mayor del que supuestamente íbamos a pagar.

Cuando ocurrió la crisis del “gas argentino” todos nos hicimos más o menos las mismas preguntas básicas, ¿cómo nadie se dio cuenta que algo así podía ocurrir?, ¿por qué apostamos todo al gas argentino?. Supuestamente el Gobierno tenía expertos en estas materias, había asesores, etc. ¿Cómo nadie tuvo la ocurrencia de investigar un poco más en Argentina sobre sus reales posibilidades de abastecernos en el largo plazo? Las estrategias, sea cual sea el ámbito que se analice, se elaboran pensando en el largo plazo. Desafortunadamente, en este caso no fue así, y los cortes de gas desde Buenos Aires nos sorprendieron a todos “en la ducha”.

Hoy, cuando escucho al ministro Golborne y a sus asesores planteando que el carbón es la nueva “panacea energética”, mientras leo la enorme cantidad de publicaciones científicas y documentos de agencias internacionales que muestran los riesgos de apostar por esa fuente de energía, dan ganas de meterlos a todos dentro del gaseoducto y dejarlos ahí. La apuesta por el carbón es un error, uno mucho más grave que el cometido con el gas natural dado el impacto sobre la salud de la gente y el medio ambiente.

Si se analiza lo que está pasando a nivel mundial con los precios de la energía, se hace evidente la inconveniencia de basar nuestra matriz en el carbón. Durante el 2003, el precio promedio del carbón importado por Chile anduvo en torno a los 30 dólares por tonelada, mientras que entre 2004 y 2007 bordeó los 60 dólares. El 2008, todos los precios de los combustibles fósiles subieron por las nubes y el carbón, como miembro de la “familia fósil”, evidentemente también, alcanzado la cifra récord de 140 dólares por tonelada. El 2009 y 2010 el precio se redujo tras la crisis financiera mundial, fluctuando en torno a los 80 dólares, pero hacia el 2011 ha vuelto a subir.

Hay varias razones para ser pesimistas con respecto al precio futuro del carbón. La primera de ellas tiene que ver con el petróleo. Existe consenso mundial en que la era del petróleo está llegando a su fin, simplemente porque la demanda está comenzando a superar a la oferta, las reservas no son suficientes para suplir el déficit y NO se han encontrado nuevas reservas de la envergadura necesaria. El petróleo se acaba, el precio sube y con ello todos los países del mundo están pensando en reemplazarlo. Y adivinen en qué están pensando casi todos: en carbón.

La segunda razón tiene nombre, se llama India y China. Ambos países suman más de 2.500 millones de habitantes (37 % de la población mundial) y están creciendo a tasas aceleradas, lo cual aumenta también su demanda de energía. El 42 % y 66 % de la matriz energética de India y China, respectivamente, se satisface con carbón. Es decir, a diferencia de los países occidentales que históricamente basaron su abastecimiento de energía en el petróleo, los dos países más poblados del mundo lo han hecho en torno al carbón. Claro, cuando eran países pobres con tasas de crecimiento reducidas no impactaba en el resto del mundo, ¿pero ahora?… ¿y en los próximos 20 años?.

La tercera razón tiene que ver con las necesidades del sector transporte. El desarrollo tecnológico ha hecho posible transformar carbón en gasolina. Aunque esta tecnología se remonta a la segunda guerra mundial, su expansión es un fenómeno reciente. En 2008, China inauguró la primera planta de gran envergadura, y en 2010 una segunda con una capacidad de producción anual de tres millones de toneladas, equivalentes a un tercio del consumo actual de petróleo en Chile. En total, los chinos tienen planes de construir otras seis plantas más de aquí al 2016, con una capacidad de producción de 28 millones de toneladas anuales. Una tendencia similar se observa en Sudáfrica e India y un interés creciente en países occidentales.

¿Será inteligente, entonces, apostar por una fuente de energía cuyo precio tiene un serio riesgo de aumentar demasiado?, ¿Seguirán siendo las energías renovables no convencionales más caras que el carbón en cinco o diez años más? Si se analiza la tendencia en los precios de estas distintas fuentes de energía, la respuesta es claramente NO. Los costos de generación de las energías renovables no convencionales se han reducido notablemente y es probable que en poco tiempo igualen los costos de los combustibles fósiles, incluyendo al carbón. ¿Será que nuestras autoridades no se han dado cuenta de esto?.

Ante la porfía del Gobierno quedan dos opciones: pensar que la creencia ciega en el mercado está haciendo su trabajo, dejando todo en manos de los inversionistas y reduciendo el rol del Estado (esto nos condena al corto plazo), o pensar que los intereses económicos en torno a este negocio son tan grandes y las comisiones tan atractivas, que habría un trasfondo de corrupción.

Después de haber sido testigos del caso Campiche, pensar esto último es razonable. Sin embargo, yo me inclino por una mezcla de ambas. Creo que en Chile no somos capaces de ver más allá de nuestra nariz, porque existe una creencia ciega en el mercado. En ese contexto, todo queda sujeto a la iniciativa privada (incluso algo tan estratégico como el abastecimiento de energía) y a la influencia de mega corporaciones que actúan a través del lobby.

La propuesta es, entonces, reducir gradualmente el consumo de carbón de nuestra matriz, promoviendo a la vez las energías renovables. Esto tendría beneficios no sólo económicos, sino también sociales y ambientales, dada la enorme cantidad de empleos que se generarían, la disminución de la contaminación, el mejoramiento de las condiciones de salud de la población y la oportunidad de posicionar a Chile como un líder en esta materia. Cuando uno no ve más allá de su nariz disfruta la tranquilidad del “no darse cuenta” hasta que choca con los problemas, como ocurrió con el gas argentino.

El mundo está pasando por un momento histórico muy importante: “la era fósil está llegando a su fin”. Es en periodos como éste donde se generan oportunidades de diferenciación que podríamos aprovechar para avanzar hacia el desarrollo. ¿Serán el presidente Piñera y su ministro capaces de darse cuenta y actuar? .

René Reyes – Ingeniero Forestal, estudiante de Doctorado en la Universidad de British Columbia, Canadá.