Chile no necesita otra escenografía climática: necesita una conversación basada en ciencia, evidencia y pragmatismo. Una conversación en la que el bosque vuelva a tener el lugar que la realidad le asigna: el de principal infraestructura climática del país.

En los próximos días, Chile participará en la COP30 en Belém, Brasil. Allí el país deberá mostrar el avance real en el cumplimiento de sus compromisos climáticos —las llamadas NDC— y, aunque el discurso oficial pueda intentar suavizarlo, la realidad es difícil de ocultar: Chile no está avanzando hacia la carbono neutralidad; está retrocediendo. Lo que hace una década parecía alcanzable —ser carbono neutral al 2050— hoy se aleja con rapidez.

La razón es tan evidente como incómoda: no hemos apostado por el bosque, la principal herramienta de mitigación con la que contamos. Sin política forestal, no hay política climática que pueda sostenerse.

Durante décadas, el sector forestal fue el pilar silencioso de la acción climática chilena. Nuestros bosques —plantados y nativos— capturan carbono a una escala que ningún otro sector puede igualar. El sector forestal es responsable de prácticamente toda la captura neta de carbono del país. No existe tecnología, impuesto verde ni fondo climático capaz de reemplazar este aporte en el corto ni mediano plazo.

A pesar de ello, Chile ha preferido mirar este sector desde la sospecha y no desde la estrategia. Y ese enfoque, impulsado en los últimos años desde el Ministerio del Medio Ambiente, ha instalado la idea de que el sector forestal es parte del problema y no de la solución.

Se ha privilegiado un clima político e ideológico de desconfianza en lugar de una mirada pragmática orientada a cumplir metas que el propio Estado comprometió. En vez de construir alianzas para la mitigación, se ha optado por discursos que buscan marcar distancia con los sectores productivos, aun cuando esa distancia implique renunciar a la herramienta de mitigación más relevante que tiene Chile.

Lee también...
Energía: los retos de América Latina de cara a la COP30 Miércoles 05 Noviembre, 2025 | 12:14

La pregunta que se abre es profundamente política y científica a la vez: ¿queremos enfrentar el cambio climático desde la evidencia o desde la identidad? Porque si la respuesta es científica, el camino es claro.

Chile necesita más superficie forestada, necesita gestión activa del bosque nativo, necesita cadenas de valor sustentables en madera y necesita enfrentar los incendios no como un fenómeno climático inevitable, sino como un problema de seguridad nacional, alimentado por la intencionalidad y la fragilidad territorial.

Las nuevas NDC vuelven a prometer metas de forestación y reforestación e incluso incorporan una estrategia de construcción en madera. Pero la historia reciente obliga a la cautela: estas mismas metas ya fueron comprometidas antes y no se cumplieron.

Nada indica aún que esta vez será diferente, porque el impulso político sigue sin estar alineado con la escala del desafío. Falta presupuesto suficiente, faltan instrumentos de fomento efectivos, falta institucionalidad especializada y, sobre todo, falta voluntad política para mirar el bosque sin prejuicios.

Por lo mismo, existe una preocupación legítima respecto del tono que pueda adoptar la participación de Chile en la COP30. Se corre el riesgo de que la cumbre se convierta en una pasarela de consignas, símbolos y declaraciones identitarias dirigidas más a marcar posiciones que a construir soluciones.

Chile no necesita otra escenografía climática: necesita una conversación basada en ciencia, evidencia y pragmatismo. Una conversación en la que el bosque vuelva a tener el lugar que la realidad le asigna: el de principal infraestructura climática del país.

En los últimos años, hemos perdido cientos de miles de hectáreas por incendios forestales —muchos de ellos con signos de intencionalidad— y hemos dejado de forestar alrededor de 300 mil hectáreas, en especial entre pequeños y medianos propietarios que hoy carecen de incentivos y condiciones para hacerlo.

Al mismo tiempo, el bosque nativo permanece inmovilizado, atrapado en procedimientos y permisos que impiden su manejo y regeneración. La consecuencia directa es que estamos reduciendo, año tras año, nuestra capacidad nacional de captura de carbono.

Si no corregimos este rumbo, los efectos serán profundos: ciudades más calientes, sistemas agrícolas más vulnerables, comunidades rurales sin oportunidades productivas y un retroceso en la credibilidad climática internacional del país. Nada de esto es inevitable si existe decisión política.

Reconocer explícitamente el rol estratégico del sector forestal, reactivar una política de fomento a la forestación y reforestación orientada a pequeños y medianos propietarios, enfrentar los incendios como un problema de seguridad y permitir el manejo activo y sostenible del bosque nativo no son medidas radicales; son medidas de sentido común.

Esto no es una defensa corporativa. Es una defensa del futuro.

No se trata de salvar una industria. Se trata de mantener viva la posibilidad misma de cumplir lo que Chile prometió a sus futuras generaciones.

La transición climática no se sostiene solo con discursos. Necesita bosques. Y hoy, simplemente, los estamos perdiendo.

Alejandro Casagrande
Presidente CORMA Biobío Ñuble.
Miembro de la red Futuro Madera.

Michel Esquerré
Presidente nacional de Pymemad.
Miembro de la red Futuro Madera.

Nuestra sección de OPINIÓN es un espacio abierto, por lo que el contenido vertido en esta columna es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial de BioBioChile