Durante mis años trabajando en un colegio público en La Pintana, sentí varías veces la frustración al pensar que se ha intentado de todo y, sin embargo, los cambios no eran suficientes. Ya fuera mejorar asistencia, la convivencia escolar o la cantidad de niñas y niños lectores, hemos sido varios los que nos cuestionamos qué más se puede hacer y en qué hemos estado fallando.

Y es aquí donde cobra relevancia la pregunta: ¿Cómo logramos impulsar la mejora para impactar en el aprendizaje y desarrollo de los estudiantes? Con esto en mente, llegué al libro “Aprendiendo a Mejorar”, y desde el inicio me atrajo la idea de pensar que efectivamente los líderes educativos tenemos mucho que aprender sobre cómo impulsar procesos de mejora.

Más llamó mi atención, que expertos hablaban de la gran enfermedad de la reforma en educación, a la cual denominaban “Solucionitis”. Esto sucede cuando adoptamos rápidamente soluciones (basadas en nuestros conocimientos, experiencias o creencias), sin llegar a entender realmente cuáles son las causas del problema que queremos mejorar. Esta “Solucionitis” es algo que, sin duda, me había pasado a mí. Nosotros habíamos sido uno más de muchos equipos y personas que con ansias de entregar a nuestros estudiantes la educación de calidad que se merecen, nos habíamos precipitado al implementar soluciones sin parar a reflexionar y a entender bien qué era lo que debíamos solucionar.

Para combatir la “Solucionitis”, todos los actores del sistema educativo tenemos un rol fundamental. El primer paso es dejar de sobre intervenir y bombardear con soluciones y excesiva burocracia, para dar paso a la reflexión profunda y a la priorización. Esto les permitirá a los establecimientos adoptar y modificar las mejores soluciones para su contexto y desafíos reales. La clave está en aprender a mejorar y en instalar herramientas y procesos que nos permitan estar en ese continuo aprendizaje.

Desde nuestra experiencia acompañando a equipos directivos y docentes a lo largo del país, hemos levantado la necesidad de utilizar instrumentos que levanten evidencia diversa desde la comunidad educativa y de al mismo tiempo, formar a los equipos en la planificación de ciclos de aprendizaje. Esto, les permite no solo tener claro qué arreglar, sino que comprender por qué el sistema funciona como funciona y cómo lo mejoramos.

Las comunidades están hoy armando sus planes de acción y proyectando el 2023. Este es el tiempo de volver al propósito y poner a los estudiantes al centro. Este es el tiempo de priorizar y definir etapas, tiempos y responsables claros que aseguren ciclos de mejora continua. Estudiantes que aprenden, requieren hoy, comunidades que aprendan.

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