En tiempos donde la información está al alcance de un clic, resulta sorprendente cómo aún persiste una fuerte resistencia hacia las vacunas.
No hablamos aquí de dudas legítimas o preguntas razonables, sino de un rechazo basado en desinformación, rumores o creencias infundadas.
¿Cómo se explica que un avance médico con décadas de evidencia, que ha salvado millones de vidas y erradicado enfermedades que antaño cobraban miles de víctimas, sea hoy motivo de sospecha para tantos?
Cuando lo dañino se normaliza y lo preventivo se cuestiona
Lo paradójico es que, al mismo tiempo que se cuestionan las vacunas, convivimos con la total normalización del consumo de sustancias que sí tienen efectos probados y negativos sobre la salud. Nadie se alarma si alguien pide una bebida azucarada, a pesar de su relación directa con la obesidad, la diabetes y las enfermedades cardiovasculares. Tampoco se genera debate cuando alguien fuma un cigarro, aun sabiendo que es la principal causa evitable de muerte en el mundo. Y mucho menos escuchamos a alguien advertir que una copa de alcohol puede aumentar el riesgo de un accidente cerebrovascular.
La pregunta entonces es: ¿por qué algunas personas levantan la voz contra una vacuna que previene enfermedades y protege la salud colectiva, mientras callan ante el daño cotidiano de productos que sí nos enferman y matan? ¿Por qué lo dañino se normaliza y lo preventivo se cuestiona?
Parte de la respuesta puede estar en cómo comunicamos el riesgo. Muchas campañas de salud han optado por el camino del miedo para generar impacto, buscando que las personas reaccionen ante una amenaza inminente. Sin embargo, este enfoque, aunque efectivo a corto plazo, muchas veces genera respuestas reactivas, no sostenidas.
Actuamos cuando la enfermedad ya está cerca, cuando hay víctimas, cuando los hospitales colapsan. Nos volvemos responsables después de la crisis, en lugar de actuar con conciencia y anticipación.
En salud pública, prevenir siempre será más eficaz que lamentar. Pero mientras sigamos apelando al miedo y no a la comprensión, mientras no logremos que las personas entiendan el valor de cuidarse antes de enfermar, seguiremos viendo cómo se repite este patrón: se minimizan los riesgos cotidianos, se desconfía de lo que salva vidas, y se reacciona cuando ya es tarde.
Es hora de revisar nuestras contradicciones. De dejar de ver con sospecha lo que está respaldado por la evidencia y de mirar con más sentido crítico aquello que, pese a hacernos daño, seguimos aceptando como si nada. Vacunarse no debería ser motivo de debate, sino un acto de responsabilidad personal y colectiva. Y la salud, más que una reacción al miedo, debe convertirse en una decisión consciente, sostenida y coherente.
Mg. E.U Nicolás Benjamín Soto Cadena
Encargado Programa Nacional de Inmunizaciones
Servicio de Salud Ñuble