Benjamin Hughes, un joven inglés de Lincolnshire, fue condenado esta semana a dos años de prisión en el Reino Unido. Lo enjuiciaron por la muerte de su novia, Dominique Wight, fallecida recientemente en un accidente automovilístico. Hughes perdió el control del vehículo y se estrelló contra un árbol. La causa, según el condenado, fue besar a su amada y quitar la vista del camino.

Es sabido que el “amor atonta”, aunque en este episodio el atontamiento resultó en tragedia. Si Benjamin Hughes estaba tan enamorado de Dominique Wight como aparenta (afirman los testigos que el hombre exclamó, aterrorizado después del accidente: “maté al amor de mi vida”), entonces estaba conduciendo en estado de embriaguez: según diversos estudios, el enamoramiento (sobre todo en la fase inicial) genera un estado psíquico semejante a la intoxicación por alcohol.

La noticia parece sacada de novela rosa. Pero la realidad, cuando se empeña, puede ser más cursi que Corín Tellado. Morir de amor… como la canción de Charles Aznavour, o como la historia de María García Granados, “La Niña de Guatemala”. Según relató José Martí, el poeta cubano, “ella dio al desmemoriado/ una almohadilla de olor;/ él volvió, volvió casado;/ ella se murió de amor.// (…) Ella, por volverlo a ver,/ salió a verlo al mirador;/ él volvió con su mujer,/ ella se murió de amor.// (…) Se entró de tarde en el río,/ la sacó muerta el doctor;/ dicen que murió de frío,/ yo sé que murió de amor”.

Ambos relatos acuñan una frase de la cultura popular: “hay amores que matan”. Los efectos del sentimiento suelen ser una montaña rusa. El salto en el estómago, más que metáfora, describe la pulsión incontenible. La humanidad ha intentado explicarse esa pulsión: los poetas la definen como magia; la teología como manifestación de la divinidad; los antropólogos se lo explican, en el devenir evolucionista, como la “póliza” para la conservación de la especie; algunos científicos, más tajantemente, lo comprenden como un “coctel químico” compuesto de hormonas.

¿Afrodisíaco perfecto? Batido hormonal

El enamoramiento provoca en el cuerpo el mismo efecto que una dosis de cocaína, comprobó el psicólogo norteamericano Arthur Aron, de la Universidad de Nueva York. El investigador analizó la tomografía cerebral de personas enamoradas. Al momento de mostrarle fotografías de los seres queridos, se activaron las mismas zonas cerebrales

asociadas al placer de las drogas, el sexo y el chocolate. La causa fue una explosión de dopamina en tales áreas.

La dopamina, junto a la oxitocina y la vasopresina (a pesar de los nombres poco románticos) son el afrodisiaco más eficaz de la naturaleza humana. Y lo mejor: gratis; lo produce el cuerpo.

Un artículo de la revista británica Neuroscience and Biobehavioral Reviews, bajo la firma de Ian Mitchell y otros investigadores de la Universidad de Birmingham, revela que la oxitocina provoca efectos similares al consumo de alcohol: desinhibe, motiva; pero en exceso, genera agresividad, envidia y neutraliza la sensación del miedo, clave para prevenir los riesgos. ¿Será por eso que el amor enloquece?

Katie Salerno (CCO)
Katie Salerno (CCO)

La oxitocina, conocida también como la “hormona del amor”, es secretada por el hipotálamo ante ciertos estímulos. Aparece en los momentos de contacto visual, abrazos y sexo. Incide en la disminución del stress, las tensiones y el temor. La vasopresina (la otra punta de la tríada) induce la fidelidad.

Según un experimento de la Universidad de Emory, en Georgia (Estados Unidos), el comportamiento de los ratones de pantano cambió radicalmente al ser inyectados con vasopresina. Abandonaron la conducta promiscua, común en esta especie, para volverse monógamos. A muchos seres humanos, al parecer, le gustaría suministrarle esta hormona a su pareja…

Ver la vida en rosa (sin notarlo), o no ver

Como en la antológica canción de Edith Piaf, el “coctel hormonal” de los enamorados –al menos al comienzo− les hace ver “la vida en rosa”… aunque en realidad esté tomando pespuntes negros.

El atontamiento del enamorado lo induce a la enajenación, pensar en el ser querido le produce gratificación. El proceso resulta adictivo: “Cuando te enamoras puedes sentir una exaltación intensa, al igual que cuando consumes cocaína”, afirmó la especialista Lucy Brown, profesora de neurología y neurociencia en la Escuela de Medicina Albert Einstein, de Nueva York.

Paloma Avilés (CCO)
Paloma Avilés (CCO)

Un efecto curioso, que pasa inadvertido, se nota en el caminar juntos. Las observaciones confirman que el hombre disminuye hasta el 7% de la velocidad de sus pasos, con tal de ir al lado de su pareja. Sin embargo, cuando pasean con amigas, la tendencia es a mantener el ritmo y que sea ella quien se apresure.

Otra frase popular, que la ciencia ha comprobado, es que “el amor es ciego”. Ciertamente influye sobre la vista, aunque no porque atrofie las pupilas. Más bien consiste en un “daño colateral”: al centrar tanto la atención en el ser amado, el cerebro no detecta, al menos no de igual manera, a las personas y objetos del entorno.

Quizás eso le ocurrió a Benjamin Hughes, el inglés de Lincolnshire: de tan concentrado en su novia, perdió la ruta del vehículo. Tendrá dos años en cárcel para meditarlo.