En las islas Penghu, un estratégico archipiélago a 50 km de la costa de Taiwán, el arrullo de las olas y los graznidos de las gaviotas se ven interrumpidos casi a diario por el rugido de aviones de caza.

“Si hay un día en que no despegan, se hace raro”, bromea Lin Chih-cheng, un hombre afable de 61 años que dirige una parada de zumos con su mujer en la isla Xiyu de Taiwán. “Estamos acostumbrados”, añade.

La ubicación de estas islas en el medio del estrecho de Taiwán hace que tengan muchos números de ser la primera línea de defensa ante una eventual invasión china, una amenaza latente que se ha acentuado en los últimos años.

Pekín considera Taiwán como una provincia propia y su promesa de retomarla algún día, por la fuerza si fuera necesario, parece cada vez menos remota ante la creciente agresividad del gigante asiático en la escena internacional.

Pero en los aletargados pueblos pesqueros de estas islas, muchos locales se muestran optimistas a pesar de los frecuentes y ruidosos recordatorios de la amenaza militar.

“Todo el mundo dice que la tensión entre ambas partes es alta ahora, pero no me preocupo”, dice Lin. “Confío que nuestro gobierno no está tocando los tambores de guerra”.

La isla que se convirtió en la "primera línea de defensa" de Taiwán ante eventual ataque chino
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Sus aguas celestes y sus presas de rocas con forma de corazón han convertido a Xiyu en un paraíso de Instagram.

El negocio va bien en la parada de zumos, donde Lin y su mujer ofrecen a los sedientos turistas unos refrescantes y dulces zumos hechos con fruta de cactus.

Calle abajo aparecen un tipo de cliente muy distinto: los soldados de la base Sky Bow, los sistemas de defensa antiaérea y de misiles antibalísticos tierra-aire de Taiwán.

“De hecho, hago muchas entregas a la base”, dice Lin. “He estado dentro. Parece bastante normal para mí”.

La presencia de las tropas es algo cotidiano desde hace décadas para la isla, que lo ve más como fuente de ingresos que como un mal augurio.

“La gente de ambos lados compartimos el mismo idioma y cultura”, reflexiona Lin. “¿Quién quiere la guerra? De hecho nos llevamos bien unos con otros. Los asuntos de los poderosos no son de nuestra incumbencia”.

“Nada que podamos hacer”

Pero las islas Penghu, también conocidas como islas Pescadores, se han visto a merced de la geopolítica en varias ocasiones durante su historia.

“Penghu es un lugar difícil de defender”, afirma Chen Ing-jin, arquitecto e historiador local de 67 años. “Es llano y tiene muchas áreas costeras que hacen difícil de prevenir posibles desembarcos”, explica a AFP.

Holandeses, franceses y japoneses las invadieron sin demasiados problemas.

La presencia militar, del pasado y del presente, está en todos lados. Los fuertes históricos, ahora convertidos más en atracciones turísticas, fueron reemplazados por moderna maquinaria bélica.

Además del sistema Sky Bow, las islas disponen de bases de misiles antibuque y una estación de radar que avisaría rápidamente de un posible ataque.

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Pero esto también puede convertir el archipiélago en objetivo prioritario de Pekín para deshabilitar esta infraestructura militar y conseguir una base de reabastecimiento.

Pocos en la isla confían en sus opciones de resistir ante el Ejército Popular de Liberación chino.

“Sus barcos rodearán las islas y ya estará. No hay nada que podamos hacer, sino aceptarlo”, dice un amigo de Chen, Wang Hsu-sheng.

“La vida continúa” en la isla de Taiwán

La historia familiar de Wang da fe de los tumultuosos cambios de poder en las islas.

Su padre tuvo que trabajar en los astilleros navales durante la ocupación japonesa y hasta su retirada al final de la Segunda Guerra Mundial no pudo volver al negocio familiar, crear miniaturas de deidades en papel para los templos.

Wang, de 70 años, aprendió el oficio de su padre, pero lo ve como un “arte en extinción”. Ahora asegura sentirse “muy incómodo” con las acciones de China, que ha multiplicado las incursiones de aviones militares cerca de Taiwán.

“Los chinos son como los rusos. Lo que es tuyo es mío. Lo que es mío, sigue siendo mío”, asegura en referencia a la reciente invasión de Ucrania.

Andy, que gestiona una heladería en el centro de Magong, la principal ciudad del archipiélago, tiene más experiencia que la mayoría frente a la beligerancia de Pekín.

Antiguo guardacostas, el hombre de 29 años estaba apostado en el disputado archipiélago Spratly cuando “un buque guardacostas chino de 3.000 toneladas daba vueltas a nuestras isla con sus grandes armas apuntándonos”.

Él y sus colegas recibieron la orden de subir a sus embarcaciones, mucho más pequeñas, para ahuyentarlos.

Afortunadamente, nunca llegaron a enfrentarse. “Tenía mucho miedo, miedo de morir en un tiroteo”, dijo.

Esa experiencia casi bélica queda muy lejos mientras vende helados a turistas quemados por el sol. Pero Andy tiene claro que luchará si debe proteger su hogar.

“Sería uno de los primeros en ser llamado si estalla la guerra”, afirma. “Pero hasta que pase eso, la vida continúa”.