El sábado en Nicaragua, gobernistas y opositores realizaron concentraciones simultáneas para demostrar su capacidad de convocatoria y lo más asombroso es que no se produjeron enfrentamientos.

Los sucesivos gobiernos liberales de Nicaragua redujeron al país la borde de la quiebra, con un 48% de la población sumida bajo el límite de la pobreza. Daniel Ortega volvió a postular a la presidencia con un progarama de gobierno con énfasis en el desarrollo social y una economía moderadamente capitalista supervisada por el Estado, arrasando en las elecciones de 2006 y siendo reelegido en 2011 y 2016.

Esas tres elecciones fueron internacionalmente aceptadas como legítimas y sin ninguna objeción.

El apoyo se basaba en hechos concretos. La cifra de pobreza disminuyó a sólo el 25%, mientras que el crecimiento económico se mantuvo cerca del 4% anual. El Estado abrió líneas de crédito para desarrollar microempresas.

El 18 de abril se desató la más intensa violencia y bien planificada rebelión popular tras el proyecto del gobierno que elevaba la edad de jubilación a los 65 años, elevaba en un 5% el aporte de los trabajadores y aumentaba en un 8% adicional el de los empleadores, de acuerdo a las condiciones impuestas por el FMI.

Si bien el Gobierno retiró el proyecto, el movimiento insurreccional alcanzó un carácter sedicioso enfocado a derrocarlo.

Con el apoyo de la Iglesia a la insurrección, jóvenes sandinistas intervinieron y sacaron a estudiantes que se habían resguardado en iglesias, en enfrentamientos que dejó a los primeros muertos.

Si bien la prensa no advertía que los protestantes que buscaban sacar a Ortega estaba armado, se comprobó que tenían distinto tipo de armamento.

Las concentraciones del sábado sin estallidos de violencia permite esperar que la aventura sediciosa haya cedido el paso a lo que debió siempre haber sido siempre el camino. ¿Quieren otro Gobierno? pues tendrán que ganárselo con votos y cumpliendo con la ley.

Considerando los problemas que ha tenido Honduras, Brasil, Nicaragua, entre otros países; cabe preguntarse. ¿Se trata sólo que nuestras naciones se están desintegrando moralmente? o ¿Será que estamos metidos en un monstruoso experimento social en que nuestra Amérca latina es el tubo de ensayo?

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