Dedicado a Carlos Pérez Soto.

Hace 12 meses tuvo lugar un acontecimiento que remeció nuestro mapa político.

El 18 de octubre irrumpió una “revuelta nómade” donde el mundo popular y una capa media depredada por los problemas de acceso y deuda -modernización galáctica- despertó una “potencia igualitaria”. Los “pueblos y cuerpos del cambio” se “organizaron” sin una agenda de consensos, topografías, ni programas. Fue así como la elitización de los partidos; la bancarización de la vida cotidiana; la obscena desigualdad material; la anorexia intelectual de las elites, cincelaron las condiciones para derogar -“temporalmente”- el pacto oligárquico/transicional. Estos sucesos recientes tuvieron como corolario un aplastante triunfo popular (80/20 en la región metropolitana) que arrastró a un segmento de la propia derecha que se vio contaminada por la climatización de la “movilización derogante”. Si bien ello amerita una lectura más cuidadosa de algunas dimensiones electorales, no debemos ceder a las atribuciones de sentido y propiedad de la actual “oposición”, ni menos al cerco politológico-electoralista que pretende restituir un horizonte cognitivo para elites desgarbadas. Con todo es necesario evitar una mirada en bloque respecto a los resultados, y admitir un importante juego de mediaciones, evitando el asalto de barones y elites. Todo ello pese a que el hecho político y hegemónico crucial fue una demoledora victoria que puso la lápida al cuerpo institucional del pinochetismo -asumiendo una mejora del padrón por el mismo oficialismo periodístico-.

Sin embargo, por estos días se hizo evidente la miseria cognitiva del “formato medial”. Ello se expresó en la saturación mediática que consumó un estado de impunidad mediante imágenes de saqueos, robos y violencia (barbarie) que fueron la mejor carta publicitaria de la T.V para la malograda campaña del “Rechazo”. Aquí el “apruebo” fue retratado por editores y guionistas mediante escenas de caotización”, so pena de un apoyo minoritari0, pero no residual, de la derecha que cabe reconocer -sea como voto culposo o reprimido, post-pinochetista o de oportunidades electoralistas se sumo al apruebo-. Y cuando invocamos la destitución del cuerpo institucional del Pinochetismo, es porque se impuso el derrame de una “insurgencia” que ha derogado la maquina Guzmaniana bajo un conjunto de antagonismos que la modernización no supo administrar ¡Fin de ciclo!

Más allá de cualquier “emocionalidad evaluativa” impugnada por el oráculo modernizador, los sucesos nos dicen que una diversidad de comunidades -no homogéneas ni monolíticas que cruzan lo popular y lo mesocrático- desafiaron la “hacienda neoliberal” y su “apartheid cognitivo” (las tres comunas del Rechazo) para desplegar un nuevo texto legitimado por el mundo popular en Abril de 2021. Pero a muy poco andar ocurrió lo más esperable; tanto Escalona -el mentor del opio del pueblo- como el procesado Longueira, entre otros, ya han manifestado con total desenfado su interés por ganarse un escaño en la asamblea constituyente. La impudicia era predecible pese a la contundencia del mensaje de las multitudes hacia una clase política nuevamente destituida.

Ante ello, y de momento, la densidad del movimiento popular debe persistir en su irreductibilidad a los consensos normativos que reclama Carlos Peña. Una calle innegociable y purgadora que articule el campo popular con una capa media precarizada es la única fuerza ético-política (no digitable) frente a la expropiación de la clase política que busca capitalizar los resultados del “apruebo” a nombre del realismo y la ruta institucional.

Contra tal contumacia, la irrupción con su insurgencia resulta incognoscible para “grupos de presión” y teóricos del orden que sólo entienden la política ofreciéndole una filosofía de la historia que, luego de tanto fulgor, ha sido rectificada mediante un discurso que hoy reconoce los “déficit de la modernización”, pero que homologa violencia y barbarie ofertando el descanso cognitivo a elites extraviadas. Mismo refrán con que estos días Peña ha saludado la aseveración de Eugenio Tironi cuando éste último hizo un símil entre el Servel y el Banco Central. Solo faltó nombrar al politólogo de marras para cerrar el círculo de los intelectuales del poder.

La revuelta nómade puso en movimiento una fuerza indomable, innombrable, indecible. Movimiento vertiginoso y diluviano, sin mito, ni promesa, pero que goza de una inaprensible fuerza de legitimidad que se articuló con grupos medios empobrecidos e incluso arrastró con fuerza hegemónica a un segmento de la derecha para consolidar un macizo 80/20. Una cadena de exclusiones fueron ventiladas sin negar las formas de sincretismo, interculturalidad y mestizaje -grupos medios en una diversidad de tramos- que no estuvieron ausentes el día domingo.

Para tales efectos, la capa media popular -empobrecida- padece el slogan de la sociedad de consumo; ¡Modernización acelerada y masificación del acceso! Esta máxima fue urdida por nuestros pastores letrados y sus rectorados. Los politólogos de turno (Navia o su colega del SERVEL) se han consagrado a justificar e invisibilizar el abuso social sirviéndose de silogismos del orden y retóricas de la desigualdad cognitiva.

Con el inicio de la revuelta la sociedad chilena asistió a la destitución del imaginario instaurado en 1981. Solo ello explica cómo la densidad popular llenó los espacios de “cogniciones rebeldes” y las subjetividades institucionales tuvieron que ceder posiciones y renovar los desgastados “juegos de poder y representación”. Pero sobre eso Peña, y los empleados cognitivos, suelen obviar un “chile de huachos” o morigeran las zonas críticas de una especie de “subdesarrollo exitoso” (exportable) con dispendiosa retórica -caso de Peña- consumada en una impecable “dicción de mayordomía concertacionista”. En suma, ante el vacío epistemológico, quedó al descubierto la tuberculosis que agota el trabajo en un modelo de acceso, acumulación y consumo. Por estos días un progresismo -sin “pispeos” (Concertación) persiste en restituir un modelo patronímico contra las voces de la disidencia.

Modelo adulto-céntrico que se arroga el principio de realidad dictaminado por Peña. Por fin el oxígeno de los partidos y el Congreso ya no tiene la posibilidad temporal de neutralizar el régimen de la vida cotidiana a nombre de formatos visuales. En nuestra parroquia las tecnologías del poder pastoral (autores del progresismo modernizador y habermasianos de izquierda) han devenido securitarios y por ende adultocéntricos en su necesidad de reponer la extraviada “ley del Padre”. De allí esa furia elitaria que arrecia por devolver las cosas a una teología política, a saber, volver a una sede gravitacional que ha derogado al conjunto de las instituciones chilenas desde el 18/0.

En Abril la recuperación de la democracia pasa por un movimiento ciudadano crítico y observante de las codificaciones del poder domiciliadas en un nuevo pacto juristocrático que está en pleno desarrollo. En suma, es necesario repensar la revuelta más allá del cerco electoralista-politológico donde progresistas y conservadores reclamaran escaños sin ¡pedido de disculpas!

“Mía es la verguenza yo daré el justo pago”, antiguo testamento.

Mauro Salazar J.
Académico y ensayista. Analista político.
Investigador en temas de subjetividad y mercado laboral (FIEL/ACHS)
mauroivansalazar@gmail.com