Muchas cosas han cambiado en el deporte chileno. No todas las que quisiéramos, porque geográficamente hay temas que no se resolverán nunca: la lejanía del país con Europa, donde los traslados son más cortos, más baratos y menos engorrosos; la falta de contacto permanente y sostenido con los principales rivales a nivel mundial y la obligatoriedad de construir con pinzas el calendario anual.

Estamos lejos y llegar nos sale más caro. Nada que hacer. Sin embargo hay otros aspectos que históricamente provocaban problemas en el deportista de elite, que se han ido solucionando más rápido de lo que la opinión pública alcanza a reconocer, porque el colectivo sigue teniendo en el disco duro que en Chile los dirigentes roban, o porque quienes se han encargado de tomar ese fierro caliente no han sabido –o no han querido- publicitar que solucionaron la falta de presupuesto para el deportista de alto rendimiento. El que está en Copas del Mundo, el que puede ser finalista olímpico, el que es figura en Panamericanos.

Ante la premura de ofrecer salidas y garantías a quienes apuestan por traer medallas a Chile, los dirigentes del COCH y más recientemente del IND se han enfrascado en la dura gestión de conseguir auspiciadores y de formar un equipo de metodólogos que examinan con microscopio cada plan que presenta un atleta para que se lo financien.

Durante los últimos 8 años las prioridades del COCH han sido el deportista, remendar los lastimosos los lazos internacionales que heredó la administración de Neven Ilic y la construcción del Centro de Entrenamiento Olímpico (CEO) y su ampliación. En el mismo nivel de importancia y empeño. Y los tres ejercicios han sido gestiones exitosas. Descontando los errores que de seguro se cometieron, son acciones que hoy tienen satisfechos a la mayoría de los deportistas de elite. Pero no a todos. Ni mucho menos a la opinión pública.

Y el origen del descontento de algunos está bastante claro: la ignorancia. A pesar que todos los integrantes del equipo olímpico chileno, tienen su preparación, viajes, gastos y cuerpo técnico y médico 100% cubiertos; que se suma un bono a cada uno de $400.000 pesos mensuales hasta los Juegos Olímpicos; que se agrega a los “sueldos” mensuales por medalla ganada en torneos internacionales que la mayoría del equipo tiene. A pesar de todas esas entradas de presupuesto, todavía hay deportistas que ignoran cuánto ganan, ni mucho menos cuánto gastan. Otros llenan por ellos las planillas -algo bien lógico si los queremos concentrados- y otros administran por ellos un dinero que, por las rendiciones entregadas, está bien invertido.

Pero por desconocimiento, algunos deportistas entregan palabras de desconsuelo, abandono y precariedad inexistente a los medios, de los que se alimenta la opinión pública. Y es ahí donde hasta ahora la estrategia comunicacional del COCH e IND no ha hincado el diente, dejando como principal referente de un trabajo exitoso, los alegatos de quienes desconocen derechamente cuánto cuestan. ¿Reclamos por atrasos en la entrega de recursos? Hasta ahora ningún deportista que haya tenido que pagar de su bolsillo una gira se ha quedado con la deuda. Todo ha sido reembolsado. Y la génesis por cierto no está en el COCH ni el IND, sino en la mala gestión de algunas federaciones, impedidas de recibir ni administrar platas fiscales.

A esto súmele los arranques públicos de millonarios chilenos que con un cheque arrojado en las redes sociales, echa por tierra el trabajo serio de un grupo aplicado de personas y –lo que es más peligroso todavía- lacera la confianza de los auspiciadores privados, a quienes ha costado convencer de invertir en el deporte. Parece poco justo que una sola persona, en este caso Leonardo Farkas, se adjudique la llegada de un deportista a los Juegos Olímpicos, por el solo hecho de tener mucho dinero para ofrecer.

Ningún atleta llega a los cinco anillos con cinco millones, menos aún cuando el remero beneficiado cumple con un itinerario pre-olímpico que cuesta 32 millones. El mismo Farkas le obsequió a Tomás Gonzalez los aparatos más modernos por un valor de 80 millones, todo bajo el registro de cámaras y micrófonos. Una gran ayuda, pero que también instaló la convicción de que si no es por Farkas, Tomas no clasificaba los Juegos. Una idea que además pasa por encima del trabajo de años del gimnasta, descontando el fuerte apoyo económico con el que cuenta, que entre el Estado y sus patrocinadores privados, supera largamente los 80 millones. Por año. Los atletas olímpicos se construyen en el tiempo, no son un milagro de la filantropía. Una ayuda como la de Leonardo Farkas siempre será bienvenida y agradecida, no vaya a creer que no. Pero la forma en que se entrega una donación debe ser tan cuidadosa como la elección del destinatario, para no descalificar de un plumazo el trabajo serio y profesional de quienes, insisto, se hicieron cargo de un organismo terminal y lograron sacar adelante un plan olímpico. La generosidad de una donación pierde su valor cuando desestima el trabajo diario de otros.

Hoy el equipo olímpico chileno está completamente cubierto, incluidos los que no están en el ADO. Quienes digan que no, la invitación es a preguntar cuanto se invierte en ellos. Y muchos deportistas clasificados han sido parte de los planes de alto rendimiento durante más de un lustro, no solo los meses previos a los Juegos. Porque un representante olímpico son años de inversión y entrega, no se compra al día por caja.