En octubre del año 2020, celebramos 20 años de la Resolución 1325 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Esta resolución fue una clara declaración del cuerpo más prestigioso de la ONU de que las mujeres deben ser parte de los espacios donde toman las decisiones importantes, y de que deben tener acceso a posiciones desde las cuales hacer contribuciones significativas a los procesos políticos a nivel nacional e internacional.

La 1325 propuso a los países implementar acciones para aumentar la protección de mujeres y niñas que son víctimas de violencia y abuso, y para propiciar la participación femenina en los organismos de resolución de conflictos y de influencia política. Es decir, abarcó dos aspectos fundamentales en materia de igualdad de género, sugiriendo medidas tanto protectivas como afirmativas.

Sin embargo, en ambos aspectos los desafíos son muy grandes y queda mucho por hacer. Por ejemplo, datos del Instituto de Democracia de Israel muestran que de 267 ministros que han servido en gobiernos israelíes hasta marzo de 2021, solo 24 han sido mujeres, menos del 9%.

En tanto, el Informe de Desarrollo Humano de la ONU de 2019 señala que el 87,9% de las mujeres adultas alcanzó al menos un nivel de educación secundaria en comparación con el 90,7% de los hombres. La participación femenina en el mercado laboral ronda el 59,7%, en comparación al 68,5% de los hombres. Y si bien las brechas salariales se han reducido a lo largo de los años, pero siguen siendo significativas.

Debido a la crisis económica derivada de la pandemia, la imposibilidad de trasladarse físicamente a los lugares de trabajo, y la necesidad de asumir el trabajo doméstico y familiar, un número importante de mujeres a nivel mundial ha tenido que dejar el mercado laboral. En Israel, para mediados del año 2020 más de un 20% de las mujeres que integraban la fuerza laboral del país estaban sin trabajo. Además, según la ONG ADVA, en Israel las mujeres dedican a la semana 43 horas al trabajo doméstico, contra 27 que dedican los hombres.

Si bien resoluciones como la 1325, sumadas a diversas políticas públicas que asumen los distintos países tienen un papel fundamental en establecer una ruta de navegación, no se puede desestimar el poder de transformación que tiene la Sociedad Civil para cambiar los paradigmas, remecer las estructuras y conseguir los cambios necesarios para que las sociedades evolucionen. He aquí la responsabilidad que tenemos cada uno y cada una de nosotras en producir el cambio que queremos tener.

Hoy más que nunca, el concepto de “Bottom up” –de la base hacia arriba- cobra gran importancia. Y quiero compartir tres inspiradoras experiencias israelíes que renuevan la esperanza de que, con un esfuerzo colectivo, podemos reducir brechas exponencialmente.

Por una parte, AI Women es un proyecto que combina lo mejor de dos mundos: el liderazgo israelí en innovación y el poder de las experiencias compartidas, usando la inteligencia artificial para el beneficio social. Con herramientas de inteligencia artificial, esta iniciativa recopila sugerencias y consejos de miles de mujeres israelíes; procesa la información, analizándola y agrupándola en temas e ideas comunes, y la hace accesible a otras mujeres en todas las etapas de su carrera.

La ONG social Supersonas, por su parte, crea comunidades virtuales y reales que sirven como plataforma innovadora para que las mujeres se conecten, debatan y entren en acción, con el objetivo de crear un impacto notable en el número real de puestos de trabajo para mujeres en el mundo empresarial.

Finalmente, el “Mijal Sela Forum”, un foro creado por Lili Ben Ami en memoria de su hermana Mijal, víctima fatal de la violencia de género. A partir de esta traumática experiencia, Lili convocó a un hackatón (un encuentro de programadoras y programadores cuyo objetivo es el desarrollo colaborativo de software) que involucró a todo el ecosistema emprendedor israelí para llegar a respuestas innovadoras contra la violencia de género.

A 20 años de la Resolución 1325, en octubre del año pasado, nos dijimos que aún faltaba mucho para lograr una participación equitativa de las mujeres en los espacios de tomas de decisiones. Pero es, en realidad, en nuestra vida diaria, en nuestros propios lugares de trabajo y en nuestras familias que falta mucho para avanzar para que las mujeres puedan desarrollarse de manera igualitaria y libres de violencia. Seamos motores de cambio, tomemos iniciativas personales para acortar esta brecha que lamentablemente se aumentó durante la pandemia. Tenemos que hacer de este desafío un desafío urgente.

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