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Hace poco más de una década, cuando las primeras empresas privadas iniciaban su marcha hacia los vuelos espaciales, Neil Armstrong, ícono de la NASA y el primer hombre que pisó la Luna, fue uno de los más críticos al respecto, y uno de los más afectados por sus dichos, fue el hoy magnate Elon Musk, dueño de la compañía aeroespacial SpaceX.

Armstrong, y otras figuras importantes de la agencia espacial estadounidense, así como ingenieros y políticos, salieron al debate sobre lo que significaría que los privados ganaran terreno en la carrera espacial, manifestando preocupaciones como la seguridad, o la posibilidad de que otros países superaran a Estados Unidos en sus esfuerzos por seguir liderando estos avances.

Todo partió cuando la NASA decidió terminar con el programa del transbordador espacial Challenger, que duró unas tres décadas, con algunas tragedias de por medio, y que para el 2011 ya no era sostenible financieramente. En ese entonces SpaceX estaba recién en pañales.

El cierre del programa se consideró “el fin de una era” y se hablaba del término de los viajes espaciales tripulados al espacio, pero para los astronautas e ingenieros que habían hecho posible esta hazaña, significó el inicio de una etapa nueva, un desafío más. Fue allí que Musk jugó un importante rol.

Lori Garver, quien fue administradora de la NASA durante el gobierno de Barack Obama, se refirió a este momento en el documental de Netflix, Regreso al espacio: “necesitábamos algo muy diferente, así que tuvimos que crear un programa nuevo y eso requería acudir al sector privado”.

No todos querían a los privados en la industria espacial

Aunque esta iniciativa tuvo el apoyo del mismo presidente, la negativa vino desde políticos y cabecillas de la NASA tan importantes como Garver. La opinión desde el Congreso tenía un gran poder sobre lo que pasaría con el nuevo programa, especialmente porque se invertirían decenas de millones de dólares en ello.

“Nos asociaremos con la industria, invertiremos en investigación y tecnología de vanguardia, y para el 2025 tendremos una nueva nave espacial para viajes largos, que nos permitirá enviar las primeras misiones tripuladas más allá de la Luna, hacia el espacio profundo. Y luego vendrá el aterrizaje en Marte”, dijo Obama en un discurso ese año.

“Pensé que recurrir al sector privado era un símbolo de innovación. Por supuesto, hubo muchas preguntas e inquietudes: ‘si las compañías están en la Luna ¿son las dueñas?’ Así que pensé que necesitábamos nuevas leyes, pero estaba segura de que el sector privado nos ayudaría. Lograr que todos estuvieran de acuerdo fue un desafío”, recordó Garver.

Tras la propuesta del Gobierno, los expertos comenzaron a encontrar “defectos”, que fueron ampliamente discutidos en el Congreso. Especialmente, se comentaba que el sector privado, aun en desarrollo, no podría cumplir los estándares.

“Se volvieron locos. La industria temía a los nuevos participantes. Una gran empresa aeroespacial es parte del club. Es como una puerta giratoria para los astronautas que luego van a las empresas, y se convirtió en una lucha contra ellos”, dijo la ex administradora.

Fue en ese momento en que algunas de las figuras más importantes de los viajes espaciales decidieron opinar, con duras declaraciones no directas a Elon Musk, pero que sí lo afectaron, según comentó el tiempo después en una entrevista. Neil Armstrong, del Apolo 11; Gene Cernan, comandante del Apolo 17; y Jim Lovell, que sobrevivió a la misión Apolo13, rechazaron de lleno a la industria privada.

“Habrá requisitos que se pasarán por alto y consecuencias no deseadas. Esta propuesta no tiene enfoque y, de hecho, es un plan para una misión a ninguna parte”, declararon.

Elon Musk tras las palabras de Neil Armstrong

Me entristeció mucho ver eso porque estos tipos son mis héroes, fue muy fuerte”, reconoció Musk después en el programa 60 Minutes Overtime, de la cadena CBS. Casi en lágrimas, el multimillonario afirmó que había tomado a los hombres que fueron a la Luna como inspiración para su compañía: “fue difícil”, comentó.

“Ojalá vinieran a visitarnos para que vean lo que hacemos aquí. Creo que eso les haría cambiar de opinión”, añadió, pese a que los astronautas también apelaban a que las compañías privadas de cohetes estaban “rozando la mediocridad”. Armstrong nunca pudo visitar SpaceX ni ver lo que ha logrado, ya que falleció en agosto del 2012.

Pero este desliz no detuvo a la compañía, que hoy desarrolla el cohete espacial más grande del mundo, la nave Starship, con la que planean enviar humanos a la Luna y a Marte en el futuro próximo.

De hecho, a inicios de junio, SpaceX logró por primera vez que el prototipo de Starship despegara y amerizara con éxito, después de varios intentos donde la plataforma de despegue explotó, fallaron los propulsores, explotó en el aire o reingresó a la Tierra de manera descontrolada. Las pruebas y errores han sido clave para la compañía, y los gastos que esto implica ya no significan un problema para la enorme inversión que vendrá después, cuando este colosal cohete sea viable para transportar a humanos.

SpaceX y la NASA

Musk ha colaborado con la NASA para avanzar en la exploración planetaria y sobre todo abaratar costos con las misiones espaciales. Con los cohetes Dragon, por ejemplo, SpaceX comenzó a transportar carga desde la Tierra a la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés), iniciativa que partió en 2012, después de todo el revuelo que implicó el nuevo programa de viajes espaciales de Obama.

Asimismo, las naves Crew Dragon de la compañía fueron las primeras en llevar astronautas a la ISS desde que la agencia espacial dejó al transbordador espacial Challenger obsoleto.

Entre los aportes más importantes también figuran los cohetes Falcon 9, que han sido de las pocas naves espaciales que son reutilizables a largo plazo, reduciendo costos y permitieron que aumente el número de misiones espaciales.

Y como punto cúlmine de esta colaboración privada-estatal, la NASA trabaja de la mano con SpaceX para las próximas misiones tripuladas a la Luna, que ocurrirán en esta década.

En 2021, la agencia espacial seleccionó a la compañía de Musk para desarrollar la nave que permitirá a los astronautas del programa Artemis, alunizar, con un contrato de $2.890 millones de dólares, según recoge BBC News.

Recordemos que la tripulación, que será enviada entre 2025 a 2027, viajará en el cohete Orión desarrollado por la NASA, pero alunizarán en el módulo de aterrizaje Starship HLS (Human Landing System) de SpaceX, una variante del enorme cohete Starship.

Además, la integración de compañías como SpaceX también permitió que otras crecieran en la industria y se perdiera el miedo al sector privado. Por ejemplo, la NASA también escogió a Blue Origin, compañía de Jeff Bezos, para la armazón de un segundo módulo de alunizaje, ya que a partir del programa Artemis, se está planeando realizar varios viajes tripulados a la Luna y eventualmente, la instalación de una base apta para humanos en el satélite.