VER RESUMEN
Nicolás Haddad, ex ingeniero de instrumentación del Observatorio Europeo Austral (ESO), cumplió 65 años en octubre de 2024, concluyendo así su ciclo en el Very Large Telescope (VLT), el telescopio más poderoso que hay en Chile a la fecha. A pesar de haber estado "toda una vida" en ESO, Haddad confiesa que no le fascinan tanto los misterios astronómicos y prefiere la parte tecnológica. En una entrevista, nos contó el lado más humano de su trabajo.
Nicolás Haddad, fue ingeniero de instrumentación del Observatorio Europeo Austral (ESO) durante unas cuatro décadas, pero en octubre de 2024 cumplió 65 años y se terminó su ciclo allí.
En conversación con BiobioChile nos contó lo más curioso y lo más humano de pasar décadas en los enormes telescopios del norte del país.
Desde el 2001, Nicolás viajó constantemente hasta el Cerro Paranal, en el desierto de Atacama, para realizar sus labores en el Very Large Telescope (VLT), que realizó sus primeras observaciones por allá en 1998, pero ahora pasará más tiempo en casa y se enfrascará en otras facetas de su carrera.
El ingeniero, dice que estuvo “toda una vida” en ESO, pero nunca llegó a maravillarse con los fascinantes misterios del Universo. “Me gusta mirar la Vía Láctea, pero no me gusta tanto observarlo con telescopios”, aclaró.
En el Cerro Paranal, a pesar de que una pequeña ciudadela se asentó a los pies del VLT, está prohibida la luz artificial al exterior de la residencia donde se quedan los astrónomos e ingenieros. Esto permite observar a simple vista el arco de la Vía Láctea y las nubes de gas y polvo que la habitan.
“La verdad, aunque parezca extraño, la parte astronómica no me gusta tanto como la parte tecnológica. Yo soy más loco por todo lo que es la parte de computación, la parte de programación, todo lo que está detrás y que permite la astronomía”, comentó Haddad.
Y tiene razón, sin los ingenieros, las observaciones de los instrumentos revolucionarios del VLT no serían posibles. “Para que tú puedas operar un telescopio y los instrumentos necesitan un montón de otros grupos que están cooperando”, puntualizó.
Llegar y vivir en el VLT
Nicolás estudió Ingeniería Civil Eléctrica en la Universidad de Chile y su primer acercamiento con la astronomía se dio en el Cerro Calán, de Santiago. Estaba automatizando un pequeño telescopio allí cuando postuló a una vacante en La Silla, en la región de Coquimbo, en ese entonces el observatorio solo tenía 13 telescopios (actualmente 18), pero decenas de ingenieros, técnicos y personal de administración ya trabajaban ahí cuando llegó.
“Trabajé primero en la parte de instrumentación, en operaciones, y como a los 3 o 4 años me empezó a gustar mucho la parte tecnológica de los detectores que se utilizaban en astronomía”, contó.
Fue así como terminó en el VLT, el telescopio más poderoso que está activo en Chile a la fecha. Pero “ya cuando uno cumple los 65 años, el contrato automáticamente se corta”, explicó.
—¿Por qué a los 65?
“Es algo histórico, el reglamento de ESO establece que a los 65 se corta el contrato. Ahora eso está cambiando un poco porque, por ejemplo, en Alemania y Europa ya eso se actualizó a los 67 años, y lo más probable es que pase algo parecido también con el personal local, porque aquí tenemos personal internacional y personal local”.
El VLT está al interior del desierto de Atacama, a unas 2:30 horas de Antofagasta. Para llegar desde Santiago hay que volar hasta la ciudad norteña y después recorrer el desierto en vehículo. La altura son unos 2.600 metros.
En 2001, cuando Nicolás llegó, la residencia de ESO todavía no existía, en su lugar los trabajadores se quedaban en containers, que ahora son utilizados como bodegas y laboratorios. Esto le dio el privilegio de ser uno de los primeros en elegir una habitación de la especie de hotel que hoy se extiende un poco bajo tierra a los pies del Paranal, para no emitir contaminación lumínica.
Allí, cada uno tiene su propia habitación con baño privado, también hay un casino, una piscina, gimnasio, un sauna, zonas de estudio, una salita de entretenimiento, y el inmenso desierto que se puede ver desde cualquier ventana. Nicolás tenía unos 40 años cuando llegó a quedarse por primera vez.
—¿Esto no estaba cuando llegaste?
“Cuando yo llegué estaba en construcción. De hecho, yo fui uno de los primeros, cuando ya se terminó el hotel, que pudo elegir la pieza por antigüedad. Entonces yo escogí la 404, porque está cerca de la piscina, y está el sauna cerca. Entonces bueno” (risas).
—¿Cómo te sentiste en tu primer día? ¿Qué fue lo que más te gustó de llegar acá?
“Lo que más me gustó fue llegar a un lugar nuevo, con muchos instrumentos nuevos. Encontraba que era un reto, y además que me gustó mucho el grupo, todos éramos conocidos, amigos”.
—¿Hubo algo que no te gustó o que quizás te cansara un poco de venir o algún momento crítico en el que tú dijeras “ya no quiero ir más”?
“Mira, lo más cansador quizás son los viajes. El hecho de tener que estar una semana fuera de la casa y de que muchas veces estás acá y te llaman porque hay problemas y uno no puede hacer mucho. Eso al final te va cansando un poco”.
—¿Y tienes algún recuerdo de acá que tú vayas a atesorar más de toda esta experiencia?
“Yo diría en general el compañerismo, el grupo. Voy a echarlo de menos porque hemos pasado muchos momentos inolvidables. Muchas veces nos juntábamos a conversar, a contarnos nuestras anécdotas de muchos años. Y ese compañerismo, esas cercanías las vamos a perder”.
Nicolás Haddad, un loco por la computación
En la residencia del VLT hay científicos e ingenieros de diferentes países, así como chilenos. Se puede decir que los astrónomos son los más románticos, y el personal de administración también se maravilla con el espacio.
Pero Nicolás es franco cuando dice que no le interesa mucho ese mundo, aun cuando el Observatorio Paranal todavía tenía olor a nuevo cuando él llegó.
—¿Llegaste a maravillarte con la astronomía estando acá?
“La verdad, aunque parezca extraño, la parte astronómica no me gusta tanto como la parte tecnológica. Yo soy más loco por todo lo que es la parte de computación, la parte de programación, todo lo que está detrás y que permite la astronomía. Al final para que tú puedas operar un telescopio y los instrumentos, necesitas un montón de otros grupos que están cooperando. Pero lo mío es más la parte tecnológica. Tengo compañeros de trabajo que son locos por la astronomía, por la fotografía, pero no es mi caso”.
—¿Pero te gusta mirar el cielo al menos?
“Sí, sí, pero me gusta más mirarlo así, salir afuera y mirar la Vía Láctea. No me gusta tanto hoy mirarlo con telescopios”.
—¿Y cuál ha sido el proyecto más intenso o el que más te ha gustado de todo lo que has hecho acá?
“Mira, cuando estaba trabajando en La Silla, en la parte de detectores, me tocó participar con la gente que estaba desarrollando los nuevos controladores (para los telescopios) y me tocó desarrollar una parte de ese sistema. En eso estuve trabajando varios meses y eso fue un reto que me llenó. De hecho, muchas veces me quedaba trabajando en el laboratorio hasta las 3, 4 de la mañana porque me gustaba y porque tenía que entregar algo que funcionara, de eso dependían después un montón de observaciones.
Y es un sistema que se sigue utilizando incluso hasta ahora. Ese fue un reto grande, así como otros instrumentos en los que me ha tocado en algún momento ser responsable, que han sido retos donde he aprendido mucho. La posibilidad además de viajar a Alemania y trabajar con los colegas allá. Una vez nos tocó con otro colega hacer cambio de detectores en unos instrumentos acá en Chile, que también fue un reto súper importante, mucha responsabilidad.
La verdad es que hay muchas etapas donde ha habido cosas que me han llenado profesionalmente”.
—¿Y cómo han sido tus últimos días? ¿Tienes que hacer algo antes de irte?
“Básicamente, he estado en un último turno juntando todas mis cosas, todos mis cachureos, que con la cantidad de años que llevo acá tengo muchos. Así que incluso tuve que pedir a unos amigos que me hicieran una caja de madera para poder juntar mis cositas y mandarlas a Santiago. Y básicamente estos últimos días los voy a pasar con despedidas. Creo que mañana hay una despedida oficial. A lo mejor hoy día nos juntamos también un ratito. Y bueno, despidiéndome de las distintas gentes que ya no voy a volver a ver tan frecuentemente.
—¿Qué te llevas de acá? ¿Qué sería lo que más rescatas?
“Quizá el crecimiento, aprendizaje. Yo diría que este trabajo me ha permitido crecer profesionalmente, aprender muchas cosas en la parte tecnológica. Me ha enseñado a trabajar… distintas formas de trabajo. Y me llevo muchos amigos, yo diría que esa fue la parte más humana, que es súper importante. Y gente con la que voy a seguir estando en contacto”.
—¿Y qué se viene ahora? ¿Tienes algo preparado o quieres descansar?
“Mira, mi idea es básicamente seguir, me estoy armando un pequeño laboratorio en mi casa para seguir trabajando un poco en electrónica, en software. Me gusta mucho todo lo que es Internet de las Cosas, automatización. Quiero ver si puedo preparar un par de proyectos que a lo mejor incluso se van a implementar acá. Otros a lo mejor podrían servir para la industria frutera, estoy trabajando un poco en eso.
Y también con mi señora nos gusta un poco la parte social, ver la posibilidad de entregar un poco a los niños, los conocimientos que tengo en la parte electrónica y de software. Enseñarles a programar, ese tipo de cosas”.
—¿Cuándo mencionaste automatización te referías a la inteligencia artificial (IA)?
“También, esa es otra de las cosas que estaba estudiando últimamente, todo lo que tiene que ver con estos que llaman Large Language Models (Modelos de Lenguaje Grandes), que son ChatGPT, etcétera, que son al final herramientas. No es que nos vayan a reemplazar, pero sí nos ayudan bastante. Yo, por ejemplo, últimamente he estado usando para documentar todo el código que yo hago y me ahorra tiempo. En vez de demorarme dos horas en documentar software, lo hago en diez minutos. Entonces, son herramientas que van a tener que aprender a utilizar. Y ahora es un buen momento para dedicarse a eso”.