El desafío que enfrentamos no es solo técnico ni económico; es moral.
Respirar aire puro no debería ser un privilegio. Sin embargo, en el sur de Chile se ha convertido en un lujo cada vez más inalcanzable. Mientras el turismo vende postales de bosques verdes y lagos cristalinos, la realidad es que el aire que inhalan sus habitantes está cargado de partículas tóxicas.
El material particulado fino (PM2.5), un asesino silencioso, se ha instalado en nuestras vidas, colándose en cada bocanada de oxígeno. Durante el invierno, la combustión de leña para calefacción intradomiciliaria convierte a las ciudades sureñas en cámaras de gas al aire libre. En verano, los incendios forestales y las quemas agrícolas toman el relevo, elevando los niveles de contaminación a cifras alarmantes. Esto no es solo un problema ambiental; es un problema de salud pública con consecuencias irreversibles.
Material particulado fino PM2.5
El PM2.5 es una mezcla de partículas microscópicas capaces de penetrar profundamente en los pulmones y llegar al torrente sanguíneo. Según la Organización Mundial de la Salud, es uno de los contaminantes más peligrosos conocidos y casi el 90% de la población mundial está expuesto a sus efectos nocivos.
Cada chimenea encendida en invierno es una fuente invisible de daño pulmonar y cardiovascular. Pero el problema no termina ahí. En verano, la crisis ambiental muta: los incendios forestales y las quemas agrícolas tiñen de gris los cielos del sur. Año tras año, el cambio climático y la negligencia humana elevan el número de siniestros, liberando toneladas de compuestos tóxicos en la atmósfera.
La ecuación es brutal: más incendios, más contaminación, más enfermedades. ¿Hasta cuándo permitiremos que esto ocurra?.
Tal como señala David Wallace-Wells en libro El Planeta Inhóspito, la crisis climática no es un problema futuro, sino una emergencia del presente. Cada partícula de humo que inhalamos es una prueba de que hemos normalizado la devastación ambiental. Respirar en el sur de Chile se ha convertido en un acto de resistencia.
La calefacción a leña y la trampa de la cultura
La leña sigue siendo el principal método de calefacción en el sur porque es accesible y culturalmente arraigada. Pero lo que se presenta como una solución económica, es, en realidad, una condena de salud.
Estamos quemando nuestro futuro para sobrevivir el invierno. Por otro lado, la quema agrícola sigue vigente, pese a su impacto en la calidad del aire. La falta de alternativas sostenibles y regulaciones estrictas perpetúa un círculo vicioso de contaminación que afecta tanto a zonas rurales como urbanas.
Lo que parece una tradición inofensiva es, en realidad, una amenaza masiva para la salud pública. Yuval Noah Harari advierte en Homo Deus que el dominio del ser humano sobre la naturaleza ha traído consecuencias desastrosas. Hemos domesticado el fuego para calentar nuestras casas y preparar nuestras tierras, pero en el proceso estamos envenenando el aire que nos da vida.
Las partículas en suspensión no solo dañan los pulmones: provocan enfermedades cardiovasculares, reproductivas, alteraciones en el desarrollo fetal y problemas neurológicos.
Un plan nacional de descontaminación
Actualmente, lidero un laboratorio en el Instituto de Biología de la PUCV, donde investigamos los efectos de este material particulado. Allí, hemos observado cómo la exposición crónica al PM2.5 afecta la placenta y madres, impactando directamente la salud de las futuras generaciones.
Los grupos más vulnerables —niños, ancianos y embarazadas— sufren las peores consecuencias. Y mientras tanto, las políticas públicas siguen apostando por medidas tibias. ¿Cuántos diagnósticos de asma más necesitamos antes de entender que este es un problema de salud pública urgente?
Las iniciativas actuales, como los subsidios para el recambio de calefactores y las mejoras en la eficiencia térmica de las viviendas, representan avances, pero resultan insuficientes frente a la magnitud del problema. Es imperativo implementar una estrategia integral que abarque un plan nacional de descontaminación con incentivos efectivos para la transición energética, así como la instalación de sistemas de monitoreo ambiental en tiempo real que sean accesibles para la ciudadanía.
Además, se requiere avanzar hacia la prohibición progresiva del uso de calefacción a leña, respaldada por subsidios que faciliten el acceso a fuentes energéticas limpias. La regulación estricta de las quemas agrícolas e industriales debe ser una prioridad, junto con la implementación de campañas de educación ambiental que promuevan un cambio en los hábitos de consumo energético.
Los científicos también tenemos un papel clave en este desafío. Generar evidencia robusta sobre los impactos del PM2.5 es importante para presionar a las autoridades y tomar decisiones basadas en evidencia, no en intereses económicos o presiones políticas. No podemos seguir priorizando la comodidad a corto plazo sobre la salud de las futuras generaciones.
El sur de Chile merece aire limpio
El desafío que enfrentamos no es solo técnico ni económico; es moral. No podemos seguir justificando lo injustificable. No podemos permitir que el sur de Chile sea recordado como un lugar donde el aire envenena más rápido de lo que el tiempo cura.
Como bien dice Wallace-Wells: “Cada día que retrasamos la acción, pagamos un precio más alto”.
Postergar soluciones ya no es una opción. Si no actuamos ahora, pronto será demasiado tarde. El sur de Chile merece más que resignación. Merece aire limpio, salud y futuro. ¿Estamos dispuestos a luchar por ello?
