Los últimos tres años y medio han estado saturados de acontecimientos sociales y políticos que han transformado profundamente la manera en que nos relacionamos los chilenos.

En los últimos años hemos visto como se agolpan las crisis de salud, seguridad pública, el catastrófico aumento del costo de la vida, los impactos de la ausencia de control migratorio y los “errores no forzados” que constantemente comete el gobierno, entre otros tantos problemas que podríamos añadir a lista.

En el sistema político, tanto la oposición como el oficialismo, sin querer entender este aluvión de fenómenos dentro de un marco general, vienen reaccionando exclusivamente “sobre la marcha”, haciendo caso a la contingencia sin que desde ningún sector se haya elaborado un plan, una hoja de ruta, que nos permita navegar por estos tiempos aciagos. Lo cierto es que cada cual busca llevar agua a su molino, demostrando poco interés en que, para las personas, la situación sigue empeorando.

El matrimonio por conveniencia en que se estructuró la alianza que hoy gobierna no ha logrado estabilizarse en su gestión política y colonización institucional del aparato estatal. Por este motivo, sumado a errores comunicacionales y descoordinaciones fruto de las evidentes carencias de liderazgo, el gobierno mantiene siempre flancos abiertos que facilitan ataques y cuestionamientos de todos los sectores, debiendo gastarse la energía y el poco capital político en blindajes a tal o cual funcionario caído en desgracia – generalmente un amigo – o en defender propuestas legislativas improvisadas y sin apoyo en el Congreso.

La precaria gestión del gobierno genera vacíos de poder, y mientras existan tales vacíos, habrá disputas por conquistarlos, impidiendo así que esa energía se utilice como el combustible de las instituciones destinadas a afrontar los problemas que atravesamos.
Como chileno y como parlamentario, me duele el alma ver así a mi país, sobre todo al darme cuenta de que realmente a nadie le importa el estado actual de las cosas, donde Chile pareciera un barco sin capitán al timón y completamente a la deriva.

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Miércoles 31 Diciembre, 1969 | 21:00

Por ejemplo, la situación efectiva en seguridad pública es que el Estado le ha cedido, ya sea por negligencia o desconocimiento, barrios y espacios públicos a organizaciones criminales, para luego desplegar medidas meramente discursivas, blandas o ineficientes que se desvanecen al poco tiempo de ser anunciadas. La gente vive con miedo.

En economía, se anuncian grandes planes de rediseño fiscal, que, plagados de carencias técnicas e improvisación no alcanzan a nacer y están destinados al fracaso. En lugar de una política de crecimiento económico que genere más y mejores empleos, y busque construir plataformas estables que aporten nuevos recursos en función de nuestras actuales y potenciales vocaciones productivas, el gobierno busca echar mano a las arcas del Fisco, dando cuenta de una grave incapacidad de proyección, limitándonos, más aun, al cortoplacismo.

El Parlamento, mientras tanto, se ha transformado en una “montonera”, en que la actividad legislativa está reducida a lo mínimo, pues no hay voluntad colectiva entre los miembros de las cámaras para trabajar en las soluciones necesarias, sumado a la imposibilidad de avanzar en temas estructurales que requieren una participación activa del gobierno.

No se trata solamente de ponernos de acuerdo. Es necesario el liderazgo, eficiencia, vocación pública, generosidad y planificación. Pero por sobre todo, se requiere aunar esfuerzos e busca de objetivos compartidos, donde cada cual tenga un rol donde avancemos hacia un horizonte común. Pensemos más allá de intereses particulares y recordemos que este es el país de todos. Quizá tengamos la suerte de que en un futuro cercano el capitán del barco fije un rumbo claro en donde todos nos volvamos a sentir orgullosos de ser chilenos.

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