"Sin caminos religiosos, políticos o ideológicos como referentes de moralidad (de qué es lo bueno o malo), estamos en un proceso de transición, en donde todo es cuestionable… pudiendo irnos a extremos como lo sería una cultura de la cancelación".

En pleno cambio constitucional y en un reemplazo generacional en la política, el pueblo chileno ha sido bombardeado con muchos cambios que hasta la década del 2000 eran invisibles.

Chile ya no puede denominarse un país religioso como antes; si bien, existen muchas personas que se identifican con alguna religión, estas ya no se identifican con sus principales referentes. Hay un cuestionamiento a las personas que dirigen las instituciones religiosas. Las personas están pasando por un proceso de orfandad de referentes y van avanzando hacia una propia construcción de lo que para ellos es la religiosidad, incluso adentrándose más a la fuente… a la espiritualidad.

Chile buscó aferrarse a ciertas ideologías, pero el amor dura poco. Al nacer una ideología (y su respectiva utopía) muchos comienzan a idealizar ese camino hasta toparse con su limitación. Lo cual en ciencias sociales no es una gran novedad. Toda ideología tiene limitación, el tema es que la ciudadanía lo está viviendo en carne propia, ya sea por experiencia o educación, la ciudadanía no se contenta con las ideologías como antes, ya no confía ciegamente, necesitan respuestas más aplicadas a la realidad. Las utopías son hermosas, pero no son metas concretas, son caminos siempre abstractos, lleno de palabras bonitas, pero sin una construcción específica en un contexto en particular.

Sin caminos religiosos, políticos o ideológicos como referentes de moralidad (de qué es lo bueno o malo), estamos en un proceso de transición, en donde todo es cuestionable… pudiendo irnos a extremos como lo sería una cultura de la cancelación: “todo lo que yo veo como malo… es malo, y hay que reprimirlo”. Aunque también hemos visto el otro extremo: de ser permisivos con cosas que no han tenido ninguna utilidad para el bien común. Muchas veces con la bandera de la inclusión, se crean políticas poco efectivas, pero que suenan muy bien.

No me parece que esta crisis sea algo negativo para el país, como psicólogo, lo veo como un paso hacia la adultez. En donde un joven país deja de creer que va haber un referente que les dirá la verdad absoluta y el camino del bien total; y se está comenzando a dar cuenta de que las soluciones deben tener una dosis de realidad, de contexto y responsabilidades concretas. Claramente aún estamos en esa transición, la cual es un poco caótica… como la adolescencia misma. Todos culpan a todos, los referentes no duran, los caminos son cada vez más y más, pero dan menos confianza que antes.

Mi recomendación es dejar un poco de lado la búsqueda moralizante, no enfrascarnos en discusiones estériles sobre lo que es bueno o malo. Necesitamos entrar a discutir sobre cuáles son las necesidades reales del país, en donde existe más necesidad y se puede observar mayor sufrimiento… y llegar a acuerdos. Esto será más fácil si empezamos a dejar de lado la rigidez moralizante y nos enfocamos en avanzar, aunque no sea exactamente a la manera que yo tenía contemplada. Con datos concretos, apoyado desde las ciencias y comunidades, podemos dar con los problemas más urgentes… y solucionarlos. Pero, para ello debemos priorizar y ocupar metodologías serias para la construcción de políticas públicas. No basta con leyes que suenen bien, pero que tengan un impacto poco significativo para Chile.

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