El día inaugural de la vigésima segunda versión de la Bienal de arquitectura y urbanismo comenzó a circular un video en redes sociales donde el arquitecto Smiljan Radic, mientras era entrevistado por la prensa, se acercaba a una usuaria de silla de ruedas y sin pedirle permiso la tomaba por los mangos de empuje de la silla, para que ella pudiese hacer ingreso al área de conferencias del recinto. Con este simple gesto que dio vuelta por las redes sociales, Radic no sólo replicaba una idea asistencialista del uso del espacio, sino que también dejaba en evidencia que el diseño de su pabellón, de autoría compartida con el arquitecto Nicolas Schmidt, no consideraba criterios básicos de inclusión y accesibilidad universal. A raíz de ese video viral, con Estudio Petricor decidimos visitar junto a Patricio Bravo, usuario de silla de ruedas y experto en asistencias tecnológicas para personas con discapacidad, y Jorge Gallegos, persona con ceguera adquirida y terapeuta ocupacional, los diferentes pabellones e intervenciones en el espacio público que conforman en recorrido de la bienal, y así poder evaluar desde su perspectiva como usuarios con discapacidad qué tan inclusiva y accesible es la Bienal de arquitectura y urbanismo.

Desde el año 1993 la ONU ha abordado la temática de la discapacidad desde la perspectiva de los derechos humanos, y el año 2006 la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad redactó el primer tratado sobre el tema, ratificado por Chile en el año 2008. A partir de aquello es que en el año 2010 se promulgó la Ley 20.422, la cual establece normas sobre igualdad de oportunidades e inclusión social de personas con discapacidad, siendo complementada con el Decreto Supremo 50 del Ministerio de Vivienda y Urbanismo (Minvu) que actualiza la Ordenanza General de Urbanismo y Construcción (O.G.U.C) en temas de inclusión y accesibilidad.

Desde el año 2019 los espacios de uso público están obligados a cumplir con lo estipulado en la Ley 20.422, pero en la mayoría de los casos, la deuda sigue siendo muy alta, y si bien existen esfuerzos por cumplir con la Ley, muchas veces estos son insuficientes, obligándonos a continuar con el debate sobre la importancia de diseñar y construir incorporando criterios de inclusión y accesibilidad, y no como un mejoramiento a considerar ex post.

Cabe destacar que las versiones anteriores de la Bienal contaron con jornadas y espacios de discusión abiertos sobre la importancia de aplicar criterios de diseño universal y accesibilidad en la práctica arquitectónica, organizados por el Servicio Nacional de la Discapacidad (SENADIS) y el Comité de coordinación de accesibilidad accesibilidad universal del Colegio de Arquitectos. Por alguna razón que desconocemos, para esta versión pareciera ser que se les olvidó incorporar este tema; no sólo al programa de charlas y conversatorios, sino que –fundamentalmente– también al diseño y disposición de los pabellones que conforman materialmente el evento.

Por estos motivos, decidimos que era necesario realizar una visita y experimentar en vivo y en directo lo que estaba sucediendo en la Bienal. Fue así que convocamos al equipo de Estudio Petricor, conformado por Perri Chaná, María Jesús de Val, Mariana Herrmann y Joaquín Cabello, junto a nuestros colaboradores Patricio Bravo –alias Pato Sobre Ruedas– y Jorge Gallegos, usuario en silla de ruedas y persona con ceguera adquirida respectivamente, para recorrer las distintas intervenciones arquitectónicas que conforman la bienal, y poder ir comentado y registrando la experiencia.

Nuestra visita partió en la esquina de la Av. Libertador Bernardo O’Higgins con Morandé. Nos reunimos a las 10 am y partimos por el proyecto más próximo: la intervención diseñada y construida por Low Estudio denominada “Un Monumento”. Este proyecto fue el ganador del concurso de la Bienal 2022 y gracias a ese premio la oficina, conformada en su totalidad por arquitectos jóvenes, tenía la posibilidad de montar el proyecto dentro del circuito del evento. Según lo descrito en página web de la oficina el proyecto “[…] cuestiona la noción de monumento como símbolo que busca poner en valor un qué determinado […]. La díada de espejos y el trazado que demarca su entorno se configuran en conjunto como un aparato lúdico, que busca congregar y reunir una variedad de personas y situaciones”.

Si bien la propuesta de Low se estructura desde una dimensión crítica hacia la idea monolítica del monumento en espacio público e invita a las personas a observar su propio reflejo que pasa a ser parte de la configuración estética del monumento, éste pierde sentido cuando Jorge se aproxima a la superficie espejada ya que, por su condición de ceguera, la experiencia de observarse como parte de la obra queda completamente anulada. A eso sumamos a la necesidad de asistencia que requirió Jorge al momento de recorrer el perímetro del monumento, para así resguardar su integridad física, ya que los apoyos de fierro que soportaban la superficie espejada no contaban con ningún tipo de alerta o contraste cromático, por lo que podía resultar peligroso si Jorge se aproximaba a éste de forma autónoma.

Pato también tuvo dificultades para aproximarse a “Un Monumento” de Low, ya que éste se encontraba posado sobre la senda peatonal de la plaza de la ciudadanía, dejando sin espacio de circulación accesible el lugar y obligando a Pato a tener que transitar por el pasto de la plaza, lo cual podría resultar incómodo si es que no se cuenta con una silla de ruedas adecuada. Esto también limitó la interacción que Pato podía tener con la intervención, ya que lo obligaba a estar atento a la movilización y no de disfrutar la experiencia.

Luego nos movimos unos metros al poniente dentro de la misma plaza de la ciudadanía para visitar la intervención llamada “Sombras Blandas” de la oficina MCR+JAG, conformada por los arquitectos Miguel Cassasus y Jean Araya. Según la descripción disponible en la página web de la bienal, “la instalación de los sombreaderos reflectantes, ha propuesto un lugar para reunirse e interactuar, articulando distintas configuraciones sobre nuestras formas de vida en tiempos de cambio y transformación.” Si bien la propuesta de MCR+JAG es interesante, al aproximarnos junto a Jorge y Pato nos enfrentamos a una serie de dificultades.

La estructura portante del sombreadero, compuesta por una serie de pilares esbeltos que se anclaban a piso a través de unos cimientos rectangulares de hormigón de unos veinte centímetros de altura aproximada, que no contaban con ninguna franja de alerta, por lo cual podían resultar peligrosos para Jorge. El suelo, a su vez, al ser muy irregular desestabilizó la silla de ruedas de Pato al momento de desplazarse por el recorrido del espacio. Bajo el sombreadero había una serie de bloques de hormigón de color rosado de unos treinta centímetros, que se encontraban dispuestos en el espacio para que las personas que visitaran la muestra pudiesen sentarse y descansar. Si bien la disposición de estos pequeños bloques era interesante, estos eran extremadamente bajos, lo que complica el sentarse y pararse de personas con problemas de movilidad, usuarios de muletas, personas embarazadas y adultos mayores, limitando el uso de estos bloques a personas con cuerpos hegemónicamente funcionales. Además, la disposición de éstos en el espacio y la falta de diseño de una ruta accesible obligó a Pato a tener que pasar por un espacio muy estrecho al momento de querer abandonar la instalación.

Continuamos nuestro recorrido por la calle Teatinos, las vallas papales que se encuentran bloqueando la circulación peatonal por el perímetro de La Moneda nos obligaron a bajar a la calle y cruzar a la otra vereda. Al momento de volver a cruzar y continuar con el recorrido hacía el pabellón de exposiciones, también construido por la oficina MCR+JAG, Pato se vio enfrentado a la obligación de tener que subir por la rampa que conecta en el nivel de la vereda con la Plaza de la Constitución, la cual no contaba con franja de alerta, ni con baranda, ya que nuevamente las vallas se encontraban restringiendo el recorrido lógico de una ruta accesible.

Luego de las experiencias vividas en los otros pabellones y en recorrido peatonal, nos aproximamos al pabellón de exposiciones, emplazado frente a la explanada encarando directamente al Palacio de La Moneda, consistente en una reconstrucción del pabellón diseñado por la arquitecta Montserrat Palmer para la UNCTAD III en 1972. En su interior había dos programas muy definidos: por una parte un cubo que exponía el trabajo e historia de Fernando Perez Oyarzún, ganador del premio nacional de arquitectura de 2022, y junto a éste una gran mesa de unos treinta metros de largo aproximadamente, donde se exponían las maquetas de todos los proyectos seleccionados para la muestra de la bienal.

Comenzamos por el cubo dedicado a Fernando Perez Oyarzún y rápidamente pudimos identificar una serie de problemas: los accesos al espacio interior del muro, debido a que los vanos tenían setenta centímetros de ancho, implicaron que Pato tuviese que pasar por un espacio incómodo y sin holgura de movimiento. En el caso de Jorge la dificultad fue otra, ya que los muros contenían toda la información de forma escrita o visual. Habría sido muy útil que este espacio contara con un audioguía o video que pudiese complementar la experiencia de Jorge. Esta parte de la muestra contaba con sólo un código QR, el cual se encontraba dispuesto en un lugar poco identificable y además no tenía un relieve que pudiese alertar a Jorge de su existencia.

Luego pasamos a la muestra de maquetas. Nuevamente nos vimos enfrentados a dificultades, ya que la mesa tenía una altura tal que Pato, al aproximarse a ella en su silla de ruedas, no podía ver ni las maquetas ni las cédulas con la información de cada proyecto, limitando nuevamente su experiencia en la Bienal. Este problema es fácilmente solucionable, ya sea con una pequeña inclinación de la mesa o con una altura libre de setenta centímetros y máximo ochenta y cinco de alto, que resulta mucho más adecuada para que una persona usuaria de silla de ruedas pueda aproximarse. Eso le habría permitido a Pato poder observar las maquetas, leer la información y acceder a los códigos QR disponibles para cada proyecto. Jorge pudo aproximarse a la mesa acompañado de Perri, quien le iba describiendo las maquetas y los proyectos que él no podía percibir ya que éstas NO podían ser tocadas por el público. La muestra sólo contaba con una maqueta que podía ser manipulada que, si bien no estaba diseñada para una experiencia puramente táctil, sí marcaba la diferencia entre los proyectos. Esta pertenece al proyecto de “Regeneración Urbana en Pequeños Condominios Familiares”, de la oficina Consolida. Al igual que el cubo del premio nacional de arquitectura, tampoco contaba con audio guía o elementos escritos en braille y los nombres de los proyectos y los códigos QR tampoco estaban en relieve.

Luego de salir del pabellón emprendimos rumbo al espacio de conferencias, no sin antes volver a vivir un conflicto en nuestro desplazamiento al querer pasar por la salida sur oriente de la plaza. Nuevamente, las vallas papales obligaban a Pato a tener que dar una vuelta enorme para salir del espacio destinado al pabellón.

Seguimos caminando por Morandé rumbo a la Plaza Bulnes, donde se encontraba la última instalación que nos faltaba por visitar, la estructura inflable diseñada en conjunto por los arquitectos Smiljan Radic y Nicolas Schmidt. Según la descripción disponible en la página web de la bienal, este pabellón está pensado para ser “el escenario temporal y acoger en su interior el programa de encuentros, debates y conferencias de la Bienal.” Al aproximarnos al punto que parecía ser la entrada al pabellón, saltaba a la vista que ésta parecía haber sido resuelta con premura y sin pensar en que personas con discapacidad pudiesen querer hacer ingreso al pabellón. El acceso se encontraba custodiado por un guardia, quién rápidamente nos detuvo diciendo que Pato y Jorge no iban a poder ingresar, argumentando que la silla motorizada de Pato podía entorpecer su acceso, y que a Jorge le iba a costar entrar con el bastón, y que la entrada sólo podía estar abierto por una cantidad limitada de segundos, porque sino la estructura se desinflaba. Luego de este intercambio un poco frustrante, logramos entrar Perri, prestando asistencia a Jorge y María Jesús, dejando fuera a medio día y desprovistos de cualquier tipo de sombra a Pato, Mariana y Joaquín.

En el interior del pabellón pudimos hablar con una chica que era parte de los monitores de la Bienal. Le expusimos nuestra situación, preguntando si una persona usuaria de silla de ruedas podía ingresar al interior de la estructura, a lo que ella respondió rápidamente que sí, pero que la silla de Pato era compleja, por su acoplamiento motorizado. Le explicamos que esa parte se podía sacar y dejar afuera, así que Pato se vio en la necesidad de dejar parte de su silla en el exterior para poder hacer ingreso, junto a Mariana y Joaquín, al interior del famoso pabellón.

El espacio interior del pabellón se encontraba delimitado por unos sacos en el piso, los cuales entorpecían la circulación al espacio de conferencia, teniendo Pato que pasar por arriba de ellos. Otro punto importante dentro del pabellón fue el material elegido por los arquitectos como membrana, que era de un material aislante metálico, y siendo utilizado incluso para recubrir el piso. Al caminar sobre él pudimos percibir el ruido que hacía este material, y que al estar siendo pisado por varias personas al unísono, producía un sonido muy molesto, lo que podría ser una problema si el pabellón era visitado por una persona con sensibilidad auditiva o dentro del espectro autista. De hecho una de las personas del equipo que vive con un grado socialmente casi imperceptible de la condición autista, tuvo que taparse los oídos al momento de circular al interior de la estructura inflable.

Si bien al final del recorrido hubo una persona perteneciente a la organización de la Bienal que, a título personal, se acercó a preguntarle a Pato sobre su apreciaciones en temas de inclusión en su visita, es necesario que las medidas sean tomadas desde un principio y no como una solución cuando ya se desarrolló el evento.

La Bienal, desde sus bases y diseño más elemental, careció de cualquier criterio o diseño inclusivo. No contó con una ruta clara ni accesible para visitar las distintas instalaciones que la conformaban y que permitiera que las personas que quisieran visitar la muestra pudiesen desplazarse de forma autónoma entre los distintos pabellones y plazas. Tampoco contó con material tecnológico adecuado como audioguía, ni con personas capacitadas para poder asistir a una persona con discapacidad, lo cual habría sido muy útil para poder complementar la experiencia de visitar los pabellones que se limitaban solo a la experiencia visual, sin pensar en las posibilidades multisensoriales que sin lugar a dudas enriquecen la experiencia para cualquier tipo de usuario.

Tanto Jorge como Pato concluyeron que visitar la Bienal en solitario habría sido una experiencia completamente diferente, ya que no habrían podido acceder a la gran mayoría de los espacios o simplemente no habrían podido ver o acceder a los pabellones. La Bienal debiese ser un espacio de vanguardia arquitectónica y de generación de pensamiento crítico, y esta vez nos dejó en claro que los subtítulos y declaraciones de principios son eso, palabras de buena crianza, pero que en el momento de llevar al plano concreto las ideas, se caen en temas tan relevantes como la inclusión y la accesibilidad, dejando claro una vez más que la arquitectura o ese tipo de arquitectura, aún no es para todes.

Esperamos que la próxima versión de la Bienal de Arquitectura y Urbanismo incorpore estos criterios desde un inicio, y de una vez por todas se vuelva un espacio ampliamente convocante, donde la discusión y la crítica no quede limitada a la hermetismo de una estructura, sino que se abra y se vincule con la realidad.

Por Estudio Petricor
– Fotografías Estudio 99

– Visita realizada por Estudio Petricor, Estudio 99, Pato sobre Ruedas y Jorge Gallegos

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