A veces, personas como yo (privilegiadas) se preguntan cómo cambiaría su vida si pertenecieran a una de las cinco familias más ricas de Chile, o del mundo. Piensan en lujos o incluso en excentricidades que podrían hacer si sus recursos fueran ilimitados. Claro, sería agradable poder ir a París por el fin de semana; bañarse en el Adriático; jugar en el Casino de Montecarlo, pescar en Portofino. En fin, son cosas que prácticamente ningún chileno puede hacer.