El legado oculto de Bachelet


No hay que ser demasiado honesto, o excesivamente humilde, para reconocer que a lo largo de la vida uno se equivoca, comete errores… primero, porque es algo que a todos les pasa; también, porque revela que uno aprende con los años. Y por último porque equivocarse es darle a los demás un motivo de alegría, y eso es gratificante. El hecho es que la incapacidad de reconocer algo tan básico como que uno se equivoca o de experimentar sentimientos de culpa, está en el origen de trastornos psicológicos graves. Quizá por eso, resulta tan chocante la actitud de Bachelet, y esta obsesión suya de consignar lo que considera que es su legado. Porque si ya es de mal gusto hacer balances selectivos, donde lo único que uno reconoce como propio son los aciertos, no sé cómo calificar el uso del término “legado”, tan ostentoso, tan rimbombante, tan pretencioso cuando lo usa alguien para hablar de sí mismo. ¿No le da como un poco de vergüenza, Señora Presidenta, un poco de pudor, digo yo? ¿No cree que- si efectivamente hay algo así como un legado- debiera confiar en que los demás lo reconozcan y no introducir el concepto como si fuera un supositorio?