Por Johan Marholz Lavín
Ingeniero civil industrial PUC, con más de 23 años en la función pública

¿Se han dado cuenta de cómo alternan los políticos en los cargos públicos? Primero elegimos a los de un lado, lo hacen mal. Después elegimos a los del otro, también lo hacen mal. Acto seguido volvemos a elegir a los que estaban antes y lo hacen peor aún. Entonces la solución parece ser elegir a los otros de nuevo, y así seguimos, hasta que, por alguna razón, uno de ellos logra reelegirse, y de ahí no lo sacamos más… hasta que hace un descalabro tan grande que no queda más remedio que cambiarlo.

¿Han pensado en esto y cómo, al final, todo sigue igual o peor? Es como un ciclo infinito de decepciones, una rueda que gira sobre la misma lógica y que parece estar atascada en la mediocridad.

El votante: emociones antes que lógica

¿Por qué votamos así? La respuesta puede estar en nuestra naturaleza como especie. Según Yuval Noah Harari en Sapiens: De animales a dioses, los humanos somos expertos en construir y creer narrativas. Los políticos nos presentan mitos políticos: “nosotros somos los únicos que podemos salvar este país” o “el problema es el otro lado”. Y nosotros, buscando certezas en un mundo complejo, les creemos.

Pero no votamos solo por las narrativas. Votamos con el corazón, no con la cabeza. Elegimos al que se ve más simpático, al que nos promete resolver todo de un plumazo, aunque sepamos, en el fondo, que no tiene idea de cómo hacerlo. Y cuando ese político nos decepciona, en vez de analizar por qué falló, simplemente buscamos una alternativa rápida: el adversario, como si fuera la solución mágica.

Del otro lado de esta ecuación están los políticos, quienes también son víctimas –y artífices– de este sistema. Muchos llegan al poder sin las competencias necesarias, pero con una habilidad invaluable: saben cómo mantenerse allí. ¿Cómo lo logran? Creando lazos de clientelismo, regalando beneficios inmediatos que generan dependencia en los votantes. Así, en vez de invertir en cambios de largo plazo, optan por medidas que aseguren su reelección.

Y cuando no logran perpetuarse, su partido entra al ciclo de alternancia: “ahora toca perder, para volver a ganar”. Mientras tanto, los problemas estructurales –esos que requieren soluciones serias y de largo plazo– siguen acumulándose como un barril de pólvora.

La rueda gira, pero no avanza

Este ciclo de alternancia y estancamiento no es solo frustrante; es dañino. La gestión deficiente genera desconfianza en las instituciones y alimenta la sensación de que no importa a quién elijamos, nada va a cambiar. La rueda gira, pero no avanza.

El problema no es solo de los políticos, ni solo de los votantes. Es del sistema en su conjunto. Hemos construido un modelo democrático que premia las promesas vacías y penaliza la planificación seria. Harari lo explica bien: las sociedades humanas son grandes porque funcionan sobre mitos colectivos, pero esos mismos mitos pueden ser manipulados para explotar nuestras emociones y perpetuar la mediocridad.

¿Qué podemos hacer?

Romper este ciclo no será fácil. Requiere de ciudadanos más informados, menos dispuestos a dejarse llevar por el carisma o las promesas fáciles. También exige políticos valientes, dispuestos a tomar decisiones impopulares en el corto plazo para garantizar un mejor futuro.

Pero sobre todo, demanda una nueva narrativa, una que no divida al electorado en “ellos” y “nosotros”, sino que nos invite a trabajar juntos en soluciones reales. Porque si seguimos alternando entre lo malo y lo peor, sin cambiar las reglas del juego, nos encontraremos siempre en el mismo lugar: girando en círculos, mientras todo sigue igual o peor.

¿Y ustedes, qué opinan? ¿Estamos condenados a este ciclo o podemos aspirar a algo mejor?

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