Después de seis años, los campamentos supuestamente provisionales parecen ahora suburbios marginales. ¿Hasta cuándo podrá el mundo mirar hacia otro lado?

El escenario de pesadilla ha llegado para los rohingyas que viven en campos de refugiados en Bangladés. Las enfermedades y las condiciones de vida han alcanzado un nivel inaceptable e inhumano.

En estos momentos, la tasa de prevalencia de sarna en los campos es del 40%. Se estima que más de 400 mil personas han contraído esta enfermedad tropical extremadamente contagiosa y olvidada.

Se trataría de uno de los mayores brotes registrados de sarna, brote que tiene lugar, además, en el mayor campo de refugiados del mundo, hogar de casi un millón de refugiados rohingyas, una de las minorías más perseguidas de la historia moderna.

Durante los últimos seis años, desde que los rohingyas fueron expulsados de la vecina Myanmar, la respuesta humanitaria ha sido un fracaso. Médicos Sin Fronteras ha estado alertando al mundo sobre el riesgo extremo de un grave brote de enfermedades. Advertimos de que las condiciones del campo podrían deteriorarse lentamente hasta que fuera demasiado tarde. Y ahora ha sucedido.

Condiciones sanitarias inhumanas

La sarna es una infección parasitaria causada por ácaros microscópicos (Sarcoptes scabiei) que se introducen en la piel y depositan sus huevos. La piel no tolera bien esta infestación, y la respuesta inmunitaria provoca una erupción cutánea con picor. Aunque no es mortal, merma la calidad de vida, sobre todo de quienes no tienen un alojamiento adecuado o no pueden tratarse. El intenso picor puede provocar noches de insomnio y, a su vez, deteriorar la salud mental.

Era una situación previsible: la trifecta de unos campamentos extremadamente abarrotados, unos servicios de agua y saneamiento deficientes que provocan el deterioro de la higiene en los campos, y todo ello, mientras se les niega el derecho a circular libremente o a trabajar. Todo esto tiene lugar con el telón de fondo de unos servicios sanitarios desbordados y la disminución de la financiación de los campos por parte de los donantes internacionales.

¿Qué otra cosa podía esperarse que ocurriera al contener indefinidamente a un millón de refugiados en campos provisionales?

La cuestión ahora no es por qué el mundo ignoró las señales de advertencia, sino qué hará falta para que la comunidad internacional, los donantes y las Naciones Unidas asuman más responsabilidad para con los rohingyas.

Llevo más de seis años trabajando con la comunidad rohingya. Los equipos de MSF han prestado asistencia sanitaria a este pueblo en su tierra natal, Myanmar, desde 1993 y han sido testigos de los sucesivos fallos de la responsabilidad internacional.

Controlar este brote de sarna requeriría una administración masiva de medicamentos, además de un control eficaz de los vectores en la totalidad de los campamentos. Básicamente, esto precisaría que todos los hogares limpiaran su ropa de cama y sus ropas al mismo tiempo. Nada de esto es posible para los rohingyas, que disponen de un suministro de agua y jabón inferior al adecuado en los campamentos.

De campamentos provisorios a suburbios marginales

Los campos solo debían ser una opción a corto plazo. Pero después de seis años, las estructuras temporales se están convirtiendo en pasivos a largo plazo, pareciéndose más a zonas urbanas marginales que a hogares. Sin un cambio en las insostenibles estrategias de contención de los estados donantes y de acogida, la población de los campos seguirá siendo muy vulnerable a los brotes de enfermedades infecciosas.

Este último brote de sarna debería bastar para que los Gobiernos trabajaran en la búsqueda de soluciones duraderas con mayor urgencia y determinación. Pero lamentablemente no es así. Parece absurdo justificar por qué este brote es una indigna crisis de salud pública que ninguna población debería tener que soportar.

La situación nutricional en los campos también es lamentable. Nos preocupa el número de casos de desnutrición que llegan a nuestras clínicas. En 2022, en solo dos de nuestras instalaciones, contabilizamos 3 mil 200 casos de desnutrición entre mujeres embarazadas y madres lactantes, de las cuales el 40% padecían anemia, y entre el 25% y el 28% de los bebés nacidos presentaban bajo peso. Las tasas de desnutrición aguda general entre los menores de cinco años se situaban en el 19% en 2022 aumentando al 21% a mediados de 2023.

Si a esto le sumamos que el Programa Mundial de Alimentos ha reducido la ayuda alimentaria a los rohingyas a 8 dólares al mes, cabe esperar un aumento de la desnutrición y la anemia, mayores ratios de bebés con bajo peso al nacer y, a su vez, mayores tasas de mortalidad entre mujeres y niños.

Hay toda una generación de niños y niñas rohingyas que se enfrentan a la posibilidad de un retraso en el crecimiento debido a la falta de una nutrición sostenida. A esos mismos niños también se les niega el derecho a una educación completa. Los campos rohingyas de Cox’s Bazaar, en Bangladés, parecen ser un lugar donde no se aplican los estándares humanitarios, campos en gran medida olvidados y desatendidos por el resto del mundo.

Toda una generación de mujeres, niños, niñas y hombres que se ven reducidos a simples palabras como “refugiados” o “apátridas”. Pero son más que eso, son personas que han soportado la persecución, han visto cómo quemaban sus aldeas, cómo mataban a miembros de su familia, para posteriormente enfrentarse a una vida detrás de alambradas en condiciones que ni usted ni yo probablemente soportaríamos jamás.

Son personas que sobreviven cada día, a pesar de estas circunstancias, como madres, padres, hijas e hijos. Son personas como el resto de nosotros, son artistas, profesores y mucho más.

Las situaciones precarias en los campos de refugiados pueden producirse a menudo cuando existe una incapacidad o falta de voluntad de las organizaciones internacionales para ser conscientes de las amenazas que surgen gradualmente.

En el caso de los rohingyas en Bangladés, de hecho, hay un millón de razones urgentes para no ser complacientes.

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