A propósito del Congreso Curricular y Pedagógico, del que me tocó participar en su inauguración en la región de Valparaíso hace unos días, me parece necesario colocar mucha atención a este hito del proceso de renovación curricular que ha iniciado el Ministerio de Educación, coorganizado con la Oficina Regional de Educación para América Latina y el Caribe (OREALC/UNESCO Santiago).

En primer lugar, la convocatoria es una oportunidad para canalizar los procesos deliberativos que el país requiere en relación con la educación, particularmente en cuanto a los contenidos y orientaciones del currículum y las formas de enseñanza que produzcan experiencias de aprendizaje y formación humana relevantes para las próximas generaciones.

En segundo lugar, si bien las preguntas clave que organizan y orientan las acciones participativas del Congreso son válidas (¿Qué aprender? ¿Cómo aprender? ¿Cuándo y dónde aprender?), me parece que deben ir acompañadas, necesariamente, de una reflexión sobre los fines de la educación en tiempos de profundas transformaciones sociales y ecológicas.

En efecto, actualizar la propuesta curricular nacional debe ir un poco más allá que la necesaria puesta al día de los contenidos y los logros esperados por la sociedad respecto de sus estudiantes. Dicho de otro modo, contenidos y aprendizajes deben pensarse en función de un “para qué”, cuestión que requiere de una reflexión previa. Más aún tal reflexión y sus posibles conclusiones debe ser elaborada colectivamente, donde nuestras diversas perspectivas confluyan en aspectos comunes fundamentales sobre el propósito formativo del currículum. Se trata, en definitiva, de un ejercicio democrático donde tanto la sociedad civil como las comunidades educativas tienen la oportunidad de expresar lo que avizoran como expectativas y necesidades para un tiempo relativamente próximo.

En tercer lugar, parece necesario repensar las asignaturas escolares a partir de una representación más amplia de las capacidades que deben ser desarrolladas por el sistema escolar. En este sentido, si bien ha sido fundamental la formación en habilidades intelectuales, parece hacerse urgente equilibrar aquello con la formación en el conocimiento de sí (cuerpo, psiquis, sentido de trascendencia, ideas de justicia) junto al desarrollo de capacidades para vivir juntos como agentes de transformación social. Esto último cobra relevancia ante la peligrosa tendencia actual a la negación de los otros y otras como sujetos en dignidad; la consecuencia fatal de aquello sería, si es que no lo está siendo ya, el debilitamiento de la democracia como forma de resolver nuestros asuntos de la vida en común.

Por último, parece necesario transitar a un diseño curricular que permita la contextualización del conocimiento. Ello a efecto de hacerlos pertinentes social y culturalmente, transferibles a diversas situaciones, que no sirva solamente para la escuela, que no sirva solamente para la prueba, sino que se puedan aplicar en diversas situaciones a lo largo de la vida.

Esto probablemente requerirá dar más oportunidades al tratamiento interdisciplinar de problemas social y personalmente relevantes para las vidas de las nuevas generaciones. Creo que nos jugamos una cosa muy importante en aquello pues los conocimientos deben facilitar la formación de una perspectiva personal y colectiva sobre el mundo, animando la idea que hay puntos de vista, argumentos más fiables o válidos que otros, que obligan a discernir, a conocernos internamente al mismo tiempo que reconocer la diversidad de identidades. Tenemos que ayudar a las próximas generaciones a hacer ese ejercicio haciendo que los contenidos estén al servicio de este modo de entender la función del sistema escolar.

El llamado, entonces, es a definir, mediante un proceso de reflexión y decantación, qué queremos hacer con el currículum actual y a identificar los desafíos que todo ello plantea. Dado que ya hace un tiempo que estos temas vienen siendo objeto de análisis y debate en el país, me permito sugerir la consulta de algunos textos que han debatido estos asuntos en los últimos años: ‘Recomendaciones para una política nacional de desarrollo curricular’ (2016), ‘Políticas para el desarrollo del currículum: Reflexiones y propuestas’ (2018), y ‘Claves para el desarrollo del currículum: Análisis crítico y recomendaciones para docentes y escuelas’ (2022), todos ellos representan un esfuerzo por responder a la crisis de diseño y actualidad de las bases curriculares, aspectos visibilizados con mayor fuerza por la pandemia, pero que en cada uno de ellos es posible encontrar alternativas necesarias.

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