La cita para el último baile de esta fiesta del desconcierto y la arrogancia está fijada para el 17 de diciembre del año en curso, fecha de votación de la nueva propuesta constitucional.

Las celebraciones comenzaron en la calle, al ritmo de un carnaval frenético cargado de violencia y destrucción. Luego pasamos a un salón, donde los invitados optaron por quitarse las máscaras y desafiaron la lógica de la danza con sus movimientos desenfrenados y rústicos. En rigor, se trató del primer pie de una cueca desabrida, que se llenó de pifias cuando el jurado popular salió a evaluar el desempeño de los bailarines. Es que la cueca hay que saber bailarla, impone ciertas reglas que no pueden suplirse simplemente con la gracia o el entusiasmo.

Los propósitos e intereses culturalmente definidos, ya sea que estén sustentados por la gran mayoría de los ciudadanos o por quienes se encuentren en una posición diferente, reconocen medios admisibles para alcanzar sus objetivos. Es en ese punto donde entran en juego la costumbre y la fidelidad con las instituciones históricamente arraigadas en el orden republicano, dentro de una estructura de desarrollo social en que la eficacia técnica y el conocimiento debe lidiar con una amplia suma de sentimientos dispersos en el inconsciente colectivo, promotores de ciertos valores incorporados mediante el uso del poder y la propaganda.

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Miércoles 31 Diciembre, 1969 | 21:00

La simple participación en el baile de la política contingente, aunque no ahonde en triunfos y reconocimientos, es un viejo sedante de la ambición. El actor suele adaptarse al escenario, reconocer los recovecos de la pista de baile, y conservar sus ambiciones. Algunos identifican el fenómeno como “consecuencia”, aunque vengo pensando que tiene que ver con cosas más prosaicas. La agresión provocada por el fracaso debiera dirigirse hacia adentro y no al revés, contra uno mismo y no contra la estructura social que ofrece acceso libre a las oportunidades. Es el germen que debería impulsar al cambio, tan sano y aleccionador. No hay pecado en cambiar de opinión un par de veces en la vida, aún más, suele ser asunto de sabios.

En el segundo tiempo- y último, pase lo que pase- de este camino constitucional, los convencionales debiesen ser capaces de traspasar una energía mística al ciudadano, al votante, el deseo de expresar su naturaleza como miembro racional e igual de un país inteligible, que hace uso de su libertad de elegir, citando a Rawls.

Toda una pulsión social movilizándose a un mismo ritmo, con distintas destrezas y movimientos particulares, basados en la esencia de los impulsos intelectuales y naturales de cada cual, pero concentrados en ejecutar el mismo baile, esto es, con un ideario común en que todos se sientan invitados a participar. Sacudidos del velo de la ignorancia, se impone aislar las visiones identitarias, conservadoras y refundacionales, que pregonan las bondades de un mundo ideal, para encontrarnos conscientemente frente a las contingencias y dificultades de un universo real, y desde ahí construir los espacios de libertad y control que el artefacto jurídico y político por excelencia- la Constitución Política de la República– deba consagrar.

Con todo, y avizorando el panorama de descrédito y desinterés por el último baile constitucional, no puedo evitar sonrojarme cuando escucho las expectativas desmedidas en torno a la construcción de una nueva Constitución Política. En un país que cultiva activamente el refrán hecha la ley, hecha la trampa; donde infringir las
normas es un verdadero deporte nacional, es una cuestión de no creer.

¿Ustedes, de verdad, piensan que una nueva Constitución nos va a trasladar al quinto círculo de la virtud?, ¿Qué va a caer una lluvia divina que se va a colar por los poros de cada uno de los chilenos y nos hará actuar de manera distinta, nos sacudirá del individualismo recalcitrante de esta época?. Lamento decirle que eso no va a ocurrir; que los temas gruesos, léase salud, educación, delincuencia (reinserción, por favor) y pensiones no pasan necesariamente por la construcción de un nuevo pacto constitucional. El escenario no es auspicioso para la generación de la inmediatez, que quiere todo aquí y ahora.

El último baile puede marcar un punto de estabilidad nacional o un rebrote de la agitación de hace algunos años. El recorrido de los últimos cinco gobiernos, incluido éste, ha dado pie para pensar que la fiesta puede terminar en un fiasco, un panorama folclórico al ritmo de una cueca en pelota.

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