En 1903, Marie Curie, Pierre Curie (su marido) y Antoine Henri Becquerel), obtuvieron el primer premio Nobel (en Física). Fue la primera vez que una mujer lo ganaba en la historia.


Marie Currie

El marido de la científica polaca-francesa moriría en 1906, y ella continuaría la senda de la investigación científica que ya había iniciado antes de conocerlo, y que le ocasionaría la muerte en 1934.

Para los años 1910-1911, la científica comenzó una historia sentimental con el físico Paul Langevin, un antiguo estudiante de su difunto marido, quien además estaba casado. La mujer de éste se encargaría de denostarla públicamente, porque, ¿qué importan los logros académicos o profesionales de una mujer, cuando su vida privada de madre, esposa o amante escapa de los cánones tradicionales?

En medio de esos rumores o verdades, en 1911 Marie Curie se entera que la academia sueca la ha hecho merecedora del segundo premio Nobel.Esta vez por sus logros en Química. Se sostiene que la científica fue compelida a no recibir el premio, precisamente por la campaña de desprestigio que se levantó en su contra, centrada en su vida sentimental. Sin embargo, en una carta al premio Nobel sueco Svante Arrhenius −quien inicialmente la alentó a asistir y luego se desdijo− ella responderá: “El premio me lo dieron por el descubrimiento del radio y el polonio. Creo que no hay ninguna conexión entre mi trabajo científico y los hechos de mi vida privada”.

Albert Einstein, con su brillantes y claridad, le dirá: “¡Ve a Estocolmo! Estoy convencido de que debes despreciar este alboroto. Si la chusma sigue molestándote, deja de leer esas estupideces. Déjaselas a las víboras para las que se escribieron.” Marie Curie recibió el Nobel, y se convirtió no solo en la primera mujer en ostentar uno, sino en la única que ha obtenido dos.

Ley N°21.675

A raíz de la reciente publicación en nuestro país de la ley integral contra la violencia hacia las mujeres, la historia de Marie Curie debe recordarnos que la violencia contra la mujer. La que se ejerce en múltiples dimensiones, como bien recoge la Ley N°21.675: física, psicológica, sexual, económica, simbólica, institucional, política, laboral y gineco-obstétrica.

Algunas expresiones de esta violencia se dan en “tratos humillantes, vejatorios o degradante”, que buscan el “control o vigilancia de conductas, intimidación, coacción, sumisión, aislamiento, explotación o limitación de la libertad de acción, opinión o pensamiento […,] naturalizando estereotipos que afectan” la dignidad de las mujeres.

La norma establece que existe riesgo inminente de padecer violencia de género cuando, entre otras hipótesis, “haya precedido intimidación por parte de quien agrede, expresada por cualquier vía, en acciones tales como hostigamiento, acecho, amedrentamiento o intromisión en espacios públicos, laborales u otros privados de la víctima”.

Es así como los remedios que brinda la ley vienen desde la interseccionalidad de los entes públicos, con mandatos claros a instituciones tanto públicas como privadas: salud, educación, justicia, trabajo, medios de comunicación.

Violencia de género

La sobre-exigencia de patrones de vida icónicos o modélicos, con la consecuente imposición cotidiana a las mujeres de una perfección doméstica, amorosa y profesional, como una triada indisoluble, es una expresión más de la violencia de género. Lo privado, ese lugar donde se ha intentado relegar y esconder a las mujeres está, en palabras de Hannah Arendt, precisamente caracterizado por la “privación” de la esfera pública.

No debiera ser determinante la vida privada de las mujeres para consagrar o reconocer sus logros profesionales. Pero la transversalización de ese modelo social-patriarcal-hegemónico que arrastra el peso de la historia, nos convierte a veces en cómplices o victimarios de la sociedad que habitamos, y nos debe llevar a preguntarnos, ¿a cuántas Marie Curie hemos violentado?

Andrea Serrano España
Académica Universidad Católica Silva Henríquez