Una novela que también es una crónica del incipiente Chile. Mestizo para resignificar los hechos. Para darle empatía y sensibilidad. Con voz propia, lengua, mano y oído.

Por Marcel Socías Montofré

Prolija, depurada y notablemente fluida. También desgarrada, poética y profundamente femenina. Precisamente, una crónica femenina de la conquista, la resistencia y los primeros días del “Cusco del Mapocho”.

Primero por el desierto. “Me llevan con ellos a la rastra. De cacería, como los incas. Pero en lugar de vicuñas, cazan personas. Dónde está el oro, dónde la comida, dónde las mujeres. Tengo que traducir sus preguntas del castellano a un idioma que no hablo. Se los digo en quechua y a veces comprenden”. (Página 21).

Precisamente de eso se trata. De una comprensión más profunda. De reseñar la historia de Chile –del Chile mestizo- desde sus orígenes más brutales por una guerra donde fueron arrastrados cientos de yanaconas, aymaras, quechuas, africanos, aconcaguas, reches y ciertamente la invasión española del Imperio Inca y el posterior intento de seguir dominando hacia el sur.

Seguir buscando oro hacia el lugar donde –en opinión de los limeños de la época del virreinato- sólo llegaban los “rotos”, los desarrapados, los que eran capaces de cruzar el desierto, el 11 de septiembre de 1541, el desconcierto y la certeza de una guerra interminable, donde el empeño de la ambición se tradujo como coraje.
Suele suceder cuando los vencedores escriben la historia.

Pero poco se sabe de las voces más íntimas. Las que logran mirar el conflicto en su contexto histórico como también en su juego de roles. La mano, el oído, la lengua, el buen ojo. La prosa femenina. La integradora.

La sensibilidad en medio de los bandos. La lengua, la mujer que traduce, que resignifica los hechos con una mirada donde trasunta cierta lástima por la ambición humana. La que viene con la espada, arcabuces y La Mano, la rapiña por naturaleza.

El ojo

También está El Ojo. La mirada del Reche. La advertencia prematura: “Donde sea que esperan sus refuerzos, donde sea que pongan sus rucas y sus cruces y abriguen a sus caballos. No encontrarán la calma junto al mar estos barbudos, tampoco entre los cerros, no encontrarán sosiego junto al río, porque seguiremos peleando…”. (Página 189).

La guerra declarada. El silencio de las víctimas no registradas. Los quechuas de los que poco se sabe. Los que conocieron Santiago del Nuevo Extremo –a través los Incas- mucho antes que se llamara Santiago, aunque siempre ha sido un enclave, una ciudad proclive a los extremos.

Como una guerra que duró, más bien frustró, todo intento de conquista española. Por una tierra donde “verdean los árboles. Las nubes se disuelven a ratos. Cae la lluvia y sale el sol. La tierra se despierta y nosotros con ella” (Página 248).

No era oro, entonces. No era el “Cusco del Mapocho”. Era de los mapochoes, era un profundo amor por la tierra que sigue al sur y donde “construimos nuestras rucas y prendimos nuestro fuego a sus pies, aquí, donde pueda echarnos un ojo, tendernos una mano. Aquí, donde nos susurre al oído lo que le susurran los pillanes en el suyo de la roca”.

Algo parecido a cuando el espacio propio es invadido. Suele suceder con la historia del hombre.

La lengua

Es la mujer protagonista. La matriz traductora de culturas, cosmovisiones y tradiciones. Pero también la que tiene voz propia, por donde “pasan las lunas, los días se alargan, el sol calienta nuestros pasos y seguimos construyendo… (…) … cuántos hijos de yana, no lo sé, de blanco o de negro, no lo sé. Lo adivino en el vientre de sus madres. La rueda rueda, el espiral sigue subiendo” (Página 135).

La Lengua es precisamente el nexo humano, el propósito logrado de contarnos la historia desde todos los bandos. Porque si Alonso de Ercilla y Zúñiga mandó carta a España para contarle al rey Felipe II del incipiente Chile y su historia de fuertes varones, entre caciques y señores, poco se sabe de los personajes por sustento, de los silenciados de siempre, sobre todo de las silenciadas.

Por eso da gusto leer “Desde el confín”, de María José Poblete, porque es como La Araucana por justicia más inclusiva.

Incluye todas las voces. Incluso la del invasor. La mirada con empatía que no es justificación, más bien es lástima. Algo parecido a la piedad por aquellos que buscan el dorado cuando es mejor el verde, la naturaleza humana en armonía con el entorno, sin necesidad de lavaderos donde ciega el resplandor del oro.

Por eso se agradece el libro. Porque es una crónica, un relato, una novela histórica donde la historia se vuelve profundamente humana, con lengua, voz y a la mano el oído.

Ese buen ejercicio de escuchar la voz del otro. “Desde el confín”, de pulcra narrativa de la mujer originaria, de la identidad mestiza, de aldeas arrasadas por el fuego y vueltas a construir una y otra vez. Hasta nuestros días. El Santiago del Nuevo Extremo.

Portada
Editorial Seix Barral

Desde el confín

María José Poblete
Editorial Seix Barral

2022