“No es un cuento de hadas, sino una situación realista”, advierte el propio Gustavo González Rodríguez, escritor y periodista, magíster en Comunicación Política y diplomado en Crítica Cultural de la Universidad de Chile, además de autor de una “novela negra o policial, pero con elementos sociales, políticos y costumbristas. También con recursos de la tragedia griega”. En síntesis, la suma de muchas voces y un grito de contingencia y realismo social.

Por Marcel Socías Montofré

Pero un grito bien escrito. Como suele suceder con los periodistas que no son tales, que más bien soñaron alguna vez con ser escritores, pero postergaron la ficción para hundirse de lleno y por años en la crónica periodística, sostenida en hechos reales, sujeta a ciertos formalismos y hasta atrapada en una debida distancia personal y afectiva con la noticia y sus protagonistas.

Por aquello que llaman “objetividad periodística”. Aunque sería más efectivo, tal vez, ocuparse y preocuparse más de “honestidad” que de “objetividad”. Sobre todo, para comprender la muerte de la bailarina.

Porque las personas no son objetos. Mucho menos objetos del deseo. Tampoco los personajes. Se construyen sobre historias de vida que son hermosas y otras de horrores, quiebres, fracasos, víctimas y victimarios, emociones y secretos provocados por la creencia del pecado, la ternura, la bondad y también la miseria humana de un pueblo chico, infierno grande. Como en las 160 páginas del libro. Como recordando “La vida simplemente”, de Óscar Castro.

Así también es una historia verosímil la de Gustavo González Rodríguez, “de pueblo en pueblo y de teatro en teatro, donde pueblos y teatros son iguales, donde los hombres que miran y lanzan rechiflas y aplausos son siempre los mismos, donde no hay rostros amigos”. (Pág.82).

Es el pueblo y país donde murió la bailarina y también una suerte de alegoría social, un coro de personajes que sospecha, opina y esconde. Murió la bailarina en el cabaret. Murió la striper. La desconocida. Nadie sabe si fue suicidio en defensa propia. O tal vez alguien la mató. A los 40 años hasta es posible que muriera de pena. Quién sabe. También la soledad.

Pero lo que está claro es que no murió por pecado. Poco a poco y con exquisita fluidez Gustavo González Rodríguez va reconstruyendo más que hechos, experiencias. Reconstruye una vida. La de la bailarina. La persona. La mujer. Lo hace con sensible respeto y consideración. No escribe el periodista. Se explaya el Gustavo González escritor.

Y se explaya en una prosa cómoda de leer. Fácil de comprender. Sin excesos retóricos. Con la tinta en los dedos que dejan años de oficio como periodista, pero lo hace con tiempo –Ahora, Antes, Poco Antes y Después- con capacidad de síntesis, excelente redacción, la oportuna y literaria sonoridad de una sintaxis bien estructura y hasta la sororidad de una novela con sincero respeto al feminismo como un derecho y sentido de humanidad. 

Por cierto, también se agradece la ambientación. Ese Chile profundo de los años sesenta. La hipocresía y la dinámica social de aquel entonces. Las relaciones de poder y también las relaciones humanas. Tan difíciles de comprender cuando se habla incluso del pasado. Las heridas, sobre todo, las confesiones en el confesionario. En aquellos años más encima, donde el silencio era también una forma de abuso y de poder. Ni hablar del poder político.

Aunque el tema es otro. El tema es quién arroja la primera piedra, quién está libre de la viga en el ojo propio. Ese ojo y mirada por donde Gustavo González Rodríguez nos introduce en una trama que no olvida su acercamiento a la novela negra, la intriga, las suposiciones, los personajes como elementos constructivos de la narrativa, los que determinan –por heridas propias y también ajenas- la vida, historia y muerte de la bailarina. A los 40 años. En el cabaret. De noche. Esperando que alguien reivindique su existencia.

Porque -según aclara la propia bailarina- “soy la pecadora que no busca perdón, sino justicia”.

Por eso también murió esperando que alguien reivindique su existencia. Al menos que la deje por escrito. Para que cada quien juzgue y decida, para que le avisen al señor juez, al cura del pueblo, a la dueña del cabaret, a los vecinos, a la madre, al cuaderno de anotaciones, al amante secreto, a quienes manejan el poder y a todos los lectores: la bailarina no murió en vano.

Murió buscando justicia… y por justicia también se escribe.

La muerte de la bailarina, LOM (c)

“La muerte de la bailarina”

Gustavo González Rodríguez
Ediciones LOM

2021