Más de un millar de nicaragüenses que vivían en precarias condiciones en edificios dañados por el terremoto que devastó Managua en 1972 comenzaron a ser reubicados por el gobierno, que empezó a demoler los derruidos inmuebles que amenazan con caerse en cualquier momento.

Cuadrillas de obreros comenzaron a demoler una veintena de agrietados edificios que quedaron en pie en el casco viejo de la ciudad, donde el gobierno de Daniel Ortega planea reconstruir el centro político de Managua.

“Estos edificios eran una trampa mortal para todos los que vivían adentro”, dijo a la AFP el subcomandante del cuerpo de bomberos, Javier Amaya, quien dirige las demoliciones que deben concluir dentro de un mes.

Un terremoto de 6,2 grados Richter, seguido de dos fuertes réplicas, devastó Managua la madrugada del 23 de diciembre de 1972, matando a unas 19.000 personas y dejando heridas a otras 20.000.

El centro de la ciudad jamás fue reconstruido y muchos edificios que quedaron semidestruidos, incluida la vieja Catedral, jamás fueron demolidos. Esto le dio a la zona un aspecto desolado que conserva hasta hoy.

Cientos de familias pobres empezaron paulatinamente a ocupar los edificios, donde han vivido por años, rodeadas de cerdos, gallinas, perros, pulgas, en condiciones de promiscuidad y en constante peligro, debido a que la región es muy sísmica.

Unos 2.000 sismos de baja magnitud sacuden anualmente a Nicaragua, a causa de las fallas que atraviesan su territorio.

Una de esas fallas cruza la capital por la céntrica laguna de Tiscapa, de origen volcánico, donde estaba el bunker del ex dictador Anastasio Somoza. Otra pasa por el lago Xolotlán (o lago de Managua), donde se originó el terremoto de 1972.

El 13 de abril, el fondo del lago que bordea el sur de Managua comenzó de nuevo a estremecer a la cuidad con sismos de baja magnitud que, debido la proximidad del epicentro, causan pánico entre la población, aunque no daños ni víctimas.

Ante el peligro de derrumbes, las autoridades comenzaron hace unos días a reubicar a las primeras 1.500 personas que vivían en los dañados edificios hacia un complejo habitacional construido en una ciudad aledaña.

Simultáneamente, más de cien hombres, en su mayoría jóvenes que vivían en esos lugares, empezaron a desbaratar a punta de picos y mazos, las paredes y columnas de las edificaciones, bajo la supervisión de los bomberos.

Para ayudar a los obreros, que ganan 4,5 dólares por día, las autoridades les permiten vender los metales que sacan de las estructuras.

En uno de estos enmohecidos edificios, se criaron los hermanos Karina y Ervin García, de 22 y 23 años respectivamente, que se ganan la vida vendiendo hielo para sostener a sus hijos.

Ellos viven entre las ruinas, junto a otras 300 personas que esperan con ansias desocupar este sábado su lugar de residencia, para iniciar una nueva vida en las casas de 24 metros cuadrados que el gobierno les ofreció en un barrio de la capital.

“Siempre he vivido aquí, y nos vamos el sábado”, dijo alegre Karina.

“Estamos alegres porque al fin nos vamos”, coincidió Ramona Serrano, de 75 años, que habita con veinte personas más en precarios cuartos de láminas viejas y cartón, entre los ennegrecidos edificios.

En uno de esos pequeños cuartos, Luisa Correa contó con lágrimas que comparte su cama con cuatro de sus nueve hijos. En ese mismo lugar, duermen otras cuatro familias, amontonadas sobre colchones sucios .

“Yo me quiero ir, porque al menos allá tendré una casa digna”, dijo Rosa Gutiérrez, una oficial retirada del ejército sandinista, que lleva 21 años viviendo en esta decadente zona de Managua.