Imagen | J. Dippold en Flickr

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Ningún escenario es demasiado chico para Donte Steel y su grupo de bailarines. Broadway podrá ser el más prestigioso de Nueva York, pero para ellos el desafío está en los vagones del metro.

En este escenario en perpetuo movimiento no hay telón, pero cuando Steel y su grupo irrumpen con su equipo de música a través de la puerta automática del vagón, el espectáculo es instantáneo.

“¿Qué hora es?” pregunta uno. “¡La hora del show!” contestan los demás.

Al principio, muchos pasajeros ni siquiera miran. Pero no por mucho tiempo.

El equipo de sonido toca temas de Black Eyed Peas y el artista más joven, Marcus Walden, de 15 años, también conocido como “Mr Wiggles” empieza a hacer pasos de break dance. La gente empieza a mirar.

El siguiente es “LJ” Tamiek Steele, de 21 años, que está parado de manos y como si fuese la cosa más simple del mundo, se reclina hacia atrás. Sólo se apoya en sus dedos y pareciera que estuviese suspendido en el aire.

Cuando le toca a Donte Steele, que tiene 27, los pasajeros ya miran asombrados mientras desafía a la gravedad y a casi todas las demás leyes de la física. Se hace llamar “thebestuknow” (el mejor).

Steele flota en el aire, se echa hacia atrás, cae en el mismo lugar y lo vuelve a hacer, siete u ocho veces. Milagrosamente, evita en sus piruetas tocar a los pasajeros o el techo del vagón.

Luego todos forman una rueda humana. Al final apenas queda tiempo para tender la gorra de beisbol. “Cuanta más plata nos den… ¡Más plata tendremos!”, contestan en coro los demás.

El metro llega a la estación y los artistas pasan al vagón siguiente. “Son los mejores que he visto”, comenta Christi Hulls, una pasajera de 27 años, que está encantada y asombrada.

Cada paso tiene un nombre preciso, pero todos derivan del “break dance” una forma de hip hop virtuoso que nació en el Bronx en los años 70.

El “break dance” no es solo lo que bailan, es lo que son.

“Aprendí de niño, mirando a los demás y practicando en las cocheras o entre dos camas”, cuenta Donte Steele. “Empecé cuando tenía siete años, en aquella época los vagones estaban cubiertos de graffitis”.

Donte y “LJ” Tamiek son primos. “Mr Wiggles,” hermanastro de “LJ,” tienen otros parientes que también bailan en los trenes.

“Para mí, es como un árbol genealógico”, cuenta “LJ” Tamiek. “En mi familia todos lo hicieron, y lo que me resulta asombroso es que uno pueda seguir haciendo dinero con esto”.

Dicen que aman su actividad y lo hacen casi a diario, ganándose entre 100 y 200 dólares por cabeza, en tres viajes de ida y vuelta en la línea rápida entre Harlem y el sur de Manhattan.

No bien el tren llega a la estación, buscan otro vagón donde haya espacio disponible. “Lo único que necesitamos es un metro de espacio”, explica Donte con cortesía a los pasajeros, para que le hagan un lugar.

Por supuesto, el hecho de que el escenario cambie permanentemente de forma y tamaño, agrega complejidad al asunto, convirtiéndolo en un experimento sobre los límites del tiempo y el espacio.

“A veces me he golpeado cuando el tren va muy rápido, pero nunca toco a un pasajero”, asegura “LJ” Tamiek. “Puede ser difícil”, admite.

No a todos los pasajeros les interesa el espectáculo, y algunos hacen lo posible para ignorarlo, sumergiéndose por ejemplo en las páginas de un diario. Pero siempre hay gente que le gusta, sonríe y da dinero.

“Yo nací en Nueva York y nada me asombra, pero éstos con magníficos”, comenta una señora elegante.