Megáfono en mano, Eduardo Hernández fue el primero en alertar que un cerro se desmoronaba sobre Santa María Tlahuiltoltepec, donde sus vecinos y socorristas tratan de localizarlo a él y a otros ocho desaparecidos, en una tragedia cuyas dimensiones se exageraron en un principio.
Hernández, secretario de salud del poblado de 10.000 habitantes en el sureste de México, y su familia figuran entre los 9 desaparecidos que se estima podrían estar bajo el deslave, que sepultó cuatro viviendas y a la ambulancia que recorría el pueblo alertando sobre el riesgo de alud.
Durante la tarde del miércoles dos cadáveres, aparentemente de dos mujeres fueron encontrados debajo de una construcción de cemento sepultada por el lodo, constató la AFP.
Él “anduvo avisando y voceando del riesgo, parece que cuando él viene (a su casa) y llega a dormir sucede la desgracia”, dijo a la AFP Hernán Lagunas, un funcionario del gobierno del Estado de Oaxaca que participa en la atención de la emergencia.
Hasta ahora no apareció ningún cadáver de los muchos que fueron anunciados. El gobernador de Oaxaca, Ulises Ruiz, quien llegó a mencionar que los muertos podrían llegar a 300, 500 e incluso al millar, dice que no se arrepiente de haber dado esa voz de alarma, que creó una movilización nacional.
A la zona fueron enviadas tropas y helicópteros militares, cientos de socorristas y bomberos, y funcionarios del gobierno del presidente Felipe Calderón, mientras incluso países vecinos anunciaban su disposición a ayudar.
“A esa hora, sin luz, sin comunicaciones, lo que se hizo fue mover a todo el aparato (…) Afortunadamente no fue lo que se dijo, pero no se podía hacer otra cosa a las cuatro de la mañana pensando, chocando (confrontando) a ver si era o no cierto”, se justificó Ruiz en una conferencia de prensa.
El aislamiento en que estuvo el pueblo por más de diez horas facilitó la incertidumbre que ayudó a amplificar la dimensión de lo ocurrido.
A ello se sumó el clima de alerta que viven amplias regiones de México, afectadas por lo que el gobierno estima es la mayor temporada de lluvias desde que hay registros y que ya deja unos 80 muertos y más de 810.000 damnificados.
En el lugar del deslave, un centenar de indígenas mixe trabajaban con los socorristas, con palas y una retroexcavadora para tratar de remover toneladas de lodo que cayeron sobre cuatro viviendas.
La ambulancia que usaba Hernández se distingue semienterrada en un barranco cerca a las láminas y madera que constituían la frágil vivienda donde residía junto a su esposa embarazada y dos hijos.
Uno de ellos fue el único que salvó la vida, pero permanece sumido en el silencio por el golpe de la tragedia. “No hay quien lo haga hablar, es como si fuera un fierro, para él es un sueño, él no siente”, explica su tío Carlos Gómez, de 32 años.
La complicada geografía de Tlahuiltoltepec, erigido en montañas de 2.400 m de altura, y las precipitaciones de las últimas semanas, que han provocado derrumbes en sinuosas carreteras y puentes, complicaron la llegada de los cuerpos de rescate al lugar.
La comunicación mediante un único teléfono satelital disponible en la comunidad contribuyó a dificultar el diálogo con las autoridades, que cuando recibieron los primeros reportes se alarmaron pues la sierra vive bajo riesgo permanente.
Hace más de tres semanas funcionarios de Oaxaca trataron en vano de evacuar las casas amenazadas por derrumbes en la zona “pero la gente no se quiere salir”, relató Lagunas, cuya función como delegado de desarrollo social es atender comunidades aisladas de este estado, uno de los más pobres de México.