"Los rusos hicieron todo por rompernos psicológicamente, pero no lo lograron", dicen a Agencia EFE dos soldados ucranianos de la brigada Azov que narran su experiencia de casi un año de cautiverio ruso, situación en la que permanecen 700 de sus compañeros de armas de Mariúpol.

“Para una persona civilizada es difícil imaginarse que algo parecido puede ocurrir en el siglo XXI”, señala Sviatoslav Siryi, de 27 años y conocido con el alias de “Brave”.

Lo más similar que puede evocar el artillero es la experiencia de los supervivientes de los campos de concentración nazis de la Segunda Guerra Mundial o la represión de tiempos soviéticos.

Valeriy Petrenko y Sviatoslav Siryi
Valeriy Petrenko y Sviatoslav Siryi | EFE

“Leí un libro escrito por un prisionero judío de uno de esos campos y me pareció que, más allá de algunas diferencias obvias, muchos métodos de violencia física y psicológica son sorprendentemente similares”, indicó.

Siryi fue hecho prisionero tras recibir órdenes, junto con otros 2.500 soldados ucranianos, de abandonar la acería de Azovstal en Mariúpol, lo que puso fin a los casi tres meses de asedio de la ciudad costera.

Tanto él como Valeriy Petrenko, conocido como “Teivaz”, esperaban pasar algunos meses de cautiverio antes de ser canjeados.

No obstante, sufrieron “un cautiverio cruel en aislamiento total y torturas”, primero en el campo de prisioneros de Olenivka y después en un centro de detención preventiva en la parte de Donetsk bajo control ruso, donde pasaron meses sin ver la luz del sol.

 Uno de los dos soldados ucranianos de la brigada Azov, Valeriy Petrenko
Uno de los dos soldados ucranianos de la brigada Azov, Valeriy Petrenko | EFE

No regresaron a casa hasta un año más tarde, en uno de los esporádicos intercambios de prisioneros.

“Hambre, frío, sed. Palizas y presión psicológica. Hicieron de todo para quebrarnos a nivel moral”, recuerda Siryi.

Sus carceleros disfrutaban golpeando a los malnutridos prisioneros durante los interrogatorios y fuera de ellos. Siryi rememora tener que arrastrarse, al llegar, por el pasillo entre hileras de guardias que lo golpeaban.

“Lo que querían era encontrar a alguien a quien culpar de lo que habían hecho con la ciudad (Mariúpol). Vimos a los rusos demoler grandes edificios de viviendas con tanques, con personas dentro”, afirma Petrenko.

Conservar la cordura

Los dos fueron heridos durante el asedio, pero durante su cautiverio no recibieron asistencia médica.

“En una celda vecina, un hombre gravemente enfermo cayó al suelo y los otros presos llamaron a los guardias, en vano. Llegaron más tarde a llevarse el cadáver y dijeron: ha tenido suerte, para él todo ha terminado, pero ustedes van a estar aquí mucho tiempo”, recuerda Petrenko.

Perdió 30 kilos en cautividad, mientras que Siryi adelgazó 16. “Un gato come más de lo que nos daban a nosotros. Eran unas 800 calorías al día, principalmente pan”, recuerda este último.

Los dos explican que el apoyo de otros compañeros de regimiento fue crucial para mantener la cordura. “Compartíamos espíritu e ideas y la experiencia en Azovstal nos acercó todavía más”, señala Siryi.

Uno de los dos soldados ucranianos de la brigada Azov, Valeriy Petrenko
Uno de los dos soldados ucranianos de la brigada Azov, Valeriy Petrenko | EFE

Sus captores intentaban hacerles sentir que no importaban a nadie y que habían sido olvidados, tras ser usados como carne de cañón por el Gobierno.

“Lo que ocurrió a nuestro regreso confirmó que no era cierto”, tercia Siryi.

Los dos hablaron con EFE en un café en el centro de Leópolis (oeste). Y en cuanto el mesero se dio cuenta de que eran militares, dijo que no necesitaban pagar.

“Desde el primer minuto en que llegamos a Ucrania nos sentimos extremadamente valorados. Esto nos ayudó a empezar a olvidar todo lo que pasamos en cautividad”, explica Siryi.

Petrenko agrega que Azov se encargó de cubrir todas las necesidades de su familia y, por ejemplo, pagó la operación de su hijo, nacido unos meses antes de la invasión rusa.

Cuando completen su rehabilitación, los dos tienen previsto volver al frente para que sus hijos “no tengan que pasar por lo mismo”.

En el extranjero, la guerra puede parecer un conflicto entre Ucrania y Rusia, pero en realidad es un choque “entre Rusia y el mundo civilizado”, subraya Siryi, y, si el mundo entero no ayuda a ponerle fin, “la agresión rusa seguirá expandiéndose como un cáncer”.

“Realmente espero que entiendan esto antes de que los misiles rusos empiecen a explotar en sus ciudades. Porque Rusia no se detendrá en Ucrania si no es derrotada”, avisa.