La princesa Diana era una de las personas más queridas del mundo y contaba con la admiración de gran parte del globo, entre otras cosas, por sus innumerables obras caritativas. Sin embargo, su vida personal no era igual: desde su más tierna infancia Lady Di experimentó el dolor y la decepción en carne propia.

Mucho antes que sus problemas matrimoniales comenzaran, Diana tuvo una “infancia infeliz”, tal como ella misma describió en una oportunidad.

Según la princesa, el divorcio de sus padres tuvo un efecto más profundo de lo que cualquiera pensó. Y es que su papá Lord John Spencer, vizconde de Althorp, y su madre Frances Burke Roche, hija del IV barón de Fermoy, no tuvieron contemplaciones a la hora de la separación.

Ambos lucharon públicamente el uno contra el otro, dejando a sus cuatro niños en el medio, especialmente a los menores, Diana y Charles , que en ese momento tenían siete y cuatro años.

Pese a que los dos menores de edad optaron por irse con su madre tras la separación, su padre se las arregló para hacerlos volver a su hogar en Park House, Sandringham, Inglaterra, y se quedó con su custodia.

Con el paso del tiempo la pelea por los chicos se volvió más dura, llegando a obligarlos a elegir entre uno u otro. En su biografía Diana: in her own words, la princesa recordó un episodio que la marcó de por vida.

En 1969, cuando tenía ocho años, fue invitada a ser una de las pajes en la boda de una prima. Para asistir al ensayo de la ceremonia, la niña debía escoger un vestido y ambos padres le regalaron uno.

“Recuerdo la más agonizante decisión que he tenido que tomar. Era paje en la boda de mi prima y para ir al ensayo tenía que usar un vestido. Mi madre me dio un vestido verde y mi padre me había dado un vestido blanco, y los dos eran adecuados”, dijo.

“No puedo recordar hasta hoy cuál elegí, pero recuerdo estar totalmente traumatizada porque mostraría favoritismo (por uno de los padres)”, aseguró.

Diana y su hermano Charles
Diana y su hermano Charles

Según Diana ese fue un momento que jamás pudo olvidar y que despertó algo en ella, que nunca pudo volver a acallar.

Pero esa no fue la única vez que estuvo en una posición así. Cada fin de semana que pasaban con su madre, terminaba con la misma rutina: con la mujer llorando desolada frente a ellos.

“¿Qué te pasa, mamá?”, le preguntaban los niños. “No quiero que se vayan mañana”, les respondía ella, haciendo que se sintieran culpables y confundidos.

La bebé que debía ser niño

La princesa nació dentro de la aristocracia británica, por lo que estaba destinada a desenvolverse dentro de la élite inglesa. Esto traía consigo una serie privilegios y reglas.

Uno de ellos era la descendencia. Al ser su padre un Vizconde, era cuestión de tiempo para que se convirtiese en el VIII Conde Spencer, por lo que se le exigía tener un hijo varón que pudiese continuar con el nombre familiar.

Diana fue la tercera hija de la pareja, que por supuesto quedó decepcionada. De hecho, sus padres estaban tan seguros que sería un niño, que ni siquiera escogieron un nombre para ella… y durante una semana simplemente fue llamada la bebé Spencer. Finalmente se vieron obligados a bautizarla como Diana, en honor a su bisabuela, y Frances, por su madre.

El día de la boda de los padres de Diana, en 1954.
El día de la boda de los padres de Diana, en 1954.

Pero a la decepción por el género de Lady Di también se sumó el especial momento que atravesaban sus padres. 18 meses antes del nacimiento de Diana, sus papás habían sufrido la muerte del esperado hijo varón.

El bebé había llegado al mundo con una deformidad y vivido sólo 10 horas antes de fallecer. Esto hizo que Frances, con sólo 23 años, fuera sometida a varios íntimos y humillantes tests para determinar por qué sólo lograba engendrar niñas.

“Fue un momento terrible para mis padres y probablemente la raíz de su divorcio, porque creo que nunca lo superaron”, aseguró el hermano menor de Diana, Charles Spencer, al biógrafo de la princesa, Andrew Morton.

Lady Di creció escuchando todas las historias que rodearon su nacimiento y terminó creyendo ser una “decepción” y “molestia” para su propia familia, quienes tampoco ayudaron mucho a su autoestima.

Cuando por fin llegó el hijo varón en 1964, las diferencias entre los hermanos menores se hicieron evidentes. Un ejemplo claro, es que Diana fue bautizada en una pequeña capilla en Sandringham, mientras que Charles tuvo una ceremonia en la Abadía de Westminster, con la reina Isabel como madrina.

Diana, su padre y sus hermanos
Diana, su padre y sus hermanos

El quiebre de un amor

Con el paso del tiempo el matrimonio comenzó a quebrarse, y pese a que se mostraban como una familia feliz y armoniosa en público, en privado era una historia diferente. Silencios incómodos, acaloradas peleas y duros intercambios fueron presenciados por sus hijos, lo que a la larga los marcaría para siempre.

De hecho, una de las primeras memorias de la princesa fue presenciar una violenta discusión entre sus padres. Ella tenía seis años y se escondió para que no la vieran, pero pudo observar como su padre golpeó a su madre.

“Recuerdo ver a mi padre abofetear a mi madre en la cara. Yo estaba escondida detrás de la puerta y mami lloraba. Recuerdo que mami lloraba mucho”, reveló a Morton.

“Fue una niñez muy infeliz. Mis padres estaban ocupados con sus problemas. Siempre veía a mami llorar. Papi nunca habló con nosotros de eso. Nunca pudimos preguntar, tampoco”, añadió.

Los padres de Diana
Los padres de Diana

El fin del matrimonio llegó cuando Frances conoció al adinerado empresario Peter Shand Kydd, quien acababa de regresar a Inglaterra. Los Spencer y los Kydd se hicieron amigos, pero la madre de Diana se enamoró de Peter, quien era completamente opuesto a su esposo: amable, cariñoso y preocupado.

Según la prensa de la época los rumores aseguraban que ambos vivieron un intenso romance y que ella habría decidido dejar a su esposo e hijos para irse con él. Se le trató de egoísta y villana, mientras que su esposo era catalogado como la inocente víctima. Peter, en tanto, se divorció de su esposa y en el juicio se trató a Frances como “la otra mujer”.

Frances quiso iniciar una nueva vida y se llevó a sus dos hijos menores, pues las mayores estaban en un internado. Durante los primeros meses Diana y Charles visitaban a su padre los fines de semana, pero todo cambió esa navidad. El vizconde insistió en que los niños terminaran su educación junto a él y no los dejó regresar a su casa en Año Nuevo.

“A medida que la maquinaria legal para el divorcio entró en acción, los niños se convirtieron en peones en una batalla amarga y áspera que puso a madre contra hija y esposo contra esposa. Lady Althorp demandó la custodia de los niños, una acción que comenzó con esperanza de éxito, ya que la madre generalmente gana, a menos que el padre sea un noble. Su rango y título le dan poder a su reclamo”, explicó el biógrafo de Diana, Andrew Morton.

Morton hace referencia a la madre de Frances, Ruth, Lady Fermoy, quien tomó el lado de John y declaró en contra de su hija, en el juicio por la custodia.

En casa de su padre la situación fue mucho más compleja, ya que los niños nunca pudieron acostumbrarse a los constantes cambios de niñeras que sufrieron, por supuesto, todas hermosas y elegidas por su padre.

Los pequeños jamás aceptaron a ninguna, principalmente porque pensaban que ocuparían el lugar de su madre, y se volvieron rebeldes con ellas. Tampoco ayudó que muchas de ellas no tuviesen la vocación para el cuidado de niños.

La madre de Diana descubrió que una de ellas ponía laxantes en la comida de su hija mayor para castigarla, provocando que la niña tuviese serios dolores estomacales. Otra golpeaba a Diana en la cabeza con una cuchara de madera cuando se portaba mal, y otra hacia que Lady Di y Charles se dieran cabezazos.

Aún así Diana se las arregló para ser una niña normal, dentro de todo, aunque con una pena que jamás pudo borrar de sus ojos.