Constanza Flores
Agrónoma y chilena residente en Israel
Hoy, 7 de octubre, es el aniversario del día que sobreviví a un ataque terrorista. Esa jornada, Hamás hizo un atentado en Israel. Ocasión en que secuestró a 250 personas, ultrajó a cientos de mujeres, decapitó a niños y acribilló a padres al frente de sus hijos. En total, asesinaron a 1200 personas. No soy parte de ellas por alguna razón.
Soy chilena (de Valdivia), agrónoma, no soy judía y tengo 35 años. Ese día, pensé que eso me salvaría, pero los terroristas no diferencian por religión, nacionalidad o edad.
Ese sábado, a las 6:30 am, sonaron las alarmas en el kibutz Ein Hashlosha donde vivo. No entendía qué pasaba. Mi pareja salió de la casa y, a su regreso, me contó que vio cuando asesinaron con una bazuca al jefe de seguridad del kibutz y que había ocho terroristas de Hamás armados en el lugar vestidos con uniforme negro y la banda verde en la cabeza.
Mientras gritaban: “Alá es grande”
Escuché que alguien gritaba afuera de mi casa y preguntaba si había alguien ahí. Abrí un poco la ventana y vi a mi vecina Jaquelin de 83 años. Le dije: “Entra”.
Los terroristas ingresaron a nuestra casa, rompieron vidrios y golpearon la puerta de la pieza de seguridad, donde nos encontrábamos, mientras gritaban: ¡Alá es grande!
Me acosté debajo de la cama, junto a la vecina mayor de edad, y mi pareja se quedó afirmando la manilla de la puerta para impedir que los milicianos entraran.
Mi preocupación estaba centrada en Jaqueline, que había escapado de su casa, para encontrar la muerte en la mía. Debajo de la cama agradecía no haber tenido hijos y me preguntaba si valía la pena traer a alguien a un mundo así. Además, pensaba por qué tenía que morir si no había hecho nada, sin embargo, los terroristas habían decidido que debía dejar de vivir en nombre de Alá.
En son de despedida, no paraba de agradecer a mi pareja por la oportunidad de poder estar ahí con él, mientras por la radio se escuchaban pedidos de auxilio: estaban entrando y matando casa por casa en mi kibutz y otros.
Aunque durante muchísimo tiempo intentaron ingresar al refugio, mientras disparaban y gritaban, finalmente no lograron abrir la puerta. Pero asesinaron a muchas personas en mi Ein Hashlosha, entre ellas, a quien consideraba mi hermana en Israel, otra chilena: Noa Glasberg, de 39 años.
Al día siguiente, 8 de octubre, nos dieron media hora para hacer las maletas y nos evacuaron. Un año después, seguimos desplazados y no podemos volver a nuestra casa.
Sigo preguntándome por qué sobreviví
Cuando salí de mi hogar, me percaté que la mitad del kibutz estaba quemado, incluidos los autos. Pasamos por el cruce Reim, donde había tenido lugar el festival Nova, que fue atacado por los terroristas. Ahí vi autos quemados a los costados y mucha ropa. Después me di cuenta que no era ropa, sino montañitas de cuerpos que se encontraban en toda la ruta.
Esta última semana, nuevamente, han sonado las sirenas por los ataques de Hezbollah e Irán. Revivo así ese día en que perdí a mi “hermana” Noa y a tantos vecinos y amigos y, aunque no soy judía, rezo el kadish (rezo por los muertos) por ellos.
Sigo preguntándome por qué sobreviví, mientras mi corazón y la mente están con los más de 100 secuestrados, que aún siguen en Gaza, en condiciones infrahumanas. Cada día me acuesto con la esperanza que, a pesar de su gran sufrimiento, corran mi suerte, sobrevivan y vuelvan a sus hogares.