En Chile, al 25 de noviembre del 2021, se han registrado 35 femicidios consumados y 141 femicidios frustrados (SERNAMEG, 2021). Estas cifras no son solo números para una estadística, sino que es una realidad que se encarna en miles de mujeres, sus familias, hijos/as y que, en definitiva, impacta a toda la sociedad.

Una sociedad que permite que estas atrocidades ocurran es un pueblo que carece de humanidad, justicia y sentido de la dignidad. Naturalizar el maltrato, significa enraizar formas de vivir las relaciones desde la violencia, donde la estructura y el mundo privado conspiran a vista y paciencia de personas impávidas que no tienen poder de reacción ante la vulneración de los derechos humanos fundamentales. Todavía subyace una racionalidad donde se considera a las mujeres como seres débiles, solícitas, silenciosas, obedientes y ausentes del mundo público, cuestión que parece curiosa avanzado el siglo XXI, puesto que la violencia estructural ha permeado tan radicalmente el machismo, que aun los asesinos maltratadores se creen impunes y actúan en consecuencia (Brito, Basualto, Posada, 2021, p. 66).

Las formas en que se expresa la violencia de género se adapta a las culturas y contextos sociohistóricos donde se reproducen. Según datos comunicados por ONU Mujeres (2020), una de cada tres mujeres a nivel mundial sufre violencia de diferente tipo, principalmente por parte de sus parejas. Aquellas que logran reconocer y generar acciones para romper esta práctica de violencia, no cuentan con la información y orientación adecuada para canalizar sus denuncias y recibir apoyo y contención en el proceso que inician, lo que desincentiva la denuncia y genera sentimientos de impunidad y aislamiento frente a estos hechos desdeñables.

Incluso antes de la pandemia de Coronavirus, a nivel mundial, las cifras de violencia de género se han incrementado año a año, reconociéndose como principal razón la mayor conciencia social sobre la magnitud de este fenómeno y la organización femenina que se esfuerza por visibilizar estas realidades. A pesar de ello, se siguen produciendo nuevas formas de exclusión, acoso, invisibilización, violencia y maltrato hacia las mujeres, tanto en los espacios íntimos del hogar como en los espacios públicos. Ahora, con especial injerencia por las condiciones de confinamiento y restricción de movilidad por la pandemia, estas acciones de violencia se han trasladado también a los espacios virtuales.

Las redes sociales y los medios de comunicación de masas han visibilizado la profunda misoginia desde donde se justifica, desvalora y manipula la violencia hacia las mujeres, cuestionando y ridiculizando las demandas enarboladas, especialmente, por movimientos sociales feministas. Estos medios de comunicación, cuya racionalidad es manipular a las masas que se informan por estas vías, no cuestionan en profundidad las condiciones sociales, culturales, económicas y políticas que reconocen la violencia de género como una manifestación del sistema patriarcal en el cual nos encontramos. Las condiciones de dominación, subordinación, desprecio y segregación de la mujer en los diferentes espacios de la vida pública, junto con el sometimiento vinculados a la reproducción de estereotipos de género sitúan a la mujer en una condición relegada al cuidado y mantención del espacio íntimo, desvalorando el trabajo doméstico y generando profundas contradicciones en aquellas mujeres que se vuelcan al mercado laboral y deben atender labores domésticas a través de dobles o triples jornadas invisibilizadas.

Con especial crudeza, durante la pandemia de Coronavirus, la promoción de desinformación misógina que cuestiona las demandas de los movimientos feministas y que revictimiza a las mujeres afectadas por violencia de género y, por tanto, pone en tela de juicio los avances en reconocimiento social de la condición de desigualdades en que se encuentran las mujeres, solo viene a mostrar el profundo desprecio e ignorancia en torno a una práctica de violencia sustentada por tantos años en nuestra cultura.

En contraste con esta realidad, emergen agrupaciones sociales con conciencia ciudadana que exigen y reclaman justicia frente a la realidad de muchas mujeres que perciben el peligro de la violencia de género sintiéndose desvalidas e inseguras tanto en el espacio privado como público. De esta manera, la femenifobia se instala en la sociedad, considerando que, La violencia por femenifobia es considerada como el odio, antipatía, menoscabo y como un flagelo terrorista contra las mujeres. Éste se expresa en todos los ámbitos de la vida, siendo el femicidio la constatación más cruel de los abusos, maltratos, agresiones, violaciones, control-sexista, disparidad de poder y relaciones asimétricas. (Brito, Basualto, Lizana, 2020, s/p)

Al respecto, a menudo se escuchan las voces de tantas mujeres que han experimentado la violencia en sus vidas: física, psicológica, sexual, económica, simbólica, laboral, entre otras, las cuales se expresan en las redes sociales, en manifestaciones callejeras, en performance u otras expresiones de tipo artísticas o contestatarias. El grito surge desde trayectorias de violencias que han marcado sus cuerpos y sus existencias, porque es real afirmar, que la violencia se arraiga en el cuerpo, dejando huellas profundas e imborrables.

Es necesario considerar que a la base de toda violencia de género está la creencia que las mujeres no podemos brillar con nuestros talentos en los espacios públicos, por el contrario, existe menoscabo a los talentos y atributos intelectuales, espirituales y humanos. En las relaciones sexo- afectivas heterosexuales se produce dominación por parte del hombre, que puede partir con expresiones casi imperceptibles de micromachismos hasta alcanzar niveles de violencia extrema que puede terminar en femicidio. Las diversas investigaciones señalan que no se nace machista y violento, se aprende en la socialización. De hecho, estudios sobre percepciones de violencia de género y femicidio en universitarias chilenas han subrayado que, el femicidio es un flagelo social que las mujeres advierten cercano a sus propias vidas; produce emociones encontradas de miedo, ira e inseguridad debido a sus experiencias en los entornos mediatos y se percibe como el resultado final del ciclo de violencia relacional y de la exigüidad de mecanismos para su prevención y control. (Brito, Basualto, Posada, 2021, p. 41)

La pregunta que surge es ¿de dónde deben provocarse las grandes transformaciones? ¿desde arriba (Estado), desde abajo (la sociedad civil), desde las relaciones, las instituciones educativas, la familia, conciencia individual? El esfuerzo debe ser mancomunado. Al respecto, es necesario hacer alusión al rol que le compete al Estado en términos de políticas públicas y normativas más contundentes que protejan, prevengan e imputen la violencia de género. Chile ha suscrito tratados internacionales, cuyo propósito es la erradicación de la violencia desde todos los puntos de vista; en este sentido se valora la Ley de femicidio 21.212 promulgado en el año 2020 la cual expande su tipificación y sus penas. Sin embargo, el peligro está en recurrir “de manera excesiva al derecho penal para resolver un problema social, poniendo acento en una excesiva judicialización del problema en desmedro de las medidas preventivas a nivel sanitario y educativo” (Moraga-Contreras y Pinto-Cortez, 2018, p.472). En este sentido y, de acuerdo con los autores citados, no se trata solo de judicializar las relaciones interpersonales, sino de construir nuevas relaciones intergéneo que permitan la sana convivencia donde cada persona pueda construir su identidad y desplegar su libertad en medio de variopintas posibilidades.

Es más, lo que no puede suceder cada 25 de noviembre, donde se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, es que la violencia y los femicidios ya no nos inmuten. Desde ahí la responsabilidad social de los medios de comunicación en informar con altura de miras, en perspectiva de derechos humanos y educación preventiva, sin embargo, algunos medios masivos presentan las situaciones de maltrato y femicidio como un evento farandulero, como de espectáculo, sin respeto a la inmensidad de los terribles hechos que afectan, profundamente la integridad desde la indefensión. Es necesario educar a quienes se aproximan a estos dramas para que insten a la búsqueda de la verdad y la justicia, ya que hemos sido testigos de situaciones escalofriantes que han afectado a niñas y jóvenes, las que han experimentado la indolencia de un sistema jurídico que culpa a las víctimas provocando, en infinidades de casos, la revictimización.

Finalmente, queremos denunciar los dichos miopes y torpes de personas públicas que manifiestan, en medios de comunicación expresiones femenifóbicas hacia las mujeres, en posturas retrógradas y con un lenguaje violento y displicente, solo por mencionar al recién electo diputado Johannes Káiser, en el programa Contigo en la mañana de Chilevisión, quien pone en tela de juicio el voto femenino, haciendo falacias argumentativas y con ofensivas misóginas y discursos de odio. Esto es solo un ejemplo, que a veces el discurso de la igualdad y el respeto por las mujeres es sólo una retórica políticamente correcta, sin embargo, en el fuero interno, más íntimo sigue existiendo un rechazo a la mujer, cuestión que se manifiesta a través de dichos y hechos violentos. Pareciera que no queda más que seguir denunciando y alzando la voz para la construcción de una sociedad con relaciones pacíficas y equitativas. Hoy, este camino está transitándose, con la participación de la sociedad civil, a través de movimientos sociales y colectivas feministas que demandan al Estado por justicia y leyes contundentes, tanto en la letra como en las penas, de tal modo que las mujeres podamos habitar territorios públicos y privados con el cuerpo, la mente y el espíritu intacto.

Si eres víctima o testigo de violencia de género, busca protección y denuncia al número 1455[+] para solicitar orientación con el resguardo de la confidencial. Del mismo modo, si presencias un hecho de violencia comunícate con Carabineros al 149 o al 133 o a la PDI al 134.

Grupo de investigación, Género y sexualidades en contextos de diversidades culturales (GENSEX)
Dra. Sonia Brito Rodríguez
Universidad Autónoma de Chile
Dr. ©. Lorena Basualto Porra
Universidad Católica Silva Henríquez
Dr. Rodrigo Azócar González
Universidad Autónoma de Chile
Mg. Claudia Flores Rivas
Universidad Autónoma de Chile

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